VI

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Mentiría al decir que disfruté la cena con Derek. La cena duró más bien poco, su charla interminable sobre la fabulosa reunión con el rector hizo que rodará los ojos al final de la velada. Cuando intenté contarle las buenas nuevas sobre la editorial, cambió el tema drásticamente, volviendo a mencionar por centésima vez, lo impresionante que era el hecho de haber ascendido de forma tan veloz en la reconocida universidad de Chicago como profesor de historia.

Tantos ramos autolanzados me crispaban los nervios.

Pero no lo interrumpí más, entendí a la segunda que él no me había invitado para compartir logros o experiencias, la cena era exclusivamente para hablar sobre él, su ascenso y los beneficios de tener una relación con él.

Con el tercer beneficio casi se me salé un poco de vino, todavía resonaba en mi cabeza la forma tan descarada en la que dijo: conocer la historia nos hace conocer el cuerpo de una dama. Me hubiera encantado asentir sin dudas, pero la mayoría de los orgasmos alcanzados entre nosotros, habían sucedido porque me masturbaba mientras me penetraba. Y no quería ser la típica mujer que dispensaba toda la responsabilidad en su pareja, pero algo tenía, sino, entonces ¿Por qué teníamos sexo con otras personas?

Fácil.

O

R

G

A

S

M

O

Y aunque no se alcanzaba siempre de la misma manera, siempre había una porción orgásmica al practicar sexo con la persona con la que compartías tu vida.

Me preguntó algunas cosas triviales, quise ser amable, responderle con una sonrisa las interrogantes que me hacía como si valieran oro.

Terminé tomándome una botella de vino tinto sola. Él whisky.

Sin embargo, la letargia no terminaba de fundir mis sentidos. Me hubiera gustado doparme, fumarme algún porro rebelde para al menos, hacer entretenida la aburridísima cena.

¿En qué momento Derek se volvió tan...? Pero no fui capaz de terminar aquella interrogante, porque, lamentablemente, ya tenía una respuesta.

El camino a casa al menos fue callado, empero, podía notar la forma lasciva en la que veía mis piernas, sonreí ante el hecho, por fin tendríamos sexo después de la inactividad física que veníamos experimentado desde hace algunas semanas, un mes y medio, para ser precisa.

No fue más que trancar la puerta de la entrada para sentir sus besos sobre mi cuello de forma errática. Su olor fue desagradable para mis neuronas sensitivas, repudiando el aroma a whisky que emanaba todo su cuerpo.

— Te deseo... - El sonido de su voz no humedeció mis bragas como había esperado. Quise responder con pasión, la misma que él me estaba otorgando de forma desesperada, sin embargo, no había ninguna llama encendida en mi interior.

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