VIII

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Tuve que inhalar el aire suficiente para poder continuar, ese hombre escribía con la energía necesaria de traspasar sus escritos hasta mi cuerpo sensible.

— Una sorpresa, señor Erwin. – Recordé que su libro "Alas rotas" no había sido tan íntimo, incluso cuando también había sido brutal.

Pero este, escrito en primera persona me daba una visión extraña de lo que podía ser realmente el señor Erwin.

Me inquietaba encontrarme con él en la reunión del lunes, sentía que podía ver a través de él después de leer un libro como el que tenía en mi poder, leyendo en primicia su nueva obra.

Ansiosa, como bien sabía que podía ser, deslicé mis dedos sobre la pantalla, saltando al final del libro, necesitaba saber el final, saber si la señorita C y E quedarían juntos, rebeldes ante cualquier adversidad.

Era la palabra que faltaba en el crucigrama.

Ellos.

¿Juntos?

Me hice un bulto frenético al leer la ultima página. Un pequeño grito histérico se escapó de mis labios y brinqué como desquiciada. Gracias a Dios estaba sola. ¿Un final abierto? ¿Un hincapié para otro libro?

— Mierda Erwin. – Tenía que seguir leyendo. Subí al lugar donde había quedado. Segunda página. Negué, definitivamente era una demente cuando de leer se trataba.

Me lanzaba al mundo imaginario que el autor escribía, creando en mi cerebro cada una de sus referencias, volviéndome la protagonista, el villano. Contemplando los paisajes que describían, ahogándome en su dolor o regocijándome en su éxtasis. Ahora, leyendo apenas un corto prefacio de lo que parecía una novela realmente interesante, podía afirmar en voz alta que mi pasión era, exactamente esa. Leer. Navegar en lo que las personas intentamos mantener oculto, las mentes que luchan constantemente contra la oscuridad, que olvidan tener luz.

Ahora, podía afirmar que mi vocación era leer y ayudar a que estos autores, personas con una visión amplificada del mundo fueran reconocidos por lo demás, ayudarlos a ser leídos, a compartir sus sombras.

Deje de pensar en tonterías y volví a retomar mi lectura.

Nunca fui capaz de hablarle a la señorita C. He sido un cobarde, bien lo ha dicho A, mi exesposa, esa mujer que después de terminar una relación tortuosa de 10 años no ha dejado de molestarme, pidiendo una oportunidad que no puedo darle, y es que, ¿Por qué debería volver con una mujer que me lastimó?

Porque sí amigos míos, las mujeres también hieren, de forma filosa, más certera que nosotros. Son unas sádicas empedernidas, que disfrutan del sufrimiento silente que padecemos al saber que nos han destruido.

Al principio no podía creerlo, a la mitad lo acepté, volviéndome una victima complaciente, echando culpas que no solucionaban la mierda que yacía en mi interior, pero después, cuando vi los ojos de la señorita C, agradecí haber sido roto en varios pedazos. Si hubiera seguido en ese infierno voluntario, jamás la hubiera visto.

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