XIV

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No supe cuantas veces caminé de un lado a otro esperando saltarme de algún modo aquella reunión

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No supe cuantas veces caminé de un lado a otro esperando saltarme de algún modo aquella reunión. Erwin ya estaba esperando en la sala de juntas, Carl se había encaminado a ella 5 minutos atrás y mis manos temblaban mientras sostenía el contrato. Tenía miedo, un miedo que paralizaba todos mis sentidos y aceleraba mis pasos errantes.

No podía enfrentar su rostro, no ahora que sabía lo que escondía su manuscrito, no después de saber que mi piel todavía tenía marcas de sus dientes, que mis vellos seguían erizándose al pensar en nuestros encuentros.

— Mierda... - Mascullé. Negando con mi cabeza para intentar deshacerme de aquellos pensamientos que no dejaban de lastimarme.

El teléfono sonó. Sabía que era Carl, así que lo ignoré. Inspiré profundamente y me infunde del valor que no existía en mi cuerpo para dirigirme a la sala de juntas, mis labios temblaron al tocar la manilla de la puerta, los mordí desde adentro, haciendo tripas el corazón que estaba a punto de salirse por mi boca.

— ¡Enhorabuena, Claire! – Exclamó Carl. Sonriéndome entusiasmado. Me anclé a su mirada, intenté disimular una amplia sonrisa, mientras evitaba a toda costa enfocar mis ojos al mar que me estaba detallando de arriba abajo.

Sentí el sabor metalizado de la sangre impregnar mi lengua después de afianzar el mordisco en mi interior. Maldiciendo el haberme vestido con ese vestido negro ceñido que realzaba mis curvas. 

Pero es que, era mi vestido de la suerte, mi maldito vestido de la suerte editorial, sin embargo, y aunque, había usado un blazer para verme más profesional, no pude mitigar el rubor que se apoderó de mi rostro al sentir su mirada lasciva, al saber que esa mirada mentolada me estaba devorando ahora de forma tangible.

— Acércate, - ordenó. Obedecí de forma automática. — te presento a Erwin Oz. – Fue la primera vez que sentí que mis rodillas se debilitaban. Enfoqué sus ojos, él se había puesto de pie, podía notar el rubor en sus mejillas también, así como el temor agobiante del rechazo en su mirada. Extendí mi mano, de forma cordial, intentando mantenerme erguida ante el remolino destructivo que estaba ocurriendo en mi interior, en el centro de mi pecho, con una leve inclinación a la izquierda.

— Un placer, Claire Ellis. – Escuchar su voz fue un golpe letal. Mi respiración se pauso. Mis latidos se detuvieron, estaba segura de eso. Abrí mis labios, pero fue imposible emitir algún sonido. —He oído hablar mucho de ti. – Pasaron tantos escenarios en mi mente, uno más inverosímil que otro, sin embargo, no hice ninguno. Solo me quedé allí, más tiempo del normal, estrechando su mano. Comprobando que no estaba teniendo una pesadilla, ni un sueño.

Era real. Estaba estrechando la mano del hombre con el que había tenido relaciones más de una vez a través de mis sueños.

— Mucho gusto, Erwin Oz. – Pronuncié. Después de escuchar el carraspeó incomodo de Carl. —¿Cómo está? – Concluí el contacto. La calidez en mi mano fue agradable, quise negar ante el estímulo, empero, solo me senté frente a Carl, teniendo en medio a Erwin. Coloqué los papeles sobre la mesa y volví mi atención a Carl, me miraba con una ceja levantada, sin embargo, estaba segura de que por su cerebro pasaban mil teorías, más ninguna correcta.

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