Astilbe

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Después de los eventos ocurridos la semana pasada, Viktoria dejó en claro que no deseaba cambiar y que yo debía tomar cartas en el asunto.

Ella fue vigilada día y noche, sin ningún tipo de excepción. También, impedí que tuviera acceso al exterior hasta el día de nuestra boda; de esa forma evitaría que tuviera cualquier contacto con los hermanos White.

Desde los acontecimientos con Emma me aseguré de llenarla de regalos como una forma de recompensar la incomodidad que le traía mi compromiso con Viktoria y, además, demostrarle mi cariño y poderío.

Ella pareció aceptarlos ya que ninguno fue devuelto —o quizá era porque siempre daba instrucciones claras para que no pudiera rechazarlos—, eso aseguraba mi lugar en su corazón... y en su cama.

Viktoria no tardó demasiado en percatarse de este comportamiento tan inusual, aunado a que los regalos destinados a ella habían cesado. Odiaba tanto sus quejas; sin embargo, mi mano no flaqueó para infligir el castigo que esa mujer imprudente y promiscua necesitaba.

Su actitud cambió al cabo de un par de días, y yo conocía muy bien esa táctica. Debía admitir que era difícil no caer ante la tentación, por lo cual volví a perdonar sus actos mezquinos. De igual manera, ella no podría ser libre de nuevo hasta la boda.

Para agravar su suplicio decidí que todo lo que ella había decidido hasta ese punto para la decoración de nuestra boda y el diseño de su vestido de novia, sería modificado en su totalidad para hacerle saber quién era el que mandaba.

Su vestido en corte sirena de la mejor seda y tul violeta pastel fue cambiado por un vestido en corte princesa de falda amplia que cubría su figura, ya que yo era el único que podía apreciar sus curvas. Un precioso color sobrio de tonalidades amarillas reemplazó el llamativo y nada oportuno color violáceo del principio; ahora era verdaderamente acorde a la ocasión. Ella ni siquiera debía vestir de blanco, no era pura.

Las flores originales fueron modificadas en menor medida. Era claro que Viktoria compartía el mismo gusto exquisito para elegir flores y debía darle créditos por ello.

Su elección fue un magnífico ramo de lavandas, rosas blancas, peonias y astilbes. Yo conocía los significados de esas flores, y si ella también era lo suficientemente intelectual para saberlo, entonces no dudaría —del todo— de mi decisión para desposarla.

Lo que agregué a su ramo fueron flores para expresar distintas cosas: un tulipán blanco, que le otorgaba mi perdón; un clavel violeta para hacerle saber mi desagrado a su actitud; un par de rosas amarillas, denotando sus infidelidades y mis celos. Y, por último, lirios naranjas alrededor de todo el ramo para demostrar que mi corazón ardía de amor por ella, pero no podía evitar sentir desdén puro por esa mujer.

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Faltaba poco menos de un día para cumplir con mi promesa. Sólo algunas horas para por fin poseer a Viktoria.

Me resultaba increíble la forma en la que ella lograba desquiciarme: podía lograrlo tan rápido como ningún otro ser humano, y, aun así, ella todavía no estaba enterrada seis metros bajo tierra. Debía admitir que era inteligente, y no me convenía tenerla lejos de mí.

No podía dejar de sonreír al recordar la cara de decepción de Viktoria cuando vio las modificaciones a su vestido hace un par de días, y era aún mejor si recordaba su agradecimiento con tanto odio en su voz.

—Liam, ¿puedo entrar? —preguntó a lo lejos la dueña de mis pensamientos: Viktoria.

—Por supuesto, mi vida. ¿Qué es lo que sucede? —respondí de inmediato, dejando a un lado los documentos y la pluma fuente que mantenían ocupadas mis manos.

Malas Tentaciones [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora