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Sus besos descendían por su espina dorsal, enviándole cortocircuitos placenteros que recorrían todo su cuerpo

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Sus besos descendían por su espina dorsal, enviándole cortocircuitos placenteros que recorrían todo su cuerpo.

El suave colchón era perfecto para estar acostándose con ese hombre. Amplio, suave. Desprendiendo el olor masculino de su perfume, nunca lo había olido antes, pero el aroma que emitía su cuerpo y la habitación la calentaban aún más. Era masculino, adictivo; se grababa en su memoria olfativa.

Las penumbras de la habitación le daban el erotismo perfecto a la situación, iluminada solo por los rayos rebeldes de la luna que se colaban sin permiso.

Te deseo... - Su voz era ronca. Gruesa. Como debía ser la voz de un hombre sexy. Suspiro ante sus besos descendentes, envolviendo su espalda para llegar a su cintura, su ombligo, el monte de venus que se erguía ante él como una colina que escondía el tesoro de los duendes.

-¡Si! – Jadeó. Presionando su cabello contra su intimidad. Él sabía como hacerla rozar las nubes, el cielo mismo. ¡Dios mío! Su mente se nublaba al sentir el fuego aglomerarse en su bajo vientre, parecía que en cualquier momento iba a estallar algo de su interior, y no le importaba quien muriera en el proceso.

Estaba empapada. Deseosa de sentirlo en su interior.

 Hazlo... - Demandó. La explosión se estaba preparando. Sus ojos azules enfocaron su oscura mirada nublada por el deseo. Se ubicaba entre sus piernas, mirándola desde arriba, entrelazando sus dedos sobre su cabeza.

Besando sus labios con profundidad, robándole unos cuantos suspiros. La intromisión fue lenta, profunda, confusa.

Arañó su espalda sin reparo, aferrándose a él, necesitaba hacerlo.

Las embestidas se volvían erráticas cada vez, aumentando un vaivén salvaje que estaba robando su aliento. Abrió los labios, ansiando el oxigeno que se negaba a recibir su cuerpo mientras era penetrada una, dos, tres, incontable de veces antes de sentir que la explosión ocurrió.

Un jadeo.

Un gruñido.

Ambos sudados. Mezclando besos entre embestidas. Fusionando cuerpos mientras balbuceaban incoherencias.

Y la explosión ocurrió.

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— Mierda. – Mi voz sonó demasiado ronca. Tenía la boca seca. Volteé al lado de mi cama, allí estaba él. Durmiendo plácidamente. Me levanté con incomodidad, mi intimidad estaba húmeda, repleta de fluidos. Me coloqué mis pantuflas y fui al baño. Tuve que usar el bidet, estaba demasiado empapada como para solo secarme con papel. Bufé. Era el tercer sueño en esta semana que se sentía tan vivido.

¿Quién era ese hombre? No recordaba haber visto a ningún hombre así en mi vida. Sabía que las personas no pueden soñar con personas desconocidas, sin embargo, estaba casi segura que, realmente, no lo había visto jamás.

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