Treinta y Siete

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Alysa

La verdad era que no sabía qué hacer. Por un lado, quería arriesgarme a decirle que no se fuera y se quedara conmigo, sin embargo, por el otro, quería quedarme aquí y esperar a que se largara. Estaba preocupada por la lucha interior que se estaba llevando acabo, sabía qué era lo que estaba ganando, era más que claro, pero no podía dejarlo. También estaba mi orgullo, ¿qué le pasaría? ¿Se supone que tenía que ir a rogarle porque se quedara? ¡Eso nunca! Pero, ¡rayos! No podía irse, al menos, no sin mí. Debía de estar más que loca para estar haciendo esto, es decir, ¿quién lo hacía? Muchas ya hubieran ido a sus casas, pero, lamentablemente, yo no tenía una o ya no quedaba nada de ella.

Lo único que me quedaba era él.

Abrí la puerta y ¿por dónde empezaba? Podía estar por cualquier lado, podría hasta ya haberse ido, no había de otra que buscarlo y apostar por mi suerte.

Me guiaba por el sonido de las voces acercase, pero se me hacía casi imposible porque se escuchaban bastante lejos, se escuchaban arriba y para ser sincera, estaba a punto de desistir porque tenía que subir bastantes escaleras. Seguí caminando y subiendo, perdí la cuenta de cuántas había pasado, pero cuando ya me iba a dar por vencida, una puerta se abre y para mí buena suerte era él.

-¿Qué haces aquí?-, sentí un frío escalofrío recorrerme todo el cuerpo y es que era cierto, me había dolido la frialdad con la que había dicho aquello-. Alysa, ¿qué pasa?-, si supieras lo que estoy sintiendo justo ahora.

-Nada-, solté en seguida y juraba que me quería dar un puñete por aquello, ¿es que no podía ser más tonta?

-Dime-, demandó en un tono un poco agresivo. Es cierto, debía decirle. No había venido hasta aquí por las puras, me había demandado mucha energía subir tantas escaleras como para echarlo todo a perder.

-Quiero que..-. Tragué saliva, ¡rayos! No podía hacerlo, me sentía muy tonta, sentía que me estaba humillando, que estaba pisoteando todo mi orgullo para hablarle a aquel tarado.

No podía hacerlo. Negué y me dispuse a irme, sin embargo, unas fuertes manos me agarraron por la espalda y me dieron vuelta. No podía hacerlo.

¿No podía o no quería?

-Alysa-, ¡rayos! Aquellos demandantes ojos me estaban sometiendo a un interrogatorio que estaba gustosa de responder. Era ahora o nunca.

-No te puedes ir-, hablé apenada y agaché la cabeza. De pronto, sentía que hacía mucho calor, ¿ya era verano?

-¿Por qué?-, parecía que quería que lo dijera, ¡oh no, señor! ¡Eso sí que no!-, ¿por qué no quieres que me vaya?-, creo que es más que obvio, idiota.

-Porque no-, vacilé y desvíe mi mirada.

-Eso no basta, ¿acaso mi vida dispone de ti?-, auch. Y como si un cristal se hubiera caído, sentí mi corazón romperse en mil pedazos.

-¡Lárgate!-, le escupí en la cara. Ya no podía con eso, estaba a punto de decirle aquello que era tan importante para mí, pero no, él la había malogrado el momento, como siempre. ¡Era imposible! ¡No se merece nada! ¡Merece todo el odio!

-Tengo algunos asuntos que resolver, Aly-, contestó cuando estaba a punto de cruzar la puerta-, no puedo quedarme-, finalizó.

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