19. Déjame dormir contigo.

942 62 7
                                    

POV MARTINA.

La conferencia se celebraba en el salón de actos del hotel dónde nos alojábamos, por lo que tuvimos tiempo de sobra para llegar, soltar nuestras cosas y tomar un café. El viaje en AVE se me pasó volando. Tener a Lourdes a mi lado, hablando despreocupada de todo y de nada ayudó mucho. Yo siempre estaba ávida de información que tuviese que ver con ella, por lo que cualquier cosa que salía por su boca me parecía fascinante.

Durante las dos horas y cuarenta y cinco minutos que duró el trayecto hasta nuestro destino, descubrí que le gustaba tanto la música que no podía elegir cantante ni grupo favorito. También descubrí que adoraba el invierno, y que odiaba el verano. Intuí que la primavera le ponía triste por algún motivo que no quiso contarme. Me contó que no le gustaba la cerveza, pero que adoraba el vino. También me contó que el negro era su color favorito, y que no se sentía cómoda con ropa de color.

Yo quise decirle que mi canción favorita era el sonido de su voz dándome los buenos días todas las mañanas, cuando llegaba al trabajo y se acercaba a mi escritorio a dejarme un beso en la mejilla. Que yo también prefería el invierno, porque me hacía imaginarnos a las dos pasándolo juntas acurrucadas en un sofá con las mantas hasta el cuello. Que a mi la cerveza ya no me gustaba tanto, porque había probado sus labios, y aquel sabor empalidecía a cualquier otro. Y quise decirle que a mi me parecía que ella estaba preciosa con cualquier color que llevase. Pero no lo hice. Mantuve la conversación en aquella superficialidad que parecía que le hacía sentirse cómoda.

Lourdes hablaba conmigo, pero no me contaba nada. Y yo me moría por saber.

Y allí estábamos, sentadas una al lado de la otra en aquella sala inmensa, mientras que una experta en Marketing Digital nos hablaba de las potencialidades del uso de las redes sociales para las empresas que buscaban nuevas vías de expansión. Ella había llevado una tablet, en la que realizaba anotaciones de vez en cuando. Yo había cogido un par de folios y un bolígrafo, y aún no había anotado nada.

La miraba. No de reojo, sino con mi cabeza girada hacia ella. La expresión de concentración que tenía dibujada en su cara me parecía adorable. Sacaba la lengua en una mueca graciosa cuando escribía, y arrugaba ligeramente la nariz cuando no comprendía algo de lo que escuchaba.

- No piensas anotar nada, ¿no?- Me habló sin levantar la vista de su tablet. Sabía que llevaba todo ese rato mirándola, y estábamos en un punto en el que parecía que no la incomodaba. Debía estar ya acostumbrada a que yo la mirase. Lo hacía más de la cuenta.

- ¿Para qué?-

- Pues aunque sea para disimular que no te interesa una mierda lo que esa pobre mujer nos está contando. ¡Espera!, a lo mejor también podrías prestar atención para ver si aprendemos algo útil para nuestro trabajo. No sé, digo yo.- Seguía sin mirarme, pero yo veía el nacimiento de una sonrisa en sus labios.

- Para eso te tengo a ti.- Esa vez si me miró.

- No tienes vergüenza Mar.- Intentaba no sonreír abiertamente ante mi descaro, pero yo quería que lo hiciese, me gustaba demasiado.

- Además, siempre acabamos haciendo lo que tú dices. ¿Para qué voy a perder el tiempo en construirme un pensamiento crítico, si no me dejas usarlo?-

Soltó una carcajada suave, que cortó inmediatamente cuando el señor que se sentaba delante nuestra se giró con una mirada reprobatoria.

Cállese señor, estoy intentando convencer a esta mujer para que se quede conmigo toda la vida.

Sólo chasqueé la lengua con fastidio. Ella me miraba todavía sonriendo.

- No entiendo desde cuando eres tan descarada. Hasta hace poco más de un mes eras bastante prudente.- Me lo dijo casi con curiosidad.

Tu olor // MartuliDonde viven las historias. Descúbrelo ahora