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Horas después de que su hermano se fuera de casa y le ordenará literalmente: que no saliera de casa. Fue que lo incumplió. No le gustaba sentirse encerrado y mucho menos que le guardara secretos. Y justo estaba realizando ambas cosas.

— Ugh. . . — Sus dientes al juntarse sonoro fue que rechinaron, ruido algo incómodo que ignoró después de colocarse su chaqueta para salir de su hogar. Hogar donde solo se encontraban viviendo su hermano y él. Muchas veces preguntaba sobre sus padres pero no obtenía respuesta de ello.

La gracia es que ni su propia mente podía, no recordaba como si de una pequeña amnesia tuviera. Su cabeza cuando pensaba en ello era como si estuviera en una montaña rusa, dando vueltas y vueltas sin parar. Tan mareado, incómodo, tan frustrante. Acabó resoplando, revolviendo su propio cabello rizado y azul, dándole igual donde estaba o si le darían malas mirada por ello.

También ignoraba que un chico le observaba divertido, acercándose peligrosamente a su persona sin darse cuenta.

Haitani Rindou no era alguien que se fuera a rendir. El joven estuvo pensando si debía meterse en la casa de los Kawata, residencia que conocía desde hace unos días. Sin embargo en ningún momento había conseguido ver que el peliazul saliera. ¿Acaso lo tenía encerrado para que no pudiera verle? Interesante le parecía.

El rubio suavemente había tomado su hábil para que se quedará quieto, pero también usado para jalarlo hacía su persona. Siendo algo caradura bien que se lo había acercado a su anatomía, apegandolo. Provocando que la sangre le subirá a la cabeza, provocando que acabará más rojo que las luces de navidad. Le daba igual en que estuviera pensando, el de mechas haría que solo pensara en una persona: ¿y en quien sino sería?

Burlesca sonrisa al ver como él empezó a rechazar el contacto físico, acabando sobre la pared ante jadeo que fue escapado de sus labios. La rodilla del chico que conoció el otro día estaba muy cerca de su entrepierna y sus manos juntas sobre su cabeza.

— ¿Sabes? Una vez rompí tus huesos pero hoy quiero estremecerte bajo mi cuerpo. — Le hubiera gustado poder pelear ante la mirada desagradable pero lujuria que le daba, ante el agarre y el nulo espacio entre sus cuerpos.

Al igual que sus memorias su capacidad para pelear había desaparecido, ¿quizas su hermano no quería que saliera por esto? Ya no era el de antes, no podía hacer nada. Se sentía tan inútil ahora mismo que seguramente se podía echar a llorar en cualquier instante.

Quizás más pronto que tarde, porque las lágrimas caían por mejillas, mojando su nariz y acabando en sus labios. Sorprendido al notar como lo que hizo el mayor fue empezar a besar esas lágrimas una a una, feliz de verlo llorar. ¡No podía ser más raro!

— Rindou-san, por favor dejame. . . Sueltame.— Pudo decir al cabo de un rato temblando ante acciones ajenas que tanto le daban temor como le dejaban átonico, incluso estupefacto era poco para dejar expresar como se sentía. — Puede que me lo piense con una condición. ¿Por qué no me das una de tus noches, algodoncito?

Lo que no se esperaba el contrario ante muestra de superioridad y confianza, al soltarle las manos y poner las impropias sobre la pared al lado de su cabeza, es el impacto de su mano en la mejilla foránea. Cabreando al mismo.

— ¡Que te den, basura! — Pudo decir casi sus palabras saliendo tan rápidas que no sabía si le había entendido, de ser así esperaba que le dejara en paz. Puede que ni siquiera se sorprendiera al notar movimiento desagradable así como lujurioso, de caderas para juntarlas a la suya varias veces. Tragando saliva, no sabiendo que era tentativo de tal vulgar gesto. Inocente, procedió a tapar sus ojos dejando sólo una pequeña apertura. Eso era demasiado para su corazón. — Al único que le quiero dar es a ti, Kawata. — Susurró al lado de su oreja, escalofrío invadiendo todo su cuerpo como si sintiera miles de arañas recorriendo su cuerpo.

Era embarazoso, fastidioso pero tentativo. ¿¡Qué diablo te pasa en la cabeza, Kawata Souya!? Quiso regañar a si mismo, en vano. Los nervios ahora invadían todo su cuerpo, no sabía como reaccionar ahora.

— ¡Ni en tus sueños, pedazo de cabrón! — Palabras mal sonantes de sus labios habían procedido, negando varias veces. El mayor había apartado sus manos de sus ocelos, provocando que tuviera que verlo directamente. — Pero cariño, en mis sueños ya te tengo debajo mío gimiendo a por más.

Parpadea no esperando esa respuesta. Lo que si no esperaba era que su gemelo enfurecido viniera corriendo al verlo en tal provocativa posición, con cara de que iba a matar a alguien notándose en facciones ajenas a pesar de la típica sonrisa que siempre portaba.

— MALDITO HAITANI TE JURO QUE SI NO SUELTAS AHORA MISMO A MI HERMANO TE PIENSO CASTRAR, PEDAZO DE PERRO. — Rindou ante todo estaba sonriendo, tomando un papel de su bolsillo para colocar este en uno de los bolsillos del pobre peliazul confundido. — Llamame, precioso. — Dijo por última vez antes de irse dejando que los gemelos se reencontraran.

— ¿Qué te ha dicho? ¿Te ha hecho algo? — Miles de preguntas le hizo en un momento dejando su cabeza como un bombo a lo que solo pudo responder: Nada, todo está bien.

¿Pero realmente lo estaba? Ni él sabía.

Nubes de algodón. RINGRYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora