XIII

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La cita con Derek había sido cancelada a último minuto, me dijo que su madre se encontraba un poco enferma, así que pasaría el domingo con ella, cuidándola

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La cita con Derek había sido cancelada a último minuto, me dijo que su madre se encontraba un poco enferma, así que pasaría el domingo con ella, cuidándola.

Mi amiga no respondía. La ansiedad me estaba asesinando lentamente.

No sé cuando había sido la última vez en levantarme tan tarde, ojalá hubiera sido porque dormí plácidamente, holgazaneando por ser un buen domingo, la realidad había sido otra, estuve todo el día prostrada en cama, pensando y suspirando.

Definición de patético.

Cuando el reloj dio las 11 y recibí otro email de Carl, exigiéndome que le dijera mi opinión sobre el libro, tuve que afrontar, a duras penas, la realidad.

Extraordinario.

Nos vemos mañana, ¡DÉJAME DESCANSAR!

¡EXPLOTADOR!

Claire Ellis

Asistente de jefe editorial Dreams Editorial C.A

Su respuesta fue instantánea. Un extenso "JAJA", nada más. Sonreí. Al menos mi trabajo seguía siendo mi fuerte.

Había tomado la certera decisión de terminar mi relación con Derek, pero enviarle un mensaje era, por lo menos, infantil. Tenía que explicarle mis motivos, si es que quería escucharlos. Pero no sería el caso, me había cancelado y ahora, todo lo que podía hacer era hundirme en casa, siendo un intento de ser humano sumido en la depresión e incógnita de entender que mierdas me había pasado.

Tecleé en el celular sobre información referente de planos astrales, viajes espirituales. Pero todo lo que conseguía era un montón de patrañas que solo me convencían de estar loca. De haber perdido la cabeza.

Y es que, ¿Cómo era posible? Y no me importa redundar en lo mismo una y otra vez, mierda, podría describir el sabor de ese jodido hombre si me lo preguntaran.

El domingo paso lento, tortuoso, recordándome las horas que faltaban para verlo.

No use mi celular, tampoco la computadora o ningún artefacto que pudiera acercarme a él, ni a la tentación de buscar algo más. Decidí invernar, todo lo que pudiera, aislarme de la existencia misma. También decidí tomar las pastillas para dormir esa noche, incapaz moralmente de verlo en mis sueños, ni siquiera si era un sueño normal, donde besarlo no significaba nada de verdad.

Pero cuando el sol saludo a la existencia en el amanecer del lunes, sentí que el escaso contenido que yacía en mi estómago iba a terminar en el escusado. Sin embargo, me contuve de actuar como una idiota, incluso cuando era lo que estaba tatuado en mi frente.

La ducha fue fría, intentando de alguna forma enfriar el interior de mi cuerpo, congelar los pensamientos rebeldes que amenazaban con volverme loca.

— ¡Tú puedes, Claire Raven Ellis! - ¿Cuántas veces lo repetí? No lo sé. Pero fue mi mantra desde que me levanté hasta que Angie me interceptó en la recepción para darme los buenos días y contarme como había conocido a un guapo tatuador que le había hecho ver las estrellas todo el fin de semana, reí ante su libertad oral. La envidie al saber que esas cosas ya no me sucedían. Y empalidecí al escucharla decir que Carl había amanecido en la oficina porque dentro de hora y media recibiríamos a Erwin Oz, ordenándole tener todo pulcro en la recepción. – Llámame cuando llegué, por favor. – Intenté sonreír.

Al llegar a mi oficina, me percaté de que Carl estaba allí, esperándome, ansioso por verme.

— ¿Y bien? – Me preguntó. Exaltado. Sonreí, intentando menospreciar el hecho de ser parte de esa obra que tanto quería publicar.

— Excelente. – No más terminar de expresarme para escuchar su aullido eufórico. — ¡Lo hicimos! – Gritó. Regalándome, lamentablemente, un baile horrible de felicidad.

— Es suficiente... - bufé. Colocando todos mis cosas encima del escritorio. — ¿A qué hora tienes la reunión?

— ¡Tenemos! – Corrigió. Exaltado. Lo miré con los brazos cruzados, instándolo a contestarme. — Hora y media, menos. Tic tac, tic tac. – Estaba feliz, no podía ocultarlo, aunque quisiera. Eso me alegraba, porque a pesar de conocer la verdad de ese libro de mierda, no podía negar que era atrayente, impulsaría a la compañía, de eso no tenía dudas.

— ¿Qué preparo? – Necesitaba centrarme, no pensar en que vería su rostro, enfrentaría su mirada, tendría que aparentar que todo estaba bien. Tenía que responder sus preguntas, hacer las propias. Tenía que ser una asistente editorial con más responsabilidad de la debida, tenía que fingir que realmente todo había sido un sueño.

— Erwin no ha exigido nada exquisito, así que, café y algunas pastitas estarán bien, ¿verdad? – Torcí los ojos. No sé ni porque le hacia preguntas a Carl, al final, tendría que decidir yo.

— ¡Vete de mi oficina! Me estorbas. – Me miró con falso gesto dolido. Colocando su mano en el pecho. Dejé mis ojos en blanco, decidida a ignorarlo. — Hablo en serio... - amenacé. Con un portazo dramático me dejo tranquila, gritándome un sonoro "te amo". Así era nuestra relación, repleta de drama y exageraciones. Creo que por eso nos manteníamos a flote.

Pedí unos cafés cargados en la cafetería, así como crema, no sabía como le gustaba el café al señor Erwin, solo sabía como le gustaba follar. ¡Mierda! Me recriminé antes de culminar mi pensamiento. Un caramel machiato para mí. Unas galletas de avena, otras de chocolate para mí y una bandeja de frutas tropicales.

Esperaba que no fueran a exigirme otra cosa, suficiente tenía con tener que haber leído el maldito libro, hacer el análisis de mercadeo y el contrato. Le exigiría un buen porcentaje a Carl, ya podía saborearlo.

El teléfono sonó apenas colgué a cafetería, esperando que fueran ellos, pidiéndome alguna información que olvidaron, no espere la voz de Angie espantándome al notificarme que el diablo había llegado a la recepción de mi trabajo. Pude sentir con énfasis como mis pupilas se dilataron ante la noticia, el zumbido en mis oídos me advertía la aceleración cardiaca.

Inspiré. Intentando mantenerme bajo control.

— Dirígelo a la sala de juntas. – Mi voz tembló. Pero solo para notarla yo misma. Mis ojos ardieron. Admití que sentirse de esa forma era una reverenda mierda.

Sostuve el teléfono pitando por un largo rato. Angie me había colgado antes de afirmarme las indicaciones y me quedé en estado catatónico.

— ¡Carl! – Me reprendí. Marqué la extensión a su oficina. No me sorprendió escucharlo gritar ante la noticia de que Erwin ya estaba aquí.

Y me repetí a mi misma exactamente eso.

Erwin ya estaba aquí. 

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