Capítulo 11

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El sonido de sus gemidos reprimidos por la mordaza no me excitaba como debería. El cuerpo desnudo sobre la mesa tampoco, a pesar de que el color de su piel enrojecida era seductor, el sudor que lo perlaba también y la agitación que trataba de contener con todas sus fuerzas, no me parecía digna de admiración.

Daniel tenia las muñecas amarradas a las esquinas de la mesa, con el cuerpo arqueado por la barra separadora que tenia a los tobillos y a la vez sujetos a las cadenas de las muñecas. Su culo estaba abierto y expuesto, con el trozo de jengibre atravesándole y torturándole.

La mordaza de bola no le dejaba gemir en condiciones, sus mejillas estaban ruborizadas por la posición forzada sin ser capaz de dar bocanadas profundas.

Su trasero pálido estaba marcado por la pala que le había golpeado una y otra vez hasta llegar a veinte. Habían sido un castigo por haber llegado tarde otra vez. Esta vez no había puesto una excusa de porqué, lo había hecho a propósito.

Se había portado mal porque quería un castigo duro dentro de los limites que él toleraba. Estaba estresado, no tenia que decirlo con palabras para que yo lo supiera.

Sus ojos me buscaron cuando cogió aire por la nariz con fuerza, estremeciéndose y contrayendo los músculos del trasero con una pequeña mueca en los labios. 

Llevaba quince minutos, incapaz de moverse y soportando el ardor que le provocaba la raíz en el ano. 

La pala se estrelló en la piel de su culo con fuerza, resonando en toda la habitación. Sus dientes apretaron la bola de la boca, gimiendo por lo bajo. Cerró los ojos con placer y dolor, saboreando la sensación.

-No te he dado permiso para mirarme-Le siseé con mi tono duro-¿Estas empeñado en cabrearme hoy?

Lo cierto es que no estaba fingiendo como Ama. Estaba cabreada, con mi cabeza dándole vueltas al comportamiento de Ángel antes de irse, lo ocurrido en esa misma sala hacia apenas veinticuatro horas y al tener que esperar a saber si habían sonsacado algo al hombre que había matado a Nerea.

Me estaba desquitando un poco con la tortura a Daniel, disfrutando de como se retorcía apenas unos centímetros debido a los amarres y absorbía el dolor para transformarlo el placer. No me estaba excitando, sin embargo. Mis entrepierna estaba totalmente seca, frustrándome un poco y volviéndome más dura de lo normal.

Iba a llevar a Daniel al limite para distraerme. Distraernos en realidad, porque él también parecía necesitar aquello.

Le azoté hasta que su polla se estremeció y se derramó por todo su vientre y su pecho, llegándole hasta el cuello. Sus mejillas estaban tan coloradas que me adelanté para quitarle la mordaza, dejándole coger una bocanada profunda de aire que alivió un poco el enrojecimiento.

Le agarré de la barbilla para que me mirara, cargada de ira por que hubiera aguantado apenas quince azotes más. De normal su aguante era superior a ese.

-Sigues decepcionándome-Protesté pasando el brazo por su pierna tensa hasta llegar a la piel sensible de su culo-No sirves para nada, pelirrojo.

Hoy deseaba humillación verbal también y yo se la iba a conceder. Azoté su culo con la mano, provocándole un respingo pequeño. Alcancé el mango del jengibre y lo removí, en busca de estimular su próstata. Los ojos se le volvieron en las cuencas, resollando con dificultad por las sensaciones, tensando sus músculos y gimiendo.

-¡Cállate! ¡No quiero oírte!-Le grité a la cara, metiendo y sacando el jengibre con más rapidez.

Los dedos me quemaban por culpa de la raíz en las pequeñas heridas que me hice el día anterior golpeando a la escoria humana que esperaba que estuviera muerta y enterrada a esas alturas. No me importó sentir ese dolor, porque también lo necesitaba.

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