La escuchó quejarse, asustada por la proximidad de un cuerpo que no recordaba haber sentido antes, intentando identificar la fragancia que estaba esparciendo por ese estrecho espacio. Olió el aroma de alcohol emanar de sus labios al exhalar. C estaba un poco ebria. Sonrió, sintiendo que no sería difícil confundirla en saber si era real o no lo que estaba sucediendo, liando su mente, pero llevando su cuerpo al éxtasis pleno del placer.
Entonces la mordió, suave, preciso. Escucharla gemir fue un bálsamo para su salvajismo. Una melodía de la cual no podría sentirse saciado jamás.
Coló una de sus piernas entre las suyas, mordió nuevamente su hombro, la fricción de su trasero contra su hombría lo exalto. Quería poseerla en ese preciso momento.
La pequeña suplica implorándole que la soltara no sirvió de mucho, no lo haría, no podría parar incluso si se lo pidiera a gritos.
Ascendió sus caricias por su brazo desnudo. Sonriendo al contactar con sus vellos erizados, con los poros de su piel dilatándose, ese cuerpo respondiendo a las caricias que había anhelado regalarle desde hacía tanto tiempo.
— Lo deseas... - dijo. Seguro. Apretando uno de sus senos sin estupor. Otro temblor, el movimiento de su trasero impactando nuevamente contra su miembro ya erecto. La sentía dudar, desearlo y dudarlo con la misma intensidad.
La tensión de su cuerpo le indicó que el deseo menguaba, el miedo se apoderaba. Y no quería ser un violador, tampoco el responsable de una inseguridad que la privara escuchar su placer, él quería ser el responsable del zenit que se esparciera desde su interior, no al contrario.
La mierda podía vivirla en la realidad, ahora, ahora solo quería presentarle el mismo cielo.
— Tranquila... - Susurró. La voz le salió ronca por la excitación. Quería serenarla, asegurarle que no le haría nada que no quisiera, quería hacerla disfrutar, llenarla de éxtasis.
Se arrodilló a su espalda, descendiendo sus manos por toda su silueta, llegando al botón de su pantalón, desabrochándolo sin ver. Y entonces comenzó con la tarea que su cuerpo clamaba por hacer desde que la vio, hacía más tiempo del sanamente correcto. Descendió los pantalones por sus tersas piernas, absorbiendo el calor que desprendía su piel.
El trasero de C impactó contra su rostro, sacándole un gruñido. Quiso morderlo, pero reprimió sus ganas, jurándose que lo haría en otra oportunidad.
Hoy el placer era para ella, no para él.
Colocó ambas manos en sus caderas mientras se arrodillaba cómodamente detrás de su cuerpo, obligándola a abrir sus piernas para tener una visión perfecta de su intimidad. Descendió sus manos hacia su pubis, los gemidos comenzaban a ser inevitables, los movimientos con su cadera incorregibles.
Quería decirle tantas cosas que prefirió guardar silencio.
Sus manos picaban por la necesidad imperiosa de nalguearla, así lo hizo, ganando un gemido profundo que inundó toda la habitación y se grabó en su laberinto auditivo.
Sin previo aviso, abrió sus nalgas, llegando a la intimidad de C. Las piernas le temblaban, su masculinidad palpitaba por poder penetrarla, empero, E siguió saboreándola como si fuera el mejor manjar de todos los tiempos.
— ¿Te gusta? – Preguntó. Jocoso. Traspasándole las ganas que tenía de hacerla llegar sobre sus labios, y así sucedió. Sus fluidos se mezclaron con el interior de su boca, llevándolo al nirvana de los mejores tiempos. Sumiéndolo en un éxtasis que ninguna droga podría otorgarle.
Escucharla venir había sido lo mejor que sus oídos habían escuchado.
Saborearla, un plato exquisito.
Sentirla, la esperanza de que la humanidad era magnífica.
Su respiración agitada, sus manos convertidas en puños. E sonrió a sus espaldas, colocándose de pie.
Envolvió el cabello de C en su mano y muñeca, y la jaló hacia él. Su piel desnuda calentaba las ganas que tenía de hacerla suya, marcarla como nadie lo había hecho, haciéndose imborrable e insuperable.
Con un ágil movimiento se deshizo de sus propios pantalones. Acercó su miembro a su trasero, ganando el movimiento de su culo, una vez más, hacia él.
Un jadeo.
— Mi turno. – Ronroneó contra su oído. Erizando sus brazos, piernas. Encendiendo las cenizas que todavía tenían vida.
Y entonces lo hizo.
Avivó el deseo que venía creciendo en su interior, se introdujo en ella de una sola estocada, ganando un gritó de placer que lo hizo tomarla con más fuerza, penetrándola una y otra vez con una fuerza salvaje que lo hacía desearla más y más.
Escucharla pedir exactamente eso fue casi la cúspide de sus deseos, sin embargo, se contuvo, necesitaba darle más, ansiaba recibir más placer proveniente de su magnifica estreches, de los líquidos que se escurrían entre ellos.
La obligó a recostar su cabeza en su pecho, jalando su cabello, tomando con una mano sus caderas para poder penetrarla de una forma más certera.
Ante toda duda, ante todas las inseguridades que aún lo agobiaban, ella, la mujer de sus malditos sueños volteó su rostro con velocidad y lo besó, sujetándolo de la nuca, profundizando, si eso era posible, el contacto que ya no podía romperse, intensificando el bombeo errático de sus penetraciones, ampliando el placer que parecía estar a punto de explotar en ambos.
Besarla era mejor que penetrarla, sentir sus suaves labios impactar con los suyos lo llevó a lugares inexploradas, a un estado de conexión más intenso que el que había vivido alguna vez con el monje sin nombre.
Conocieron el zenit de los cielos en ese momento. Ella mordiendo su labio inferior, él aferrado a sus caderas, dejando que su cuerpo se drenara en su interior.
Y como se había acabado el orgasmo, se había acabado nuestro momento.
La lluvia había comenzado a impactar contra mi rostro, haciéndome despertar del letargo de aquel viaje astral en donde la había hecho mía.
Sonreí. Recostándome sobre el piso de caico de mi balcón. Cerré mis ojos, complacido del primer encuentro de muchos, seguro que la explosión que nos había unido no sería la última. Así que esta vez, después de aquel encuentro, me quedé dormido, recibiendo la lluvia como analgésico del calor que todavía controlaba mis nervios.
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ONIR
RomanceClaire Ellis comienza a experimentar unos extraños sueños húmedos, con un hombre desconocido que le demostrará que la vida es más amplia de lo que conocía. Ser asistente editorial nunca se había tornado tan increíble. La feria del libro se acerca...