Diecinueve

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Alysa

Miedo. Esa era la palabra perfecta que describía cómo me sentía en aquel momento. Tenía mucho miedo, Damian nunca había sido así de agresivo e impulsivo, bueno... Solo una vez, pero pensé que había recapacitado, ahora me podía dar cuenta que ese lunático era muy impredecible. Si antes tenía mucho miedo de aquel hombre ahora ese sentimiento se había multiplicado. ¡Quería salir cómo sea de este manicomio!

Escuché un extraño sonido en la puerta y entré en pánico, forcejeaba contra las viejas y oxidadas cadenas corroídas por el tiempo y humedad cuando sentí cómo un pequeño pedazo de la cadena caía al piso, haciéndose trizas al momento del impactado, así esparciéndose por todos lados. Abrí mis ojos preocupada por el hecho de que aquella cadena estuviera oxidada y mis manos estuvieran atrapadas entres ellas, ¿qué tal si me cortaba y luego me daba tétanos? Me estaba llenando la cabeza con posibles opciones cuando me vi interrumpida y cerré con fuerza los ojos al momento de escuchar rechinar la puerta al abrirse. Abrí solo un ojo y mi miedo se intensificó al encontrarme con la sonrisa como la del gato de Cheshire, me miraba triunfante, era Cloé. Con una sonrisa descarada se acercó a mí, haciéndome temblar y pasar saliva sonoramente. Con su frío tacto como la nieve tocó la punta de mi nariz, en ese momento sentí como si mi alma saliera de mí, sentía como si todos mis temores y pensamientos más profundos salieran al aire, me sentía expuesta. ¿Cómo diablos había hecho eso con tan solo tocarme? ¿Qué cosa era ella? La tenue luz no ayudaba mucho, ya que, no podía ver muy bien los movimientos que hacía aquella chica de extenso cabello. Tomó fuerte mi mentón, haciendo crujir un poco mi quijada. Hizo que la viese a los ojos y con una mirada siniestra en sus ojos me sonrió maliciosamente, parecía como si estuviera entretenida con lo que mis ojos revelaban.

Sopló tres veces en mi rostro. La primera vez su aliento se sintió frío, la segunda vez se sintió caliente y la última me hizo retorcer. Me sentía extraña y mareada, tenía escalofríos que recorrían con gracia todo mi cuerpo. Solté un grito de dolor porque en mi pecho sentí una fuerte punzada, mi corazón se aceleraba cada vez que gritaba y mi pulso aumentaba continuamente. Con un dedo tocó mi pecho, exactamente en la parte en donde se encontraba mi corazón, dio dos toques y sentí un temblor recorrerme todo el cuerpo. Se me puso la piel de gallina de un momento a otro y el sueño que tenía era incontrolable, no podía mantener los ojos abiertos por mucho tiempo.

-Dulces sueños, Aly-, dijo maliciosa, se fue y me dejó con un fuerte dolor en el pecho. Yo solo bajé la mirada y con ayuda de mi hombro izquierdo limpié las dos lágrimas que traviesamente se habían escapado.

***

Damian

Espero que dejándola encerrada y amarrada aprendiera, ese era mi castigo, no muy ingenioso pero bastaría para que no me jodiera por lo menos por algunos días. Aveces podía ser bipolar pero es que esa niña me sacaba de quicio.

Me recosté en mi cama, cogí mi libro favorito, A sangre fría, y me dispuse a leer. Trataba de hacerlo pero no podía, algo me lo impedía. Trataba de concentrarme y muy poco tiempo lo lograba, aunque me riese de algunas cosas que en el libro aparecía, no era lo mismo. Algo me incomodaba y me estaba hartando. No me entendía, estaba bien, me reía y me divertía, pero en el fondo sentía un vacío que no desaparecía aunque estuviera riendo a carcajadas.

Me di la vuelta y quedé con la cabeza recostada en la almohada, veía las gotas de lluvia caer del cielo grisáceo y tocar el vidrio templado de mi cuarto. Desvié mi mirada de la ventana hacia la pared donde había una pequeña estantería para libros que usualmente leía, me paré con duda en mis movimientos y empujé un poco los libros antiguos, dejando a la vista la pequeña puerta que había detrás de estos. Fruncí el ceño e inmediatamente todos los recuerdos vinieron a mi cabeza. Suspiré con firmeza, estiré mi mano, la abrí y saqué la caja que yacía ahí por bastante tiempo con telarañas y con manchas amarillas indicando su antigüedad. Soplé en la tapa el polvo que estaba ahí y divisé las palabras Una Última Vez, escrita con una bonita e impecable caligrafía. Aún recordaba cuando decoramos esa pequeña caja juntos, ella estaba muy emocionada. Saqué la tapa y lo primero que vi fue la carta ahora ya mostaza, que ella había escrito, la que una vez había encontrado doblada en mi casillero, pensando que era alguien a quien no conocía pero realmente era ella, la que me había ayudado y reconfortado por mucho tiempo;

Soy Suya Donde viven las historias. Descúbrelo ahora