XI

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Una lágrima salió sin poder contenerla

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Una lágrima salió sin poder contenerla. ¿Qué era eso? No tenía sentido. Cerré la Tablet con temor, alejándola de mi cuerpo como si ardiera.

No era posible lo que acababa de leer. Era imposible. Un gemido lastimoso escapó de mi interior al sentir un estrangulamiento en la boca de mi estómago.

— No puede ser... - Repetí incontablemente. Mis manos temblaban, mis labios secundaban su acción. Había leído mi sueño, la misma jodida experiencia, pero desde su punto de vista. No era posible. — ¡No! – Grité. Mirando a mi alrededor, sintiendo que los muros se caían sobre mi espalda. Un peso enorme presionaba mi capacidad respiratoria.

¿Cómo?

Entonces, tomé la Tablet nuevamente, tecleando con rapidez en el buscador su rostro. No lograba focalizarlo, y aunque mis dedos temblaban con cada letra que rozaba para escribir su nombre, tenía que verlo, necesitaba colocarle un rostro a ese nombre.

Erwin Oz.

El buscador pensó un poco antes de entregarme las imágenes que helaron mi sangre, mis ojos se llenaron de lágrimas incapaces de salir. Estaba en shock.

Salí corriendo al baño, depositando en el excusado todo el contenido que había ingerido. No era posible.

No había lógica admisible que me hiciera entender lo que estaba ocurriendo.

Otra arcada y terminé de expulsar lo que había en mi estómago.

Regresé con paso lento a la sala de estar, en piloto automático, como un robot al que habían desconectado sus comandos. No pasaba nada por mi mente, más que la imagen de su rostro cargado en el buscador.

El centenar de imágenes de su rostro, su cuerpo, esa maldita mirada que se había adentrado en mi mente de forma incompresible desde el primer sueño.

¿Un sueño real?

Caí desplomada en el sofá. Incapaz de comprender, asfixiada por confirmar que no era mi mente la que había soñado con un desconocido, explicándome con reticencia que la humedad con la que me levantaba diariamente no había sido por un simple sueño húmedo, había sido real, cada maldito encuentro, sus palabras, la veracidad de cada acción.

Las felaciones, penetraciones, caricias y orgasmos.

Mi cuerpo reaccionó independiente al recuerdo, humedeciéndose sutilmente.

Pero ¿Cómo? De nuevo volvía a penetrarme esa interrogante con ímpetu. Era un libro, una locura. Pero entonces, ¿Cómo era posible que mis sueños estuvieran escritos en su libro?

Cogí la Tablet con premura, ojeando con rapidez el segundo sueño. Mis labios formaron una gran "O" al saber que, en efecto, era nuestro segundo encuentro, contado nuevamente desde su perspectiva. Mostrándome su versión, la forma en la que había decidido formar parte de mi vida, al menos desde un punto de vista etéreo.

Seguí buscando, hasta el último encuentro que habíamos tenido. La noche anterior, luego de haber sido ultrajada por Derek.

— ¡Mierda! – Exclamé. Recordando que Derek existía. Tapé mi boca con mi mano, asustada por ser descubierta. Le había sido infiel a Derek, de una forma nada ortodoxa, pero lo había hecho, ahora podía confirmarlo.

Pero mi atención ahora estaba enfocada en ese libro, en lo que escondía. Encontré el encuentro, explicaba el asco que había sentido al saber que Derek me había follado contra la puerta de la casa sin la reverencia que debía alguien tener con mi cuerpo.

Escribió la forma en que maldijo la consecuencia a su cobardía, haber esperado tanto para por fin, enfrentarme de forma física. Fue en ese momento en el que caía en cuenta que, en efecto, lo conocería el lunes. Mi corazón palpitó con violencia contra mi pecho.

El lunes.

En menos de 48 horas confrontaría con mis propios ojos su rostro, enfrentaría la osadía de haberme violado de una forma bastante extraña.

Porque era una violación ¿no? Incluso cuando siempre fui accesible a sus caricias, incluso cuando anhelaba sus penetraciones. Pero ahora todo era diferente. Pensé que era un sueño, no una maldita realidad trivial sacada de una película de fantasía.

Volví mis ojos a la Tablet, incapaz de no darle toda mi atención a sus palabras.

Pensó que no podría verla esa noche, aparecer después de una violación, aún cuando jamás se quejó, no era algo que fuera grato para E.

Pero sus impulsos dominaron su razón. Así que, al verla, laxa, dispersa en un mundo al que no era invitado, hizo lo único que podía hacer.

Pedirle disculpas. Disculpas por ser cobarde, por no estar con ella incluso cuando era lo único que anhelaba. Necesitaba hacerle entender que eso que habían hecho con su cuerpo no era lo que debía considerar normal, ansiaba mostrarle que hacer el amor era algo supremo, diferente y que nadie, ni siquiera la nueva normalidad del mundo debía hacerle cambiar de parecer.

Por eso decidió otorgarle lo que sabía merecía.

Amor.

Tuve que dejar de leer en ese momento. Estaba a punto de derrumbarme. Era exactamente esa sensación que se arremolinaba en el centro de mi pecho lo que me hacía temblar.

Exactamente esa última frase la que me estaba produciendo un ataque de pánico.

Estaba enamorada de un hombre que no conocía.

Enamorada de un sueño real que seguía siendo un sueño.

— Maldita sea... - Me tumbé en el piso. Boca arriba, intentando nivelar mi respiración agitada. No era posible que esa clase de cosas existieran. Mi mente escéptica estaba intentando tachar de absurdo todo lo que estaba sucediendo, sin embargo, el relato de nuestros encuentros me golpeaba sin compasión.

Mis ojos se quedaron en blanco, sumidos en la nada de la desesperación, mirando la lluvia que comenzaba a impactar contra el cristal de mi ventana, el silencio de mi casa me agobiaba, logrando que mis parpados pesaran, sumiéndome a un adormilado estado del cual quería huir. Si me desmayaba lo vería, empero, a pesar de todos mis esfuerzos, el cansancio mental me arropó.

¿Qué haría al verlo? 


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