POV MARTINA.
¿Por qué las horas pasaban tan lentas los viernes? Yo creo que es porque la vida es una hija de puta a la que le encanta hacerte sufrir viéndote contar los minutos que quedan para poder disfrutar de tu fin de semana. Mi jornada laboral acababa a las 2, y no tenía que volver hasta el lunes. Estaba maldiciendo a la vida por décimo tercera vez aquella mañana, por el tema este de que era muy puta, y yo me moría de ganas de que terminase mi semana en el trabajo, cuando volví a escuchar tu puerta abrirse para cerrarse al segundo un poco más brusco de lo que solías hacerlo. Te pasaba algo. ¿Qué te pasa? ¿Estás bien?
Aquella semana nuestras interacciones habían sido más escasas de lo habitual, lo cual ya era decir bastante. La manera en la que me ignorabas me hacía pensar que aquella sonrisa que vi el lunes justo antes de que se cerrasen las puertas del ascensor fue producto de mi imaginación. Joder probablemente lo fuese, porque mi mente no funcionaba bien cuando se trataba de ti.
Me mesé el pelo una vez más, llevaba toda la mañana haciéndolo, y acaricié mi septum nerviosamente mientras miraba la pantalla del ordenador que tenía delante. Nuestro jefe nos había pedido el informe semanal de los resultados de la venta digital de la empresa, y teníamos que entregárselo dentro de un par de horas. Evidentemente cada una trabajó por su lado. Dios te libre de tener que estar cerca mío durante más de 2 minutos seguidos. Te resultaría insoportable. ¿Por qué odias tanto estar cerca mío Lourdes?
Estaba pensando en ti en ese momento, pero eso no tiene nada de raro, porque invades mis pensamientos cada segundo, cada instante. Y entonces escuché un par de golpes en la puerta, pidiendo permiso para entrar. Levanté la mirada de mi ordenador, y te vi. Estabas tan guapa aquel día. Llevabas una camisa negra, de tu color, que caía de forma descuidada por tu cuerpo, dejando un hombro al descubierto. Tu pelo estaba un poco más desordenado de lo normal, de una manera que me volvía loca. Me moría de ganas de peinártelo con mis dedos. En realidad me moría de ganas de tocar cualquier parte de ti.
Una de las ventajas de que nuestras oficinas tuvieran las paredes hechas de cristal es que podía verte durante todo el día, todo el rato, cada movimiento. Y una de las desventajas que tenían aquellas putas paredes es que podía verte durante todo el día, todo el rato, cada movimiento. Mi obsesión por mirarte me convertía en una inútil durante la mayor parte de la jornada laboral. Pero yo tenía mis prioridades, y no me importaba llevarme el trabajo a casa, a cambio de poder pasarme el día entero observándote en la oficina de enfrente.
Aquellas paredes acristaladas me permitieron verte antes de que abrieras la puerta, e intenté con todas mis fuerzas normalizar mi respiración. También intenté que el corazón no se me saliera por la boca cuando pusiste el primer pie en mi oficina. No lo conseguí porque me quitabas el aire, Lourdes.
- ¿Puedo pasar Martina?- Tu tono era formal, serio, profesional. Sin embargo tu cara denotaba una pizca de aburrimiento, y aquellos ojos color verdes me miraban con lo que interpreté como hastío. Dios mío te da hasta pereza mirarme y yo haría lo que fuera por pasarme la vida mirándote a ti.
Me aclaré ligeramente la garganta, porque no estaba segura de que fuese a ser capaz de emitir sonido alguno después de escuchar tu voz. Esa voz que en tan pocas ocasiones me dejabas oir. Te juro que tu voz era terciopelo. Jamás entenderé como podías conseguir que sintiera que me acariciabas con ella.
- Claro, ¿qué necesitas?
Avanzaste montada en aquellos tacones increíblemente altos, y llegaste a mi lado. Te inclinaste y dejaste unos documentos encima de la mesa.
