XVI

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Viví un corazón roto a mediados de mis 20

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Viví un corazón roto a mediados de mis 20. La edad adecuada para saber lo que significa vomitar las mariposas que un día revolotearon felices por todo el cuerpo. Me emborraché, lloré, sentí que iba a morir.

Viví el corazón roto con todo el drama recomendado por las novelas taquilleras de la sociedad, por la tía que siempre está sufriendo por un amor imposible, por las amigas que una vez me dijeron que ansiaban verme sufrir, así como ellas lo hicieron.

Sin embargo, ahora, cuando estoy en los 30, el dolor es diferente.

Es amargo, como un café sin azúcar, como la vainilla que pruebas pensando que sabrá como huele.

La cuenta es más cruda, 90 días, aproximadamente 3750 horas. Noches en vela por saber que lo que fue, no será.

Duchas frías para intentar calmar la temperatura que sube luego de soñar de forma normal con un hombre que había calado en lo más profundo, suspiros vacíos luego de intentar llegar por mi cuenta a la cúspide que había recibido junto a él.

Sufrir un corazón roto después que ya sabes lo que se siente es patético, y esa era la definición que estaba a un lado de mi rostro.

Mis manos temblaban por saber que lo vería, vería su rostro, la impavidez de su pétrea mirada.

— Ah... - jadeé. Quedamente antes de sacar mi mano debajo de mi ropa interior. Sedienta después de haber llegado al orgasmo de la antelación, antelación por verlo. Parpadeé cansada, admirando la acogedora habitación de hotel que me daba los buenos días.

Había intentado enfocar mi tiempo en el trabajo, en las ediciones renovadas, su primera edición, la preparación del stand en la feria del libro.

Sin embargo, ahora que estaba en Nueva York, admirando las escasas luces que lograban traspasar la gruesa textura de las cortinas, solo podía pensar en lo excelente mentirosa que era, y me gustaría afirmar que le mentía al mundo, pero no, lo único que estaba haciendo era engañarme una y otra vez, sin descanso, al repetirme un mantra balurdo donde me aseguraba que no estaba enamorada de Erwin Oz.

Que el mundo seguía girando.

Y me había acostado con un moreno guapetón que se conformó con acabar dentro de un condón apresuradamente, mientras yo añoraba las manos de otro hombre, al tiempo que cerraba los ojos para imaginar una mirada mentolada, y gemía falsamente, asegurándole que había sido el mejor sexo de mi vida.

¿Hasta cuando me iba a engañar? Y es que después de ese fatídico encuentro decidí no tener más polvos baratos, de esos que son fáciles de aspirar.

Intenté enfocarme lo más posible en la editorial, en renovar mi casa, en quererme un poquito más. Pero el frío seguía inmiscuyéndose todas las noches entre las sábanas, causándome una desazón que empezaba en mis piernas y se expandía al llegar a mi feminidad.

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