24. Lo que hizo Lourdes González.

951 70 9
                                    

POV MARTINA.

Me bajé del coche sorprendida de no haber chocado mientras que conducía hasta la casa de Lourdes. Supe que había sido el universo, dándome un poco de tregua, porque yo había conducido como una verdadera desquiciada. Estaba demasiado nerviosa como para hacerlo de una forma medianamente normal.

Cerré la puerta y mientras caminaba hacia la acerca, rebusqué en mi bolso hasta que encontré un cigarro. Me di cuenta de que las manos me temblaban cuando apegué el mechero a la punta. Di una calada profunda, y me recosté contra mi coche. Necesitaba un par de minutos para controlarme.

Mientras me quitaba una pelusa imaginaria de la camiseta, volví a analizar mi ropa. Había elegido una camiseta de manga corta de rayas azules y naranjas y una falda vaquera. Hacía demasiada calor como para elegir otra cosa. En los pies llevaba mis inseparables tenis blancos, con los calcetines a media pantorrilla. Era consciente de que no era nada elegante, pero era cómodo, y no quería pasarme demasiado arreglándome. Me arrepentí por vigesimocuarta vez de no haberme puesto algo más formal, para volver a convencerme de que una cena en casa no requería de un esmoquin.

Miré la fachada del edificio de Lourdes y pensé lo mismo que la primera vez que fui. Un piso allí tenía que ser jodidamente caro. La curiosidad volvió a invadirme. Sabía que cobrábamos lo mismo, y aunque el sueldo no estaba mal, ni de coña era suficiente como para alquilar una casa como aquella, y mucho menos para comprarla.

Suspiré y miré mi reloj. Las nueve y treinta y cinco. Cuadré los hombros para darme ánimos a mi misma y tiré el cigarro. Me acerqué al portal, y toqué. No tuve que esperar ni diez segundos, cuando la puerta se abrió. Avancé hacia la segunda, y antes de llegar escuché el sonido que anunciaba que esa también estaba abierta.

Llamé al ascensor, y me di cuenta de que llevaba todo ese rato tocándome el septum. Me obligué mentalmente a dejar de hacerlo. No quería que ella se diese cuenta de lo nerviosa que estaba. Cuando llegó y entré con piernas temblorosas, me di cuenta de que no estaba nerviosa, estaba histérica. Las paredes cubiertas de espejos me devolvían unos ojos demasiado abiertos, y un pelo mesado en exceso. Me lo coloqué justo antes de que las puertas terminasen de abrirse.

Nada más salir, vi que su puerta ya estaba abierta. Ella estaba en el umbral, pellizcándose el labio inferior con los dedos en una mueca que denotaba tanto nerviosismo como el que yo sentía. Miraba al suelo, y yo aproveché para recorrerla con los ojos. Llevaba unos vaqueros anchos, y un top naranja. El pelo semirecogido le favorecía tanto que no pude evitar sonreír. En esos momentos no aparentaba los 25 años que yo sabía que tenía.

Curiosamente, verla así de nerviosa hizo que yo me relajase al momento. Me aliviaba que para ella también fuese importante nuestra cita. Nuestra primera cita.

Parecía que estaba demasiado ensimismada en sus pensamientos, porque tardó algo de tiempo en darse cuenta de que yo estaba allí. Se soltó el labio al instante y me dedicó una sonrisa de medio lado. Me acerqué hasta quedar frente a ella, pero no se apartó para dejarme entrar.

- Hola.- Me sentí orgullosa de que mi tono de voz sonase relajado.

- Hola. He hecho risotto de setas, y después he pensado que a lo mejor no te gusta y he hecho una ensalada de queso. Pero no me quedan nueces, y...- Hablaba tan rápido que me costó entenderla, y con el ceño tan fruncido que parecía que estaba enfada.

- Me encanta el risotto.-

Relajó el ceño al instante y suspiró sonoramente. Yo me reí por dentro ante la imagen tan adorable que estaba viendo.

- Menos mal. Debería haber hecho algo más normal. Me refiero, algo que le guste a todo el mundo. Pero si te gusta...- Seguía hablando demasiado rápido y ya no pude evitar que se me escapase una carcajada. Ella dejó de hablar.

Tu olor // MartuliDonde viven las historias. Descúbrelo ahora