- Ya he terminado el listado de visitas a la página web. Lo he ordenado alfabéticamente, y por orden de importancia, no sé cuál te será más útil para terminar tu parte.-
¿Habías hecho aquella lista interminable dos veces porque no sabías cuál iba a necesitar yo para terminar mi parte del informe? ¿En serio prefieres trabajar el doble a venir a preguntarme esa ridiculez?
- Por orden alfabético era más que suficiente Lourdes, gracias.- Te respondí intentando imprimir la mayor frialdad posible en mi voz, a la vez que giraba la cara hacia ti. Error. Grave error. Estabas inclinada sobre mi escritorio, con tus manos apoyadas en él mientras ojeabas los dichosos documentos con el ceño fruncido. Te juro que mi cabeza dejó de pensar en ese mismo momento. Tu perfil me deja sin sentido y arranca toda la lógica de mis pensamientos. Pude observar los lunares que adornan tu cuello, y lo único que pasó por mi cabeza fue pensar que eran unos hijos de puta, por vivir tan cerca tuyo, por salpicar tu piel de esa manera tan descuidada, y conseguir volverme loca.
Llevabas tu perfume de siempre, ese que de vez en cuando consigo apreciar cuando pasas no demasiado rápido por mi lado, o cuando te acercas a unos centímetros de mí como en ese mismo momento. Tu perfume te definía tan bien. Era dulce, pesado, embriagador. Seguramente jodidamente caro. Pero tú también lo eras. A mí por lo menos me salía bastante caro tenerte en mi cabeza todo el puto día.
Yo estaba intentando memorizar la constelación que dibujaban aquellos malditos lunares en tu cuello, ensimismada en ti, cuando giraste tu rostro hacia mi. Aquello fue peor, tenías que haberte limitado a dejarme ver tu perfil, porque mirar tu cara a tan poca distancia era devastador para mi. Clavaste tus ojos en los míos, y yo me quedé embobada mirando como tus pestañas te rozaban los párpados. ¿Cómo demonios tienes las pestañas tan largas?
Tú no apartaste tu mirada de la mía, mientras seguías inclinada sobre mí. Y a mi me iba a dar un puto infarto. ¿Por qué cojones no te habías dado la vuelta ya y habías salido de mi oficina sin dedicarme tan siquiera una mirada? Eso es lo que solías hacer. Llevabas 5 meses evitando mirarme así de fijamente como lo estabas haciendo ahora mismo. Pero ahí estabas, con esos ojos color verdes que me persiguen cada noche mientras duermo, a escasos centímetros de mi. Yo no pude evitar entreabrir ligeramente mis labios, porque cada vez me estaba resultando más difícil respirar. No entiendo cómo tu simple cercanía me podía provocar todo aquello.
Entonces tus ojos bajaron hacia mis labios. Lourdes González me está mirando los labios. Lourdes González está inclinada sobre mí y me está mirando los labios.
Tuve que hacer algún ruido, o algún gesto que no pude controlar, porque tú apretaste los ojos con fuerza, y en un segundo te habías erguido completamente. El hecho de que pusieras un poco de distancia, aparte de permitir que mi corazón volviese a ser capaz de bombear la sangre a mis extremidades, me permitió observarte un poco mejor.
Estabas algo más pálida de lo normal, y tenías ojeras. ¿Qué te pasa? La pregunta casi se escapa de mis labios, pero tu abriste tus ojos una vez más, y clavando una última mirada en mis pupilas te diste la vuelta y desapareciste en tu oficina.
¿Qué acababa de pasar?
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Tu olor // Martuli
Hayran KurguLourdes González se empeña en ignorarme, en no dejarme entrar en su vida. Pero yo, que me la quiero comer a besos, sabía que nuestros caminos tenían que cruzarse. Y lo hicieron. ____ ADAPTACIÓN MARTULI • Todos los derechos a la autora original.