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Abrí mis ojos al terminar de pensar en ese sueño

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Abrí mis ojos al terminar de pensar en ese sueño. Recuerdo la ansiedad que me embargó al darme cuenta que había sido solo un sueño. Un maldito sueño.

Miré el reloj. 6 am. En punto. No había podido dormir más.

Escuché la ducha abrirse, Derek ya se estaba duchando. Suspiré con cansancio. No quería ir a trabajar, sin embargo, las deudas no daban tregua.

Caminé con lentitud al baño. Pensé por un momento en ducharme con él, pero la forma en la que dio la espalda al pareduche fue suficiente para saber que no habría sexo de buenos días. Oriné sin vergüenza frente a él y me encaminé a hacer el café.

Sería un día largo, estaba segura.

No tenía idea de cuantos manuscritos tendría que revisar, pero sin duda serían bastantes. Lo bueno de ser una excelente asistente de editor era que, manuscrito que me gustaba, manuscrito que se publicaba, una gran responsabilidad para una mujer que había estudiado periodismo.

Pero la inteligencia a veces no va de la mano de la carrera que escoges.

Lo sabía.

Llevaba más de 5 años trabajando en Dreams Editorial C.A, el primer año bastó para demostrar de lo que estaba hecha. Mi jefe era un hombre de mediana edad, jodidamente inteligente, responsable, y generoso, su sueldo lo demostraba.

Y aunque exigía excelencia, también la daba.

No existían muchas quejas contra él. Lo sabía por ser su asistente.

Sonrió mientras encendía la cafetera.

— Buenos días, cariño. – La voz de Derek me hizo dejar de sonreír. ¿En qué momento había sucedido eso?

— Buen día... - Contesté sin apelativos. Algo se quebraba, en el fondo lo sabía, la verdad es que lo sabía mi superficie, pero quería aferrarse, aferrarme a ese hilo que se rompía cada vez más.

— Hoy tendré una cena con el decano, es posible que llegué tarde. No tienes que esperarme. – Asentí. Mientras le servía una taza de café.

— Iré a bañarme. – Avisé. No lo esperaba desde hacía mucho tiempo. ¿Cuándo deje de esperar por él?

Desde que habían comenzado esos extraños sueños, incógnitas que ahogaba en mi interior comenzaron a resonar con más énfasis. No me daban un momento de paz. Parecían quejarse una y otra vez de las decisiones amorosas que estaba tomando. Como ahora, que pensaba en eso y me escudriñaban que no eran decisiones amorosas porque ya no existía amor.

— Ten un buen día, Claire. – La voz provenía de la habitación. Yo seguía en la ducha. Ni siquiera se inmutó para darme un beso.

— Ten un día de mierda, Derek. – Espeté. Deje que el agua mojará mi cabello, empapando mi rostro. Apaciguando la furia que bullía en mi interior. - ¡Mierda! – Escupí. Ni siquiera me sentía triste por la muerte súbita de mis sentimientos hacía Derek. Sentía rabia de no poder dejarlo sin remordimientos. Repleta de dudas.

Suspiré al recordar como había conocido a Derek. Una feria del libro. Caí rendida a sus pies. Me pareció un hombre guapo, interesante, repleto de dudas que lucharía por solventar.

Él también cayó ante mí. Fue mutuo, sin preámbulos.

Así como también se había acabado de forma mutua. Sin preámbulos ni advertencias.

La ducha fue rápida. Sequé mi cabello con velocidad, lo bueno de aplicarse un buen tratamiento capilar y así no tener que peinar ni luchar contra los rulos naturales con los que había nacido.

Maquillé mi rostro de forma rápida y me vestí con lo primero que conseguí en el armario.

Desde hacía más de 2 años no era obligatorio ir vestida como si fueras a una reunión de negocios. La editorial había modificado sus normas, modernizando la manera en la que trabajábamos. Desde un horario flexible hasta no tener que llevar un uniforme o trajes incomodos, tacones asesinos ni mucho menos faldas dictatoriales que impedían te sentaras plácidamente.

Aún así, me gustaba ir de manera bastante profesional, eso implicaba que siempre me verías en tacones, no asesinos de 15 centímetros, pero si en esos que estilizan la forma de tu pierna.

Aunque como decía mi jefe, Carl. Siempre me encontrarías trabajando descalza detrás de mi escritorio. Me causaba risa la forma en la que se burlaba de mí. Siempre sutil, con pequeñas dosis de veneno que formaban parte convencional de nuestra relación laboral que ahora era un poco más amistosa.

— Mierda... - Mascullé. Se hacía tarde.

Tomé mi envase para el café y serví lo necesario para una mañana abarrotada de trabajo.

Laptop, teléfono, agenda, cuadernos. Todo listo. Me monté en el auto y me apresuré a llegar a tiempo. Odiaba tener que quedarme hasta tarde, pero si llegaba tarde, salía tarde.

Disfruté no haber tenido que enfrentarme al trafico que a veces agobiaba mi camino al trabajo.

— Claire... - Me llamó la recepcionista de la editorial. Le sonreí. Era una jovencita que estaba estudiando filosofía clásica con la ardua aspiración de trabajar en la editorial como correctora. Era agradable. Intensa. Repleta de juventud. Me acerqué a ella, sonriéndole y dándole los buenos días. – Aquí tienes... - Suspiré. Más trabajo. 4 manuscritos en físico. 3 cartas para mi jefe y una queja bastante extensa sobre alguna autora que no había sido aceptada.

— Día fácil. – Comenté. Cínica. - ¿Cómo estás, Angie?

— Bien, ¿y tú? – Contestó. Sonriendo ampliamente. Sacudí todo lo que me había entregado como respuesta a su pregunta. Ella carcajeó. Era una joven muy guapa. Una trigueña con un cabello abundante que enmarcaba su rostro de manera atractiva. Sus labios eran carnosos, y sus ojos eran aceitunados, otorgándole una sensualidad para cualquiera que la mirara.

— Me alegra saberlo. Me voy. – Devolví su sonrisa. Quería apresurarme, no por nada en particular sino por querer terminar de revisar los manuscritos. No tenía ni idea de cuantos tenían en lista de espera.

Caminé con prisa hasta mi escritorio, no tenía una gran oficina, la verdad es que estaba fuera de la puerta de la oficina de Carl, sin embargo, la había remodelado y tomado bastante espacio, haciéndola lucir amena.

Había colocado diferentes plantas alrededor, haciéndola lucir como una hermosa pared. Una pequeña mesa estaba a un lado de mi silla, donde estaban colocados algunos marcos, una pequeña planta que me había regalado mi madre y el teléfono empresarial. En cambio, mi escritorio principal estaba solo con la computadora, un bloc de notas bastante amplio y un contenedor con diferentes tipos de lápices, bolígrafos y marcadores.

Detrás de mi silla estaba un pequeño estante marfil que tenía diferentes compartimientos, allí colocaba los manuscritos que valían la pena, al menos para mí. En la cima del mueble de madera siempre había alguna varita de olor que me hacía estar en calma mientras leía el material del día.

Mi filosofía era, si te hace sentir, vale la pena. Esos escritos perfectos que se vanagloriaban de una ortografía pulcra y términos rebuscados me aburrían.

Intentaba a toda costa que mi espacio fuera, por lo menos, agradable. Relajarme mientras me adentraba en el mundo que el autor estaba mostrándome.

Creo que esa cualidad era la que me había mantenido como asistente de Carl por tanto tiempo, incluso después de saber que era un hombre bastante exigente y déspota cuando no se llenaban sus estandartes. 


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