CAPÍTULO XVII

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Su buen peinado se movía débilmente con suaves ráfagas de viento, alborotando un poco, provocando que sus dedos agarraran los mechones tercos que se escapaban por su frente en un vano intento por acomodarlos como antes.

Ignacio se miró en un ventanal observando si todo en él estaba en orden, para que así su reputación de buena vestimenta, peinado prolijo y rostro inmutable no deje de tener. Las miradas se posaron en él mientras entraba por la segunda puerta de la universidad, ya se había acostumbrado a estas. Su familia era importante y sus calificaciones eran excelentes, por sobre todo su rostro digno de admirar y que sacaba más de un suspiro era la cereza que decoraba finalmente el elegante pastel. Además de no dejarse intimidar por nadie.

O bueno casi nadie.

Aún seguía averiguando la razón de porqué unas mejillas rojizas y una cabellera de ese mismo color podían alertar y desequilibrar su perfecto y pulcro mundo que estaba ya sumamente acostumbrado. Y hoy no era la excepción, pues, apenas lo vio levantándole la mano y sonriendole, mostrando una perfecta curva de dientes blancos y unas pequeñas arrugas que adornaban su rostro, supo que nuevamente su cosmo se venía abajo.

El de cabello negro sentía, cada ves que lo miraba o le dirigía la palabra, sus piernas flaquear, su respiración irse a algún lugar lejos y sus palabras ser arrancadas como flores marchitas de un cuantioso jardín. Frunció el ceño, se paro firme, a pesar de los sentimientos aún siendo un enigma para él -aunque muy en el fondo ya los sabía- podía ocultarlo en su totalidad, como si en realidad todo lo que le pasara fuera un simple sueño de un chico hormonado. Nadie más debería saber lo que el francés le causaba.

Nadie más que él mismo.

Le devolvió la sonrisa y trató de ignorarlo en lo que pudo, pero los pasos acercándose a él y un pequeño toque de hombro lo desestabilizó por completo y deseo que el sonrojo que amenazaba por salir se quedara en sus adentros, afortunadamente para él, lográndolo.

—¿También física? —preguntó con su adorable acento.

—Sí —fue lo único que su boca logró decir sin que se tirara al suelo ahí mismo. Eran demasiados sentimientos que no podía permitirse tener el lujo de sentirlos. “No, está mal”, se repetía en su cabeza como consolación.

Y era verdadero que pensaba así, más no era cierto que así fuera. Aunque no siempre esas vagas ideas de lo que creía incorrecto estuvieron ahí.

“Las figuras de acción lo podían ser todo para niños y adultos, desde mercancía coleccionable hasta mejores amigos que cobraban vida en la basta imaginación. Así era el caso de un niño de tan solo unos cinco años, quien sostenía dos juguetes entre sus manos con una sonrisa inocente.

¿No había nada de extraño no? Era lo que cualquier niño haría, pero no para el padre de aquel niño, quien vio la escena por el rabillo del ojo dándose cuenta que el pequeño juego que su hijo hacía en realidad eran besos compartidos entre ambos juguetes que la sociedad había proclamado como masculinos.

Se levantó con él entrecejo sumamente fruncido  y votó el periódico que había dejado de leer hace un buen tiempo para observar al pequeño. Y sin previo aviso arrebató con furia los juguetes del niño, ganándose una mirada con miedo de parte de este.

—Así no juegan los niños Ignacio —habló casi gritando, la joven madre quien había oído el primer grito apareció tras las escaleras mirando de lejos—, eso es de enfermos. Asqueroso, dos hombres no pueden besarse ¿Entiendes? —le propinó un golpe en el hombro que lo hizo retroceder.

La mujer quieta observó a su hijo y espero a que su esposo se fuera enfurecido al cuarto. Nunca hubo maltrato a ella, nunca le habló fuerte, pero tampoco podía permitirse que le hablara a su hijo así. Sin embargo se había quedado sin opciones. El hombre era un empresario famoso que disponía de todos los lujos posibles y ella solamente fue una mesera que atrajo su atención. Con pesar abrazó a su hijo quien lloraba en silencio pies sabía que su hacía ruido su padre regresaría.

—Solo no hagas eso hijo —susurró en su oído, sabiendo ella que aquello en realidad no era malo, pero sin ninguna salida más que se le pudiera ocurrir.”

Ese recuerdo ya casi se había ido de su mente. Y las palabras de su padre quedaron marcadas en un odio hacia el amor que el creía anormal.

—¿Estás bien? —preguntó el culpable de sus pensamientos indeseables, como pensaba él.

Se enfureció, ya era un mes  que el pelirrojo lo seguía como una cría a su mamá,  un mes que le hablaba de la manera más dulce que nadie había hecho, un mes en el que su corazón se oprimía con cada sonrisa y sus ojos brillaban cuando los de él lo hacían.

Un mes en el que sentía tanto asco de sí mismo.

Aún trataba de alejar esos pensamientos, echándole la culpa al francés por ser tan perfecto. Por volver su mundo inquebrantable tan frágil. Por ser la reina en su tablero de ajedrez y por él ser tan solo un simple peón.

—Me preocupas —dijo sincero.

Cuando sintió un toque en su mano simplemente explotó. “Está mal, quiere corromperte”

¡Déjame en paz! —gritó votando la mano del contrario en un acto casi involuntario— ¡Aléjate de mi! Me das asco —las miradas se posaron en el par, mirando espectantes los movimientos próximos de Ignacio, ya conocido en el colegio por sus actitudes, y alabado también—. Aunque lo intentes nunca seré como tú.

Y corrió a los baños sin mirar atrás, con un sentimiento que nunca antes había sentido carcomiendo el interior: La culpa.

El pelirrojo mientras tanto se quedó ahí de pie, mirando el suelo con los ojos cristalizados. Una delgada película de lágrimas amenazaban con inundar sus mejillas coloradas. Los murmullos no se hicieron esperar llenando todo el pasillo, pero su mente no se ocupaba en eso, estaba trabajando en la escena que había pasado.

Se preguntó si había sido demasiado obvio. Si había descubierto que le gustaba.

El día que se conocieron fue mágico para el pelirrojo y al principio pensó en una amistad. Nunca antes le habían interesado sus compañeros, o alguna chica o chico de cualquier lugar. Pero lo vio, sentado con una imagen perfecta con un perfil pulcro y con una respiración incluso rítmica.

Y fue ahí en el momento en que sus ojos se posaron sobre los de él, ahí fue cuando se dio cuenta que detrás de aquella pintura perfecta y costosa, se encontraban lienzos vacíos y óleos secos. Fue ahí que quizo ayudar, que quizo intentar decolorar para volver a pintar, para hacer no una obra de arte perfecta y pulida, sino para hacer una real.









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Holi, jiji

Les anda gustando la historia? :') háganme saber para saber si continuarla sjdjsivfk

Ahre no, la continuare, pero igual los leo uwu. Que me hace feliz hacerlo.

Weno weno pregunta del día ¿De donde son?

Nos leemos luegooo 🖤





–Always in my heart. M.

Nostalgia [killerrich]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora