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Con el tiempo, Jungwon fue descubriendo que ya casi podía controlar del todo sus inevitables miedos.

Cumpliendo 18 años, comprendió que no sólo podía escapar de los problemas, si no que tenía que enfrentarlos.

Así que se cambió de casa con su madre poco tiempo después de su cumpleaños, aunque no era muy lejos de su antiguo hogar. Jongseong y él se seguían viendo muy seguido.

Ahora tenía una habitación más grande, y una pared lo suficientemente extensa para recrear el mural de los pingüinitos que había hecho hace dos años.

La vida le sonreía otra vez, y eso era bastante bueno. Jongseong se sentía feliz, porque aquel chico de cabellos castaños merecía todo lo bueno del mundo, y él se encargaría de dárselo algún día; si Jungwon quería la Luna, la Luna sería de él.

La noche que Jungwon terminó su pintura, invitó a Jongseong a casa para que pudieran cenar juntos. La madre del menor se encontraba trabajando para mantenerlos a ambos, así que el mismo Jungwon tuvo que hacerse cargo de la comida.

Hubo muchas risitas y besos de por medio.

Y cuando el más bajo le mostró su obra a Jongseong, prácticamente estuvo a punto de llorar. Jungwon sólo sonrió tímido.

La velada fue una maravilla para ambos, pero en un instante todo se volvió diferente.

Jongseong no se dio cuenta de en qué momento había comenzado a posar su mano bajo la tela del suéter de Jungwon mientras se besaban en la habitación del menor.

-Jay. . . Detente.

Jungwon respiró agitado unos segundos, no pudo evitar que los recuerdos de su trauma volvieran con sólo ese toque.

-Jungwonie, no. . . Yo, perdón, no quería. . .

-Solo. . . Vamos despacio ¿Bueno? Aún estoy algo nervioso.

Jongseong asintió y en poco tiempo volvió a los labios de Jungwon.

𝙋𝘼𝙎𝙄𝙏𝙊𝙎 𝘿𝙀 𝙋𝙄𝙉𝙂Ü𝙄𝙉𝙊 » 𝙅𝘼𝙔𝙒𝙊𝙉Donde viven las historias. Descúbrelo ahora