XIX

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El vuelo de regreso fue tan terrorífico como cualquier película barata de Destino final, repleto de sucesos paranoicos que ocurrían sin cesar en mi cabeza trastornada, esperando que fuera la regla estadística de los aviones comerciales que se prec...

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El vuelo de regreso fue tan terrorífico como cualquier película barata de Destino final, repleto de sucesos paranoicos que ocurrían sin cesar en mi cabeza trastornada, esperando que fuera la regla estadística de los aviones comerciales que se precipitaban, acabando con la vida de todos sus tripulantes.

Extrañé mi casa, la comodidad de mi cama. La frialdad de Chicago en diciembre.

Entonces la mañana me dio la bienvenida. Tomé un café caliente, unas tostadas con mermelada y tomé el regalo que había escogido para Carl, una colección de discos de tango, un dulce de leche gigante, un chorizo que habían asegurado era mejor que cualquiera producido en Europa y una camisa de Messi.

No podía quejarse, había pensado bastante en él, sobre todo después de recibir un mensaje diciéndome que ansiaba presentarme a una mujer con la que venía saliendo de hacía 3 semanas. Algo sorprendente teniendo en cuenta su reputación dudosa.

Le había confirmado mi asistencia a la editorial esa mañana, tomar alguna merienda juntos y almorzar con la afortunada domadora de bestias.

Reí ante la ocurrencia de mis pensamientos y salí de la casa. Preparada para una mañana repleta de chismes con mi antiguo jefe convertido en amigo. El mejor, creo.

— Mi vida es un caos sin ti... - que dramática bienvenida. Rodé los ojos ante sus gratas ocurrencias, jamás cambiaria. Me compadecía de esa pobre mujer repleta de paciencia.

— Por eso renuncie, la mía es fabulosa ahora sin ti... - el veneno había sido liberador. Carcajeé al ver la mueca en su rostro. Me abarcó con sus brazos, demostrándome que, efectivamente, si me extrañaba. Devolví el gesto.

Luego siguió una serie de gritos eufóricos por cada regalo que sacaba de la caja, aduciendo que era afortunado de tener personas que lo recordarán, pero que era evidente, él era un ser invaluable.

No estoy segura de cuantas veces volteé mis ojos frente a él, hastiada por tanto egocentrismo, sin embargo, cada rodón de ojos terminaba en carcajadas generadas por su ocurrencias.

— ¿Me vas a decir ahora sobre la dama misteriosa? – Pregunté. Alzando mi ceja a la mejor manera de toxica empedernida. Su negación me hizo bufar. — ¡Joder, Carl! ¿Por qué? – Inquirí. Cruzándome de brazos.

— Es especial... - Esa seriedad me congeló. Hablaba en serio.

— ¿Qué tiene de especial? – La duda me consumía, así como la curiosidad.

— Ella lo es. – Simplificó. Como si fuera suficiente información para mi entrometida mente.

— La quiero ver ya... - Su teléfono vibró. Conectado con el final de mi exigencia.

— Bruja... - Soltó. Sonriendo. — Nos espera.

Habíamos decidido comer en el restaurante que estaba a unas cuadras de la editorial, hermoso y con una comida que no te permitía poner para llevar.

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