23. Una cita.

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POV MARTINA.

Sabía que el motivo de la tranquilidad que sentía tenía nombre y apellidos. Era muy consciente de ello mientras andaba hacia el trabajo. No me atormentaba especialmente, porque hacía demasiado tiempo que me había resignado a que mi corazón siempre sentía lo que le daba la gana, ignorando los ridículos intentos de mi cabeza por aportar algo de sentido común.

Desde que la vi, me sentía tranquila. No podía explicar el por qué, pero desde el momento en el que mi mente asimiló que había vuelto, y que iba a quedarse, mi cuerpo decidió volver a funcionar con normalidad. Siempre que había imaginado el hipotético escenario del regreso de Lourdes, me veía a mí hecha un manojo de nervios consumido por la ansiedad. En cambio, llevaba dos noches durmiendo como un bebé. A pesar de lo que me dijo el sábado por la noche, y aunque no tuvo ocasión de aclararme nada más antes de que Camila y Lara apareciesen para llevársela, evidentemente enviadas por Megan. A pesar de que nuestro reencuentro había consistido en una frase inconexa en medio de una conversación ridícula, yo estaba tranquila. Porque Lourdes había vuelto.

Comprobé mi reloj, y vi que eran las menos diez, como siempre. Tenía el tiempo justo para fumarme un cigarro antes de entrar, y con ese pensamiento, giré la esquina que me dejaba en la calle de la oficina. Siempre llegaba a esa hora, siempre me fumaba un cigarro, pero nunca estaba ella en la puerta. Ese día si.

Ese lunes por la mañana, Lourdes estaba parada en la puerta, fumando. Me obligué a no detener mis pasos y continuar andando a un ritmo normal. Ya había pasado la fase en la que dejaba de comportarme como una persona con cerebro cada vez que la veía, o eso quería obligarme a pensar. Ella no miraba en mi dirección, y eso me permitió mirarla con descaro mientras me acercaba a ella. Lo primero que pensé fue que había echado de menos mirarla. Era así de triste, pero era la verdad. Estaba demasiado acostumbrada a hacerlo, y volver a fijar mis ojos en ella me hacía sentir un cosquilleo en la piel que no sentía desde hacía dos meses. Después pensé que cómo era posible que estuviese aún más guapa de lo que la recordaba. Me había pasado el día anterior convenciéndome a mi misma de que probablemente el llevar tanto tiempo sin verla me había provocado esa impresión. Pero ahora que volvía a verla pude comprobar que no había sido impresión mía. Estaba más guapa, aunque yo pensaba que aquello no era posible. Analicé su piel bronceada, que se quedaba a la vista gracias al vestido de tirantes holgado que le llegaba hasta la mitad de las pantorrillas. Definitivamente el bronceado le sentaba terriblemente bien, y llevar las clavículas al descubierto también. Adoraba aquella parte de su cuerpo. Por último, cuando estaba a punto de llegar a su lado, me pregunté qué demonios hacía Lourdes allí a esas horas fumando. Nunca lo había hecho. Desde que la conocía, nunca la había visto en la puerta cuando yo llegaba por las mañanas. Al principio se limitaba a girar el rostro hacia mí, oculta tras sus habituales gafas para continuar su camino. Cuando nuestra relación dejó de basarse en mis patéticas miradas furtivas y en sus evidentes esfuerzos por ignorarme, me saludaba si coincidíamos allí, pero nunca se quedaba. Y ese fue el último pensamiento que tuve antes de que se girase para mirarme.

Con movimientos casi simultáneos se irguió para abandonar el apoyo que le ofrecía la pared, y se quitó las gafas de sol.

- Buenos días.- Me lo dijo con los ojos achinados por el sol que, en verano, decidía brillar con fuerza hasta por las mañanas. Pero sobre todo, me lo dijo con una sonrisa que probablemente acabase de acomplejar a aquella estrella. Fue una sonrisa que yo todavía nunca le había visto. A pesar de que observarla era mi mayor afición, y a pesar de que tenía todas y cada una de sus expresiones perfectamente catalogadas, aquella sonrisa no la conocía, porque era nueva. Me pareció que sus labios no me escondían nada, que sólo querían regalarme aquel gesto que me decía que se alegraba de verme. Y a la vez pude ver algo de timidez en sus facciones. Casi incertidumbre. Como si me hubiese regalado la sonrisa sin saber si iba a ser bien recibida.

Tu olor // MartuliDonde viven las historias. Descúbrelo ahora