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Un futuro esperanzador.

Suspiro.

Había pasado el día de ayer organizando cajas y dejando decoración que vendería en cajas vacías, mi cuerpo parecía estar en automático, mientras que mi cabeza se mantenía discutiendo conmigo misma, sin embargo... me había gustado hacer algo espontáneo por una vez, aunque me haya gastado prácticamente la mitad de mis ahorros en ello.

Vuelvo a suspirar. Mi cabeza es un nudo de emociones y pensamientos sin aclarar, por un lado me siento... feliz, me siento en casa. Y por el otro lado... me siento estúpida, soy un adulto, que debería haber puesto en una balanza las probabilidades de conseguir esta casa sin tener un trabajo y los gastos que conllevaría.

Y como adulta que soy, ahora debo de hacerme cargo de mis acciones.

Haciendo la mudanza también encontré mis viejos celulares, esos que apenas mi carta de renuncia llegó, dejaron de sonar, dándole un respiro a mis oídos.

El que si no me daba un respiro, es mi teléfono personal, el cual, comenzó a sonar; Carlota no vendría ya, le mencione que todas las cajas ya habían quedado organizadas y las decoraciones listas para ser enviadas al apartamento, le agradecí y le pedí que viniese el viernes; extrañaba sus postres y ahora que tengo un horno nuevo... creo que a Carlota le gustaría probarlo.

Sí, solo por eso.

El sonido de mi celular me despertó de mis cavilaciones, pero si no era Carlota... debían ser alguno de los dos hermanos Fischer, ¿no?

Sin darle más vueltas, subí las escaleras siguiendo el sonido de la canción predeterminada para llamadas.

Al fin la había cambiado.

Un número desconocido aparece en la pantalla de mi móvil, con el ceño fruncido, tomo la llamada.

—¿Hola?

Una respiración acompasada es lo único que resuena por la línea, aún más confundida observo la pantalla del móvil.

—¿Quién es?—pregunto.

—¿Recuerdas cuando te decía lo mucho que me gustaba tu voz?—su voz me detiene en el primer peldaño de la escalera.

Mi respiración comienza a acelerarse, esa voz con la que he tenido esas pesadillas que siempre desee que fuesen solo eso; pesadillas.

Pero no, son recuerdos.

—Veo que lo recuerdas—una risa sale de su garganta haciendo que los vellos de mi nuca se ericen; sigue siendo la misma risa que aquellos días—. No olvides que sigo aquí.

—¿Qué mierda quieres?—tomo el valor para hablar, pero su risa continúa resonando por la línea.

Corta la llamada, dejándome con la mirada perdida en los escalones; mis manos comienzan a temblar, corro escaleras abajo cerrando todas las cortinas que se encuentren a mi paso.

No puede estar aquí, ¿no? Estaba muy lejos, debería seguir lejos; con las cortinas de todas las ventanas cerradas comienzo respirar acompasadamente, no quiero tener un ataque de pánico, no ahora; sin embargo... los recuerdos comienzan a inundar mi cabeza.

Su voz era suave, como solía hablar con mis padres, como una oveja inofensiva disfrazada de lobo.

—Vamos, Milu—su apodo me asqueaba, sin embargo, si llegaba a decirlo, probablemente sus juegos durarían más de lo que esperaba—. Déjame entrar.

Me acurruque más contra mi almohada, la había tomado antes de encerrarme en mi armario, ya me estaba quedando sin escondites y, él estaba encontrándome en cada uno de ellos.

Counting StarsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora