CAPÍTULO IV

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El día pudo haber sido el más pacífico de su vida. Había despertado tranquilo y con unas ganas un poco altas de estudiar, algo raro en él. Muy pocas personas andaban por la angosta facultad y eso sinceramente era de agradecerse. Por fin había encontrado un poco de paz que le hacía falta para tratar de olvidar...

Hubiese sido así de no ser por alguien, que tenía de nombre Rubén.

En cuanto Ricardo lo vió decidió pasar de él de forma experta, intentó no ver directamente sus ojos, lo menos posible. Comenzó a silbar mirando al cielo. De pronto una ráfaga helada lo espantó y junto a ella el cuerpo del chico frente suyo estampando sonoramente contra el suelo. Lo descolocó por completo. Sus piernas como acto reflejo avanzaron a toda velocidad hacía él. Era bastante obvio que no se lo esperaba.

Se agachó rápido y viendo el cuerpo tirado frente suyo, lo volteó para ver qué le pasaba, con cuidado en todo momento; su dedo se dirigió hacia las fosas nasales, quería comprobar si respiraba, y si lo hacía, pero irregularmente, con dificultad. Vió también que estaba desmayado e ideas y recuerdos espantosos lo dominaron. Sin pensárselo dos veces  lo agarró con ambas manos y acostó su cabeza en su hombro, intentando acomodarse y provocando el menor daño que se podía. Temía hacerle algo.

Ahí, en esa posición, también se dió cuenta lo poco que pesaba su contrario; su estatura era como de un chico promedio, más pesaba muchísimo menos de lo que se aparentaba. Era bueno de cierto modo, pues había dejado de hacer ejercicio y no estaba en condiciones de cargar algo a alguien que pese más de lo que puede. Siguió corriendo hasta el tópico, el cual quedaba a la vuelta  de la facultad de música, donde se acaba casi por completo el campus. Estaba no muy lejos, y para su suerte no había encontrado a nadie hasta ese momento.

Rubén se estaba cayendo. Agarró una mano del chico, la cual estaba sumamente fría y la colocó detrás de su cuello, sus brazos hicieron saltar al más bajo para que así, Ricardo, pueda acomodarse. Les faltaba muy poco.

Mientras tanto una mirada canela les seguía, tratando de que no se den cuenta de que los estaba observando tras un árbol. Y para la suerte de aquella desconocida figura, el de cabello negro, no se había fijado en su presencia.

Llegó con la respiración agitada y los brazos muertos, tocó la puerta con la rodilla; esperó unos cuantos segundos y de ahí salió un hombre bastante alto, tenía un porte profesional. Su bata blanca y el estetoscopio colgando en su cuello delataban que él era el doctor. Abrió sus ojos en cuanto vió a un desfallecido Rubén y a toda prisa lo hizo pasar. Ya dentro, entraron a uno de los cuatro cuartos pequeños, los cuales estaban separados por ligeras cortinas movibles; se colocó sus lentes y le señaló una camilla, rápido lo acostó allí. Pasó todo en menos de dos minutos, sin darle lugar para que pensara o siquiera repuesta con tranquilidad.

—¿Qué le pasó? —preguntó el hombre, desabrochando los tres primeros botones de la camisa del tumbado.

—Solo lo ví caer.

—Se ha desmayado —tragó saliva—, debes intentar que sus ropas estén lo más livianas posibles, desabrocha todo los ropajes que le aprietan, la sangre circula mejor.

Ricardo estaba inmóvil, viendo como los párpados de Rubén estaban algo morados, sus labios aún guardaban carmesí en ellos, su boca estaba entreabierta y las mejillas tenían un delicado rosa. Su cabello despeinado y sus montañosas cejas combinaban a la perfección con la piel lechosa. Bueno, tenía que admitirlo, el chico era atractivo.

—Bien ahora debo levantar sus piernas un poco, ayúdame, su cabeza debe estar ligeramente inclinada hacía un lado, tienes que sostenerlo, no muy fuerte. Evita que se caiga.

Hizo caso y acudió, siguiendo las instrucciones que se le había indicado.

Agarró un algodón y un poco de alcohol— Esto no lo hagas nunca a menos de que sea un poco grave. El chico en cuanto despierte se sentirá mareado, el alcohol ayudará a que el malestar no sea muy fuerte.

Nostalgia [killerrich]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora