XXII

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El demonio logró recuperar todos sus sentido por completo luego de unos minutos y entonces buscó nuevamente al joven, encontrandolo fuera del departamento.

—Esta apuntó de atardecer —dijo al escuchar al cazador acercarse—. Después de todo lo que ha pasado siento que no he visto esto desde hace siglos.

—La última vez que lo viste me llamaste cobarde —mencionó el cazador—. Aún no lo he olvidado.

—Y aún creo lo mismo —sonrió—. Solo que no lo digo en voz alta —afirmó el joven.

—Muy inteligente de tu parte —dijo entonces el cazador parándose a su lado.

—No me convencerás —aseguró mirándolo—. Si existe la posibilidad de ayudarte lo haré, no importa cuánto te enojes.

—Entonces hagamos un trato —propuso el cazador—. Si tu me prometes no arriesgarte más por nadie, yo te prometo no matar a Gulf.

—¿Hablas enserio? —cuestionó sorprendido el joven.

—Mm —pronunció el cazador asintiendo.

—¿Por qué no me dejas ayudarte?¿Por qué es tan difícil para ti aceptar eso? —cuestionó el humano—. Estas dispuesto a no hacer lo que te ordenaron solo por ello.

—Le di mi palabra a tus padres, les dije que te mantendría seguro —dijo el cazador mirándolo a los ojos—. Déjame cumplir con eso.

—¿Y por qué lo que les prometiste a ellos es tan importante para ti?

—Porque Alyssa, tu madre es la razón por la que los demonios como yo fuimos creados —afirmó el cazador—. Le debo respetó y lealtad —agregó y entonces el joven lo miró con duda en los ojos—. ¿Qué sucede? —cuestionó el al notarlo.

—Quiero preguntarte algo —mencionó el humano—. Pero no estoy seguro de que me dirás la verdad.

—¿Por qué te mentiría?

—Tú no mientes, solo ocultas la verdad —afirmó el joven.

—¿Ocultar la verdad?¿Cómo qué? —cuestionó el demonio con el ceño fruncido.

—Como el hecho de que ya sabías quienes eran mis padres antes que yo —respondió el joven serio—. ¿Me negarás eso?

—No, tienes razón... lo sabía.

—¿Desde cuándo?

—El día que fuiste por primera vez a tu casa.

—¿Cómo? —cuestionó confundido el joven—. Yo estuve en todo momento con ellos.

—Tu madre te durmió por unos minutos y pinchó tu dedo para que yo pueda sentir el aroma de tu sangre —respondió el cazador—. Y cuando lo hice entre sin pensarlo... entonces lo descubrí.

—¿Entraste solo por una gota de sangre?

—Era tu sangre, tenía que comprobar que estabas bien.

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