11. Disculpa

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-A-ah... H-Hange... -Su nombre se entrecortaba al salir de mi boca. El tema del hombro no parecía suponer ningún problema para ella a la hora... De esto.

-Tranquila... Si sigues haciendo ruido nos descubrirán, querida...-Su cara expresaba todo lo contrario a lo que sus dedos hacían ahí abajo. ¿Que por qué decía que nos descubrirían? Bueno... Aquella vez no estábamos en su habitación... Ni en ninguna zona privada, en verdad. Estábamos... En la enfermería. Pero todo tiene explicación.

Unas horas antes...

Vaya día llevaba... No paraba de ir de aquí para allá, y sólo eran las nueve de la mañana... Por suerte, ahora me tocaba ir a ayudar a Hange a curarse la herida. Como es comprensible, ella sola no podía cambiarse todas las vendas y el cabestrillo, ¿y quién más la iba a ayudar mejor que yo?

Entré a la enfermería. Hange estaba sentada sobre la camilla. Tenía la mano detrás. A saber qué escondería detrás de ella.

-¿Qué escondes, querida? -Pregunté, acercándome al armario donde estaban las vendas.

-¿Querida? ¿Ahora soy sólo tu querida? ¿Resulta haber alguien más?

-Disculpe, doña. Habría dicho algo más bonito si no supiera que sonaría muchísimo más cursi de lo que pareciera en mi cabeza.

-Entonces discúlpeme esta falta usted a mí, señorita... -Podía visualizar perfectamente su expresión en ese momento.

-Idiota...

Entonces escuché unos pasos acercándose a mí por la espalda.

-Creo que ahora yo merezco una disculpa... -Me susurró Hange al oído.

-Discúlpame, pues... -Dije, sonriendo sin volver la cara hacia ella.

-Me temo que eso no será suficiente, querida.

-No te burles así de mí.

Hange tomó mi mandíbula con brusquedad pero sin hacerme daño. Acercó sus labios a los míos, dejándolos separados por milímetros.

-No me burlo, creo que merezco una disculpa más digna... ¿No lo crees tú?

A pesar de saberlo perfectamente, su beso me pilló desprevenida, como solía hacerlo. Su lengua pedía a gritos unirse con la mía, y le di el placer de conseguirlo.
A cada segundo que pasaba, la tensión entre las dos crecía y se volvía cada vez más insoportable.
Sus manos recorrían con gentileza todas mis curvas, enmarcando la silueta de mi piel.
En ese momento únicamente deseaba dos cosas: que no entrase nadie y a ella.

Sin apenas darme cuenta, Hange ya había desabrochado los botones de la camisa que separaba mi piel de su tacto.

Y la sutileza y amabilidad de sus manos las abandonó por completo. Hange no se deshizo de mi sujetador, pero aquello no le impidió descubrir, una vez más, lo que tapaba.

Mientras con una mano jugaba con uno de mis pechos, con la otra acariciaba mis caderas, provocándome.

Quise hacerle saber que la quería sentir ya, así que decidí pegar mi cadera con la suya, acelerándose mi respiración sin quererlo.

Ella sonrió, aún besándome.

-¿No puedes aguantar? Está bien... -Hange agarró mi pantalón con fuerza y lo desabrochó tan rápido como pudo.
La humedad aumentaba a medida que su mano se acercaba a mi entrada.
Sus dedos se dirigieron directamente a su objetivo, sobresaltándome ligeramente.

Llévame contigo   ︴ hange zoëDonde viven las historias. Descúbrelo ahora