5. Puñetazo en el estómago.

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POV MARTINA.

Abrí los ojos y lo primero que sentí fue un punzante dolor de cabeza. Lo segundo fue una claridad que resultó tan molesta que solté un gruñido y giré mi cuerpo sobre la cama, hasta esconder la cabeza en la almohada. Puta resaca.

Ayer me pasé bastante con la bebida. Bueno, en realidad llevaba algún tiempo descontrolándome los viernes. Y los sábados. Y algún que otro domingo, si encontraba alguna buena excusa para salir a tomar algo. Volví a darme la vuelta en la cama, y parpadeé en repetidas ocasiones, intentando que mi visión dejase de estar así de borrosa. Lo conseguí a medias, mientras me maldecía por haber olvidado cerrar las persianas cuando llegué anoche. Aunque tampoco recuerdo como acabé en mi cama. Ni como me desvestí, ya que me encontraba únicamente en ropa interior. Ni siquiera había podido ponerme el pijama. Yo, la persona más friolera del mundo, durmiendo en ropa interior en pleno invierno. Muy bien Martina.

Me incorporé en la cama hasta quedar sentada sobre ella, con las piernas cruzadas a lo indio. Me llevé las manos a la cabeza, e intenté recordar mi viernes noche. A ver, habíamos salido Ramiro, Tini, Megan, Guada, Gian y yo. A la discoteca 3345. Llegamos allí sobre las 2 de la mañana. Ya íbamos todos pasados de vino de la cena en casa de Ramiro. Yo era la que más pasada iba.

Dentro recuerdo baile. Unos ojos azules. Recuerdo bailar con una chica de ojos azules. ¿Con quién coño bailé anoche? Casi nunca era capaz de recordar a las chicas que conocía en las noches en las que me descontrolaba, y mucho menos sus nombres. Tampoco era tan importante, porque nunca pasaba nada con ellas. Tampoco era capaz de hacer nada con ningún chico. No podía besar a nadie. Llevaba algo más de 5 meses sin probar otros labios. Sin acostarme con nadie. Por su culpa joder.

Alargué mi brazo hasta la mesita de noche que ocupaba un lado de mi cama, y agarré mi móvil. Las 17:00. Las 5 de la tarde. Llevaba durmiendo todo el día, lo cual señalaba que llegué a casa temprano. Temprano de por la mañana. Eres una borracha Martina.

Bajé los pies de la cama y los apoyé en el suelo frío, intentando ignorar los pinchazos que sentía en la sien. Me arrastré como pude hasta mi armario, y cogí un jersey grueso que me puse enseguida para intentar entrar un poco en calor. Después dirigí mis pasos hacia la cocina. La resaca hacía que me molestase la claridad que reinaba en mi piso. Absolutamente todo era blanco. Normalmente aquella visión me relajaba, pero hoy, tanta claridad me dañaba las retinas.

Encendí la cafetera, y coloqué una taza debajo, esperando a que saliese aquel líquido que podía devolverme un poco a la vida mientras me sentaba en uno de los taburetes que adornaban la barra que separaba la cocina del salón.

Cuando el olor a café empezó a llegarme, también lo hizo el recuerdo de lo que pasó ayer. Aquel café que se supone que me había tomado con Lourdes. No pude evitar soltar una pequeña risa de compasión hacia mi misma mientras recordaba la escena.

Lourdes y yo estábamos sentadas en aquel sofá de las máquinas de café en la oficina. Yo la miraba, con aquella cara que no podía evitar poner cada vez que miraba el rostro de la chica que me quitaba el sueño.

Solté otra risita por lo patética que me sentía en todo lo que tuviese que ver con Lourdes.

Yo estaba a punto de abrir la boca para dirigirme a ella, porque sabía que aquella era la única oportunidad que me había dado la castaña para acercarme a ella en todo aquel tiempo. Juro que iba a empezar a construir la frase. Iba a preguntarle si se encontraba bien, porque no podía dejar de mirar las ojeras que tenía. No digo que le quedasen mal, a ella todo le favorece escandalosamente. Pero tenía ojeras, y aquel día la había visto pasarse la mano por la frente un par de veces, con el ceño fruncido. Eso significaba que le pasaba algo. Juro que mis labios ya tenían formada la primera sílaba de aquella puta frase, cuando la puerta de la habitación se abrió, y entró Galo.

Tu olor // MartuliDonde viven las historias. Descúbrelo ahora