29: Enough

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Seis billones de vidas me la pasé buscando aquello que nunca se me dio, y, por más que lloré, grité, y rogué, no tuve la oportunidad de decidir si era suficiente o si aún podía aguantar

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Seis billones de vidas me la pasé buscando aquello que nunca se me dio, y, por más que lloré, grité, y rogué, no tuve la oportunidad de decidir si era suficiente o si aún podía aguantar. Mi cara destrozada, arrugada, desecha en lágrimas, en maquillaje corrido, y en polvo; un muñeco de porcelana, una marioneta, un trapo para limpiar mierda. La gente se reía. Me amaban, pero no como yo quería, pues, si tanto era el cariño, ¿Por qué lastimarme fue imprescindible? ¿Por qué usarme fue crucial? ¿Por qué apuntarme con un arma y obligarme a callar fue necesario? La broma más divertida del año ha sido esa: cuestionar, cuestionar la reminiscencia, las palabras, los cortes en mis brazos, y la locura.

Estaba demente...

Era un lunático suelto que aún esperaba, incluso en la felicidad de la salvación, por el olvido de lo lacerante. Hoy, ¿Qué es lo que sé? Nada. Se me ha ido el aire de antaño, reemplazándose por un sentir que ahí permanecía; tan pequeño del miedo, abandonado entre las aguas de un gélido rio. Me he levantado, caminando sin rumbo, cargando un objeto en cada mano: en la derecha, un sueño, y, en la izquierda, una esperanza.

¿De qué sirven? ¿Por qué los tengo?

En la cúspide del dolor, es complicado creer que Dios existe, y, por consiguiente, resulta ser una entropía atreverse a confiar. Este sueño es opuesto a querer huir. Más bien, es único e indiferente a mi zozobra de años. Mi sueño es ser amado, amado por reales, porque falsos sé muy bien quienes son. Por esto mismo, considero una dicha tener esperanza; gracias a ella, lo he cumplido, solo permitiéndole a mi corazón entregarse, y, para eso, tuve que desafiar a mis demonios; seres del común, seres del averno.

Despreciables seres de la consciencia humana...

Pasaba mis días en una carpa de circo a orillas del mar en Hamburgo, recibiendo las sobras del almuerzo como único plato en el día. Bebía agua salada, vestía con harapos cuando no estaba en escena, y dormía en el suelo, siendo víctima de ratones, bichos, y escobazos. Alguna vez, recuerdo haberme quemado con una antorcha (En realidad, ellos me quemaron, sin embargo, no me permitían quejarme...), y la herida quedó tan abierta, que pude ver gusanillos formando una civilización. Deshacerme de ellos fue complicado, no obstante, lo logré. Mi carne estaba podrida, olía mal. No tuvieron de otra que traer un médico. Hasta la fecha, desconozco que fue peor: ¿La descomposición del tejido o el hecho de que aquel hombre me violó después de atenderme? No es vacile, fui el payaso perfecto; jugaba el papel, era un iluso, y servía para divertir a los demás con mis infortunios.

Oh, armes ich!

Que desgracia, que agonía...

Mis últimos momentos en aquel circo los pasé como un rey de la miseria, comiendo mis tripas, bebiendo mi orina. Y, a la vuelta de la esquina, recobrando la conciencia tras una fumadita, tras una bronceadita de sol deshidratante. Luego, a escasos centímetros de la muerte, llegó, a mí, una luz que cegaba, aunque no de finales, si no, de augurios. Me dijo "Guten tag!". Yo no supe contestarle. "Bist du ein Engel?"; pregunté en mi mente, cosa que él no comprendió porque no estaba ahí.

FRERARDTOBER 2021Where stories live. Discover now