Zarek Andire

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Observé que fluía por el piso rugoso una gran mancha de sangre fresca que se expandía por las grietas llevándola hasta lugares lejanos del cadáver del que provenía. Cerca de este mismo yacían algunos órganos masticados, como los intestinos y parte del pulmón, sin embargo, dentro del torso no había ni una mínima pista de que antes de ese gran vacío hubiera algo que lo llenara, su sabor no era nada fuera de lo normal —si es que podemos darle ese tipo de descripción— pero era gratificante todo el proceso de terminar así.


Cuando terminé los trozos faltantes de aquél tipo limpié en mi pantalón la sangre que había en mis manos, sin mucho éxito para quitarla del todo, pero lo suficiente para no manchar más partes de mi hermoso rostro pálido cubierto de color jade, también limpié eso. Di un resoplido y me retiré hasta llegar a mi auto, subí en el sin prisa y prendí el motor mientras me preparaba para conducir hasta mi casa.

Unos lentes de sol para no llamar la atención cubrían mi rostro, aunque no parecía ser necesario teniendo en cuenta que mis vidrios estaban polarizados; no importaba, de todas maneras, me quedaban increíbles.

Conducir no es algo que me resulte difícil, pero lo detesto, viajar por la ciudad a gran velocidad no parece buena idea cuando acabas de desayunar a un humano.

Sonreí ante la idea de ser atrapado, y luego reí ante tal estupidez, ningún humano sería capaz de mantenerme al margen de sus ideales, principios y leyes. Acomodé mi cabello y pisé el acelerador a fondo, no había muchos autos ya que era muy temprano aún, el sol apenas lograba volver a iluminar el cielo oscuro lleno de nubes grises azuladas.


Mientras conducía a gran velocidad miraba a los pocos que pasaban y quedaban pasmados ante mi velocidad, nunca había algo que me llamara mucho la atención cuando hacía mi recorrido a casa, pero esta vez era diferente.


—¿Por qué ese chico me resulta tan familiar? —dije entre dientes mientras reducía considerablemente la velocidad y mordía mi labio inferior, curioso de aquel humano frente a mí. Era un chico de no más de 25 años, alto y de cabello castaño claro; bastante fornido; vestía de forma... peculiar: llevaba pantalones color caqui, una camisa verde militar con un estampado que no alcancé a distinguir, no era de ninguna marca famosa. También llevaba una chaqueta que sin duda era del tipo que un militar usaría; no obstante, sólo la había visto una vez en toda mi existencia, pero no era capaz de recordar en dónde.

El chico corría, no como si fuera perseguido, sino como parte de una rutina, ambos cruzamos miradas y una vez que mi auto lo pasó no le di más importancia.

Al llegar a mi casa lo primero que hice fue subir directo al baño, me quité mi saco y comencé a desabotonar mi camisa blanca —ahora roja—, empezando desde mis muñecas y terminando en mi pecho, puse esa ropa en una cesta especial y luego comencé a quitar mi pantalón y bóxer para así poder meterme en la ducha y eliminar cualquier rastro de sangre humana y restos de órganos masticados.

Al salir sequé un poco mi cabello, mi cara y cuello, mientras que con otra me cubría la cintura. Fui a mi habitación y, como siempre, mi ropa limpia del día estaba ahí, me la puse bastante rápido para poder hablar con mi secretaria, sólo tuve que alzar mi celular, siempre era muy puntual.


Tuvimos una charla aburrida que era rutina en este tipo de días, me dio las indicaciones de qué temas abordar y cuales dejarlos para después, era fácil pero no podía bajar la guardia, los humanos suelen desconfiar bastante y dejar de lado lo que pasa de moda.

Bajé al primer piso para decirle a mi ayudante de confianza que se encargara de la limpieza de mi auto y que se deshiciera de mi ropa, ellos nunca hacían preguntas, lo que me facilitaba las cosas en gran medida, y sé que no lo harían, después de todo no podrían hacer nada.

