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Hice una pequeña maleta improvisada, no me importó dejar todo desordenado, tampoco en la locura que estaba haciendo

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Hice una pequeña maleta improvisada, no me importó dejar todo desordenado, tampoco en la locura que estaba haciendo.

Busqué el primer vuelo para Bagdogra, no tenía ni la menor idea de como llegar a Nepal, así que confié en San Google, esperando que no me estuviera indicando como llegar a otro planeta.

No escatime con el precio, tampoco con las horas de vuelo.

Era el momento de comprender que era lo que había sucedido, e intentar la manera de colocar a Erwin Oz otra vez en mi vida.

Nunca pensé que podría ser tan decidida, dejando todo lo que conocía por un hombre que había marcado cada célula de mi cuerpo, llegando a lugares inexplorados, haciéndome amarlo desde lo más profundo de mi corteza cerebral.

Las manos no dejaron de sudarme durante todo el vuelo, así como las taquicardias imprevistas que me quitaban el aliento cuando el nombre de Erwin se deletreaba en mi mente.

Al llegar a mi primer destino, después de 52 horas de vuelo, con escalas interminables en Turquía y Nueva Delhi, recibí un mensaje de Derek, ni siquiera me tomé el tiempo de leerlo, sentía que el tiempo se acababa, y ese hombre ya no estaba en ninguna de mis ecuaciones.

Un mensaje de Carl diciéndome que le debía una explicación, una cena y un mes de trabajo gratuito. Sonreí al leerlo, al menos sabía que no estaba realmente molesto por mi plantón.

Por último, un mensaje de Grace, un plano "buena suerte", seguido de un emoji con los ojos volteados hacía arriba. Mordí mi labio, sabiendo que le debía una disculpa, y tal vez un agradecimiento eterno, algo que determinaría después de mi encuentro con el monje.

Al cuarto día de mi búsqueda, después de quedarme en algunos hostales, conseguí una cabaña de ensueño, la madera parecía nueva, incluso cuando se notaba que llevaba años bajo la imponente base de una cordillera que te quitaba el aliento.

Mi cuerpo temblaba, parada frente a la puerta que me separaba de la verdad.

Antes de impactar mi puño, la puerta se abrió. Mostrándome la realidad del monje que le había enseñado todo a Erwin, el hombre que me había dado la oportunidad de conocerlo incluso cuando ya sabía quien era.

— Llegas tarde. – Soltó. La solemnidad de su rostro, la profundidad de su mirada, la seriedad de cada una de sus facciones me hizo llorar desoladamente. Sabiendo que, realmente estaba llegando tarde.

— No tengo tiempo... - Balbuceé. Entre hipidos lastimosos que se confundían con los flujos que se escapaban por mi nariz.

— Aún lo hay. – Sentenció.

Me gustaría decir que pasamos noches en vela charlando, que el entrenamiento fue placido y sin complicaciones, pero la verdad, esa misma que Erwin relató en su libro fue lo mismo que experimenté.

Días extensos, silencios interminables, contemplaciones mezcladas con meditaciones que comenzaban a agotar mi paciencia, 2 semanas se fueron en un suspiro, días en los que entrenar para los sueños parecía una utopía la cual jamás iba a comprender.

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