Miré a través del ventanal, eran pasadas las 11 de la mañana. Había leído un cuarto del libro y algo dentro de mí decía que pasaría un acontecimiento trascendental.
Me apresuré en ordenar algo de comer, mis tripas comenzaban a molestar, y por supuesto, no iba a cocinar. Hoy no.
Volví a meterme en la Tablet, leyendo la forma tortuosa que padeció al buscar a ese rebelde monje, al cual encontró, al cuarto día de haberlo buscado sin tregua.
Se presentó, sin embargo, el monje no contestó. Le mostró el trozo de madera que G le había dado en Sudáfrica, consiguiendo una sonrisa del monje. Pero tampoco contestó.
E pensó que había hecho un voto de silencio, yo pensaba que era un cabrón sádico que le encantaba aparentar ser un erudito.
— ¿Me puedes traer el jarrón con agua? – Pidió antes de irme de esa pequeña y cálida choza que tenía a los pies del imponente Himalaya. Lo miré con receló. Decepcionado por no haber recibido ninguna palabra de su parte. — Es curioso como los hombres mundanos anhelan el conocimiento más no lo aceptan cuando llega. – Sus palabras helaron mis sentidos. — Buscas señales, pero ¿Cuántas has recibido? – Tragué grueso. Incapaz de responderle.
Balbuceé patéticamente. Entregándole el jarrón con agua, tendió su mano, ofreciéndome un asiento frente a él, en el suelo cubierto por una alfombra. Quise negarme, que no estaba allí para ser humillado nuevamente, que ya había superado lo que me acongojaba en mi viaje anterior, que solo había ido a verlo por vasto interés investigativo.
— Mentirnos a nosotros mismos también es algo que nos consume lentamente. – Pronunció. Sirviendo agua para ambos. Tragué grueso, sabedor que había leído mis pensamientos de alguna forma no descifrable. — ¿Piensa que visitar a la señorita C sea algo adecuado? – Abrí los ojos de par en par al escuchar su interrogante. Dudando por un momento de si había escuchado bien. ¿Cómo era posible? Balbuceé algunas incoherencias, pero fui ignorado por el monje sin nombre.
En cambio, sentí que me consumía por la ansiedad de no haber evolucionado nada aún cuando pensaba que lo había hecho.
— ¿Cómo? – Comencé. Una sonrisa. Otra maldita sonrisa de ese calvo anciano que me miraba como si fuera un completo idiota, y lo peor es que posiblemente no se equivocaba.
— ¿Por qué? – Contestó. Dejándome con más dudas que certezas. — ¿Por qué quieres engañarte? – Clarificó. Y la pregunta se repitió en un bucle infinito en mi interior. ¿Por qué quería engañarme? Ni yo mismo lo sabía, pero era verdad. Estaba tan anclado a mi propia verdad que ignoraba cualquier otra.
No pude responderle, mucho menos intenté mentirle. Guardé silenció. Él tomó el agua y se levantó para preparar un té. "Te ayudaré", pronunció antes de irse a meditar. O eso pensé que haría ese día.
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ONIR
RomanceClaire Ellis comienza a experimentar unos extraños sueños húmedos, con un hombre desconocido que le demostrará que la vida es más amplia de lo que conocía. Ser asistente editorial nunca se había tornado tan increíble. La feria del libro se acerca...