Salí por la puerta trasera y subí a un elegante auto rojo y conduje como cualquier humano lo haría hasta llegar al lugar donde grabaría mi discurso para poder ser representante de varias naciones más, prácticamente todo era mío a este punto y no era difícil mantener a esos pequeños inútiles felices y callados.

Acomodé mi cabello para atrás y ajusté mi corbata para proceder a subir al podio, cuando me hice visible ante ellos se escucharon gritos y chillidos de júbilo, amaba ese sonido. Saludé con la cabeza al público y a los peces gordos que ese día me acompañaban en la primera fila, sonreí prudentemente y comencé.


—Qué tal a todos, espero se encuentren bien. El día de hoy es un día muy especial, hoy me darán este gran honor de volver a ser representante de este gran y maravilloso mundo. Quiero agradecer a cada uno de los ciudadanos que confían en mí. —«Idiotas.»— Y también quiero informarles mis nuevas reformas que sólo tienen beneficios y están pensados para que ustedes estén protegidos y cómodos.

Mencioné varias cosas que hicieron que los humanos se regocijaran, todo iba de acuerdo a mi plan, entre esas cosas mencioné temas de seguridad que era más que nada para controlar lo que podían hacer y lo que no. Ellos no saben nada del verdadero plan y los que lo intuyen no están ni cerca de lo que de verdad pasa, solo altos mandos saben algo, pero no saben lo que yo tengo en mente: ser el ser más poderoso en este mundo simplón, ser amado y tener todos en la palma de mi mano.

De regreso a mi casa mis pensamientos comenzaron a dispersarse hasta que un recuerdo se hizo presente, ese chico. Mordí la punta de mi pulgar mientras pensaba en donde podría haber visto su atuendo, mis ojos miraban al frente pero no estaban enfocados en la carretera. Suspiré con frustración y di un golpecito al borde del volante de mi auto y en ese momento tuve un pequeño recuerdo.

Era una mañana nublada en una ciudad alejada cerca del mar, yo había bajado de un lindo tren de época y me dirigía a la plaza de la ciudad, en ese momento yo aparentaba menos edad de la que tengo ahora, a penas 17 quizás.


Cuando llegué ahí pude ver restos de lo que alguna vez fueron edificios, casas y comercios, ahora simplemente eran escombros en el suelo y fachadas a medias.

En esta pequeña ciudad se llevaba a cabo una guerra, nadie podía salir ni entrar, excepto yo claro, inclusive estaba involucrado de alguna forma en el inicio de este gran caos.


Sin nadie que me viera me senté en el edificio más alto que seguía en pie —o mejor dicho, lo que quedaba de él— miré un largo rato como las tropas iban y venían, eran personas de todas las edades y todos tenían vestimenta parecida a la de aquel chico que se había llevado mi atención, observé durante meses las batallas que tenían lugar en toda la ciudad, me agradaba el sufrimiento de todos.

Pero un día decidieron que ya era hora de detener esa guerra, a ese punto se había extendido hasta otros pequeños pueblos que colindaban con aquella ciudad.

No me gustó nada esta decisión, me enfureció tanto que tuve que matar a la mayoría, sin duda fue un gran festín, tanto para mi cuerpo físico como para mi regocijo espiritual, fue una noche donde asesine a muchos, y dejé a algunos soldados débiles para que contaran como aquella terrible cosa había matado a tantos; esto no hizo más que empeorar las cosas para todos ellos al pensar que solo era una tonta historia para justificar las matanzas en territorios neutros.


Volví del recuerdo cuando me di cuenta de que había llegado a mi destino.

Quería recordar más, pero una llama de obsesión crecía en mi pecho, iba a encontrar a ese sujeto como fuera posible, y no tardaría mucho, será mío cueste lo que cueste. Sonreí imaginando todo lo que podría hacer, a veces algunos humanos resultan más interesantes que el resto, y este era uno de esos casos.

Malas Tentaciones [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora