9. Solo esta vez.

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POV MARTINA.

Fui incapaz de quedarme dormida. Tener así de cerca a Lourdes era lo que más había deseado en toda mi vida. No podía recordar haber querido algo con más fuerza nunca. Haber querido a alguien más.

Y estaba pasando. Yo había retirado mi frente de la suya un par de centímetros para poder observar su rostro, pero su mano seguía escondida entre mis cabellos. La sensación de las yemas de sus dedos apoyadas en mi cabeza me tenía mareada. Pero era su cara lo que hacía que tuviese que esforzarme por mantener mi respiración pausada. No sabía que me pasaba, pero no podía evitar la emoción cuando tenía mis ojos clavados en ella.

Yo pensaba que las emociones que me despertaba esa chica ya habían experimentado su punto álgido. Pensaba que era imposible que mi pecho se sintiese aún más comprimido que cuando la miraba a escondidas en la oficina. Claramente me equivocaba.

Tener a Lourdes enredada en mí mientras dormía era otra cosa. Era otro mundo. Era otra dimensión.

Solamente sentía miedo. Miedo a que se despertase y que de paso, me despertase a mí de aquella fantasía. Por favor no te despiertes todavía, te necesito un poco más.

No tenía ni idea de cuántas horas habían pasado desde que llegamos a su casa. O si únicamente habían pasado minutos. La mano que llevaba mi reloj se encontraba bajo la cintura de Lourdes, y a mi me habría dado igual que se hubiese congelado el puñetero infierno. Mucho menos me importaba la hora.

Las cortinas echadas me impedían comprobar si la claridad del día había disminuido. Yo lo agradecía. Aquella relativa oscuridad acentuaba mi sensación de estar en otro mundo. En el mundo de Lourdes González. Yo me habría quedado a vivir en él para siempre.

Entonces vi cómo sus párpados se agitaban ligeramente. Y el miedo me atenazó la garganta. Por favor, no abras los ojos.

Pero ella nunca hacía lo que yo quería. Y aquella vez tampoco lo hizo. Observé como sus párpados se abrían con tal lentitud que pensé que no quería hacerlo. Pero lo hizo. Y no se movió ni un milímetro. No movió absolutamente ninguna otra parte de su cuerpo. Y allí estaban aquellas pestañas kilométricas, que ahora le rozaban la piel, mientras enmarcaban los ojos que tenían el color de mis pensamientos.

Yo pensé que me iba a echar a llorar como una niña en cualquier momento. Sentí un impulso casi incontrolable de ponerme a sollozar. Noté que los ojos se me aguaban. Madre mía, Martina no le enseñes esto.

En su lugar, apreté el agarre que mantenía en su cintura. No sabía lo que pretendía con aquello. Ni siquiera lo había decidido yo, fue el miedo. El miedo a que se separase de mi me hizo clavar los dedos en su piel, por encima de su ropa. No era capaz ni de saber si la agarraba demasiado fuerte, si le estaba haciendo daño. Sólo la sujeté con desesperación, mientras nuestros ojos se miraban.

Por favor, por favor, por favor, dame un poco más.

Y leí en sus ojos que ella podía ver mi desesperación. Que lo sabía. A aquellas alturas me daba igual darle pena. Yo misma me daba muchísima pena.

Entonces la mano que se apoyaba en mi pelo se movió. Yo contuve la respiración de forma abrupta, pensando que iba a retirarla. Por favor...

Pero no lo hizo. Sus dedos comenzaron a acariciarme tan suave que me tuve que concentrar para sentir su roce. Y pude volver a respirar. Y con la primera exhalación también se me escapó una lagrima. Una lágrima que contenía toda la tristeza que me ahogó cuando pensé que iba a separarse de mi.

Me dio igual que la lágrima resbalara por mi mejilla, ya lo tenía todo vendido con ella. Ella siguió con su mirada el rastro que dejaba aquella gota por mi piel, sin dejar de acariciarme el cabello. La lágrima se perdió en la almohada, y yo seguí perdida en los ojos que me habían atrapado hacía tiempo.

Ella soltó un suspiro delicado, que me pareció que escapaba de su cuerpo. A lo mejor esa situación también era demasiado para ella. A lo mejor la estaba incomodando demasiado.

Sacó la mano que escondía bajo la almohada que compartíamos, y en un segundo la tenía acunando mi rostro. Lourdes tenía sus dos manos sobre mí, y el temblor que me provocó aquello se pudo sentir en todos los continentes. Fue un escalofrío que me recorrió desde los pies hasta la cabeza, que me hizo parpadear con fuerza.

Todo es tan suave cuando estás así conmigo que no lo puedo soportar.

Lo que pasó después no me mató de milagro. Las yemas de la mano que tenía enterrada en mi pelo dibujaban círculos sobre mi piel. La otra la acercó a mis labios. Con su dedo índice comenzó a perfilar mi boca con movimientos sutiles. Casi ni los rozaba. Y yo nunca había sentido una caricia con más fuerza.

- Sólo un rato más, ¿vale?- Casi ni separó sus labios para decírmelo. Aquella voz de terciopelo, dándome lo único que necesitaba en aquel momento. ¿Me lo dices por pena?

- ¿Me lo dices por pena?- Lo pensé y lo solté. Ella me dedicó una de sus sonrisas. Esas que yo tenía contadas, y que me regalaba muy de vez en cuando porque contenían demasiada verdad. Su pulgar se quedó apoyado bajo mi labio inferior.

- ¿No usas perfume verdad?-

Lourdes y sus manías de no responderme nada. Lourdes y sus manías de soltarme aquellas frases que no tenían ningún sentido en nuestras conversaciones.

- No. Dime si te doy pena Lourdes.- Aquella vez insistí. Si me dice que sigue aquí conmigo por pena me iré a la vía de tren mas cercana y me tiraré bajo las ruedas del primero que pase.

Noté que se exasperaba con mi insistencia. Dios mío, respóndeme por una puta vez en tu vida.

Ella movió sus manos hasta que rodearon mi cuello. Nuestros torsos quedaron completamente pegados, y yo sentí que entre nuestros corazones había cero centímetros de distancia. Demasiado poco como para no volverme loca. Sus dedos pasaron a acariciar mi nuca con tanta naturalidad que me pareció que llevaba sintiendo sus caricias durante toda mi vida y en mis vidas anteriores.

- Los que pasan hambre. Los niños enfermos. Las injusticias del mundo. La contaminación. La extinción de especies animales. Esas cosas me dan pena. Tu no.

Me soltó aquello con la comisura de sus labios ligeramente elevadas, en lo que pretendía ser una sonrisa burlona. Yo sentí tanto alivio que habría soltado una carcajada de felicidad. Pero la frase me la había susurrado tan cerca de mis labios que la excitación que sentí me quitó las ganas de reírme.

Ella debió darse cuenta, porque su boca dejó de sonreír, y sus pupilas se dilataron ligeramente. Entonces volvió a suspirar.

- Sólo un rato más.- Sentí que necesitaba asegurarse de que la entendía. Y yo no la entendía mucho, pero me conformaba con lo que me estaba dando. Un rato más con ella. Más que suficiente.

Me di cuenta de que mis manos estaban doloridas del agarre tan tenso que llevaba un rato manteniendo sobre ella y lo aflojé ligeramente. No lo pude evitar y paseé la yema de mis dedos por su piel durante un par de segundos. Después volví a dejarlas quietas, envolviendo su cintura de nuevo. Ya había tentado a la suerte lo suficiente por hoy.

Asentí ligeramente con la cabeza. Sólo un rato más.

- Y sólo esta vez, ¿vale Mar?- Esta vez habló con dolor. Y otra vez tuve la sensación de que yo le dolía. Y en cierta parte me alegró que no fuese la única que se estaba muriendo de tristeza.

Pero no pude responderle. Si de mí dependía no iba a ser sólo esta vez. Iban a ser todas las veces del mundo. No podía parar de intentarlo. No iba a parar de intentar tenerla cerca. No podía.

Y ella me miró dándose cuenta de que me negaba a darle la respuesta que quería escuchar. Y yo la miré con la verdad reflejada en mis ojos. Para mí va a ser siempre, Lourdes.

No me dijo nada más. Simplemente encajó su cara en mi cuello, y yo cerré los ojos.

Aquella vez si me dormí.

Tu olor // MartuliDonde viven las historias. Descúbrelo ahora