Treinta y Cuatro

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Benjamin

Aunque me diese miedo haber matado a la vieja de Damian, se lo merecía. Esa abuela lo era todo para él, pero qué más daba. Él se había llevado a la persona que más me importaba, bueno, ahora estábamos a mano. Debo admitir que al principio me daba remordimiento, ella me había acogido cuando mis padres me habían abandonado, otra historia patética de un pobre huérfano.

Pero todo pasaba por algo.

Apreciaba que hubiera sido tan buena conmigo, de verdad que lo hacía, pero en esta vida eso no es suficiente. Ser bueno es ser un blanco perfecto para las personas más oscuras. Dejas un punto en blanco y estos lo acecharán hasta que no quedase nada de este. El punto blanco se puede volver gris si no cuidas de él.

Estaba más que furioso con Damian y la muerta de su abuela. Habían matado a Cloé, la única persona que tenía el vínculo con Berit. Y eso no se lo permitirá, me vengaría. Por su maldita culpa ya no tendría a Berit a mi lado, era cierto que nunca había tenido la suficiente valentía para decirle que la amaba, pero no le daba ningún derecho de hacer lo que hizo.

¡Claro! Mataba al vínculo con mi chica para conseguir a la suya, era un completo idiota. Estaba obsesionado con ella.

Fruncí el ceño por el hecho de que Damian siempre consiguiese lo que él quería. Siempre había sido así, siempre todo el mundo había tenido preferencia con él. Por eso, ahora se había vuelto tan engreído e idiota, siempre haciendo sus putos berrinches si no conseguía las cosas como quería, siempre a la costa de otros.

Lo peor es que él sabía que ella me gustaba.

Caminé decidido hacia una dirección en especifico; su casa. Sabía que se dirigía ahí, lo había visto, además, podía intuirlo porque ¿adónde más iría? No tenía a nadie, él era un pobre hombre que era odiado por todos, yo era uno de sus pocos amigos, pero ya no.

Desde ahora, Damian estaba más que muerto para mí.

Literalmente moriría.

Junté toda la madera que pude y la distribuí por toda la choza que tenía como casa. Me habían dicho que morir incinerado era bastante gracioso, bueno, para el que lo veía. Realmente era excitante ver cómo el fuego se extendía a lo largo de toda la casa, cómo algunas maderas caían y seguían formando más fuego, amaba que este se avivara tanto.

Ya nadie sabría de Damian Merimeé.

***

Después de haber besado a Alysa, Damian la rodeó con su brazo y se quedó dormido junto a ella. Al parecer nada estaba a su favor porque al abrir los ojos, vio el cuarto inundado por humo gris. Alarmado tomó a Alysa en brazos y abrió la puerta.

Sabía que tendría quemaduras fuertes si cruzaba todo el fuego que lo rodeaba, pero no le quedaba de otra, era eso o morir con su Alysa en brazos. No lo volvería a permitir.

Cuando estaba dispuesto a hacerlo, el fuego creció más. Ya no sabía qué hacer, tenía miedo, no por el, por ella. Regresó al cuarto y dejó a Alysa en la cama, se acercó a la ventana y de un solo jalón las cortinas estaban en el piso. Abrió la ventana y vio para abajo, todo se estaba incendiando, no tardaría en que los alcanzara.

Miró por unos segundos a Alysa y le dio un último beso. La cogió en brazos y tomó impulso para luego saltar y caer lejos de ahí. Todo pasó tan rápido que cuando abrió los ojos, él estaba tirado en el piso y Alysa sobre él. Un gran alivio.

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