Pastillas de azúcar

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El repetitivo sonido del monitor cardíaco comenzaba a ser familiar para mis oídos. No había otro sonido que me importara más que el del corazón de Ethan.

Las horas transcurrían como si se burlaran de mi desdicha, provocándome desesperación. Se alimentaban de mi tragedia.

Dos días y 12 horas desde que Ethan había sido ingresado. No me aparté de su lado en ningún instante y Emma tampoco. No hablamos entre nosotros por nuestro bienestar, y aun así comenzaba a irritarme su presencia.

El patrón de sonidos constantes tuvo un cambio abrupto que noté de inmediato. Alguien se aproximaba a la habitación acompañado de una enfermera. Giré la mirada para ver de quién se trataba.

Emma salió disparada a la puerta y la abrió con entusiasmo cuando también se enteró de la presencia ajena. Era Steffan.

Puse los ojos en blanco.

—Gracias por venir —murmuró Emma, abrazando a Coppola.

—Sabes que haría lo que sea por ustedes —respondió envolviendo a Emma en sus brazos, ignorando de primera instancia mi presencia.

—No hablen tan alto —advertí mirando fijamente a Steffan.

—Al fin nos volvemos a ver, Andire. De nuevo en circunstancias desagradables.

—Coincidencias —sonreí.

La tensión era bastante notoria entre ambos, y pudimos empezar una discusión de no haber sido porque el monitor emitió un sonido constante que indicaba que Ethan estaba sufriendo un paro cardíaco.

Emma soltó un pequeño grito e intentó acercarse a su hermano para hacer algo, pero Coppola la detuvo. Ella comenzó a llorar e intentó soltarse, pero Steffan la llevó afuera de forma rápida.

Mientras Emma luchaba con Coppola, yo salí al pasillo a buscar ayuda. Las enfermeras y médicos se movilizaron de inmediato y yo esperé en la puerta, completamente fuera de mí mismo mientras veía cómo le daban primeros auxilios.

Ethan no parecía responder a los electrochoques, lo que me comenzaba a poner nervioso. Ellos se dieron cuenta de eso y cerraron la puerta en mis narices sin que yo pudiera impedirlo.

Aún no había salido del estado de shock cuando caminé hasta la oficina del director del hospital. Entré sin tocar la puerta, azotando la misma contra la pared en cuanto la abrí.

En su interior se encontraba Ryan Black, leyendo documentos. Levantó la mirada con miedo cuando escuchó el alboroto, pronto sus facciones pasaron a demostrar molestia.

—¿Otra vez tú? ¡Al menos ten la cortesía de tocar la puerta!

—Cállate maldita escoria —dije con voz de demonio. Estaba seguro de que para ese punto mis ojos estaban completamente negros—. Vas a salvar a alguien y lo harás ahora.

Ryan se quedó pasmado de la impresión, ya había recordado esa vez anterior donde nos habíamos enfrentado. Sentí su temor enseguida.

—Ve a la habitación donde está Ethan White y trae a cualquier estúpido, déjalo solo y desactiva cualquier cámara de seguridad. No dejes entrar a nadie más a esa habitación hasta que yo te lo diga.

—¿Qué es lo que vas a hacer?

—Voy a salvar a ese hombre a mi manera, así que muévete si no quieres ser tú la maldita ofrenda —solté un gruñido mostrando una hilera de dientes puntiagudos similar a la de los tiburones.

Ryan extendió su mano temblorosa hasta su teléfono fijo e hizo lo que le ordené. Yo regresé a la habitación con Ethan, quien estaba en estado delicado.

Malas Tentaciones [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora