Capítulo Trece

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El niño pelinegro de alrededor de cinco años corría por la casa entre risas, esquivando los muebles y procurando no tropezar y romper algún adorno que fuera importante. Su vida estaba llena de alegría, su hogar siempre era llenado de risas y gratos momentos que no cambiaría por nada en la vida.

Gritó alegre cuando sintió como unos brazos le sujetaban y le alzaban del suelo, escuchando una voz masculina rugir como si fuera algún monstruo malvado. Sólo pudo reír con más fuerza cuando fue colocado en los hombros de aquel hombre que reconoció como su padre, ahora siendo él quien le llevaba corriendo por la casa, fingiendo ser lo que parecía ser un dragón. El niño pelinegro se aferró a su cuello con una tierna sonrisa en su rostro, desviando su atención del camino cuando pudo ver una figura femenina salir de la cocina.

¡Mamá! — alzó sus brazos en dirección hacia ella, y su padre, como un buen dragón realmente, lo llevó hasta ella y lo entregó en sus brazos, por lo que el pequeño no dudó en abrazar con fuera a su madre, sintiendo como los brazos de su padre rodeaban a la mujer, cubriéndolo a él de manera paternal.

De pronto el brillo alegre de los ojos oscuros del pelinegro se volvió opaco, y cuando menos se lo esperó, se encontraba observando una lápida con el nombre de su madre. Sujetaba la mano de su padre, en donde este tenía un paraguas especialmente para él, evitando que se empapara aunque el adulto estuviera completamente empapado.

Dejaba sus lágrimas caer mientras escuchaba la voz de su padre cantar una canción que su madre adoraba escuchar, una canción que le dedicó los siguientes cuatro años de muerta, dejando una rosa blanca en su tumba.

El cuarto año recuerda haber sido encontrado en su casa por el mejor amigo de su padre, quien le llevó hasta su auto y lo dejó allí para buscar a su única familia. Ese día habían regresado temprano del cementerio, ese día su padre simplemente se encerró en el baño, y el niño pelinegro de ojos oscuros sabía que lo hacía para llorar sin que lo viera. Lastimosamente ese día fue diferente; su padre había decidido buscar a su madre en el cielo para que no estuviera más sola, ¿Pero qué sería de él?

Sintió como esta vez la lluvia empapaba su pequeño cuerpo, sin saber si sus temblores eran a causa del frío o por su llanto. Gritó, lloró y desgarró su voz sin importarle nada más, frente a las dos tumbas donde yacen sus padres, donde ahora sabía que estaban juntos.

El mejor amigo de su padre posó su mano en su hombro, murmurando suaves palabras de apoyo e indicándole que debían volver a casa. Pero él se rehusó, se negó a dejar a sus padres, los quiso de regreso, quiso volver a tener a esa familia con la que fue tan feliz.

Pero era imposible traer a la vida a los muertos, y por tanto, acabó solo.

˗ˏˋ ♪ ˎˊ˗

Los ojos oscuros del mexicano se mostraron en la oscuridad de su habitación, fijando su atención en el techo un par de segundos antes de frotar sus ojos y mirar la hora, tres de la mañana, 10 de diciembre.

Suspiró con pesar mientras volvía a cubrirse con las sábanas, intentando alejar los recuerdos de  sus dolorosos gritos pidiendo de regreso a sus padres cuando era un niño. Tomó su celular con intenciones de distraerse un poco, pero acabó mirando los mensajes de cierto pelinegro de ojos azules, el cual preguntaba un par de detalles del vuelo que tomarían dentro de cuatro horas hacia su país de origen.

Quizás no debió de invitarlo, quizás no debió de creer que sería buena idea pedirle su compañía en una situación como esa. Jamás había hecho algo igual, jamás le había confiado esa parte de su vida a alguien más, ¿Por qué ahora que estaba con él, las cosas eran tan diferentes? Tenía razones por las que había cambiado, razones que se negaba rotundamente a aceptar muy en su interior, no sólo por su orgullo, sino porque jamás había amado a alguien de aquella forma tan diferente a la que amó a sus padres.

Feral | QuacknapDonde viven las historias. Descúbrelo ahora