11. Petricor

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—No, no... basta... dije ¡basta!

Chrollo se despertó gritando. Sentado en su cama, su respiración agitada resonaba en el cuarto totalmente a oscuras. Tardó unos segundos en orientarse. Se tocó el pecho, los latidos golpeaban fuerte en su mano. Sentía la remera pegada al cuerpo, bañado en sudor.

—¿Qué diablos fue eso? —se preguntó, mirando a la nada. Imágenes sueltas del sueño que aún se resistía a abandonarlo aparecieron como un caleidoscopio demasiado erótico. Un escalofrío recorrió su espina dorsal de punta a punta. Sintió otro latido justo entre sus piernas.

—No puede ser... ¿en serio? —murmuró, mientras tocaba su prenda interior mojada. Unos golpes en la puerta lo sobresaltaron.

—Jefe, ¿estás bien? —desde el pasillo sonó la voz preocupada de Shalnark—. ¿puedo entrar?

—Estoy bien. Esperá, ahí voy —respondió Chrollo en voz alta—. Maldición... –murmuró en voz baja mientras se secaba la cara con la sábana. Se envolvió en la manta y abrió la puerta.

—¿Qué pasa? —preguntó Chrollo, asomándose por la puerta entreabierta. Por la expresión de Shalnark, pudo notar que se vería más despeinado y dormido de lo normal, aunque el rubio tampoco estaba en muy buena condición. Su rostro, habitualmente pálido, estaba todo sonrojado y su cabello también revuelto. Sus ojos brillaban con una amable preocupación.

—Perdón, jefe. No pasa nada. Es que te oímos... te oí gritar y vine enseguida.

—Tuve una pesadilla. Lo lamento si te desperté. No fue mi intención...

—Claro. No es algo que uno pueda evitar. Qué feo... ¿te traigo un poco de agua?

—No es necesario —contestó Chrollo, al tiempo que abría la puerta de par en par. Había notado la mirada furtiva de Shalnark, su deseo de poder ver más allá del hombro del líder. Caminó entonces hasta la mesa de luz, sabiendo que Shalnark entraría para asegurarse de que todo estuviera bien—. Todavía tengo. ¿ves? —dijo mientras le mostraba la botellita de agua envasada, apenas empezada. Luego miró hacia la persiana entreabierta—. Cómo llueve...

—Sí, hace horas que no para de llover. Bueno, si está todo bien, entonces...

—Está todo bien. Lamento haberte despertado.

—Ah, no es nada —respondió Shalnark, frotándose el cuello—. Nosotros siempre te despertamos al llegar, ¿no es así? Bueno, después bajo a hacer el desayuno, o si querés voy ahora...

—Shal —dijo Chrollo, poniendo su mano sobre la cabeza del rubio—, no hace falta que estés tan pendiente de todo, ¿sabés? Andá a dormir. Si tengo ganas me preparo algo yo mismo.

El rubio asintió y salió del cuarto más rápido de lo que entró. Chrollo suspiró y cerró la puerta con llave. La habitación volvió a quedar a oscuras, una penumbra que se veía interrumpida de a ratos por los relámpagos de la tormenta. Se acercó a la ventana y levantó del todo la persiana. Respiró hondo para llenarse de la brisa fresca y refrescante, del maravilloso olor a lluvia y tierra mojada. El alero del techo impedía que el agua entrara en la habitación. No había viento; el agua caía continua y vertical sobre las copas de los árboles y las calles brillantes.

Dejó la manta sobre la cama. Le pareció oír voces al otro lado de la pared. ¿Había alguien más con Shalnark? Estuvo a punto de pegar la oreja al muro y luego se detuvo. Después de todo, no era la primera vez que la arañas compartían las habitaciones, sobre todo cuando casi todas volvían al hotel antes de regresar a sus hogares. Un repentino desasosiego oprimió su pecho. Fragmentos del sueño volvieron a su memoria. Agitó la cabeza y chasqueó la lengua. Con ademanes bruscos sacó una muda de ropa del armario y se metió al baño para darse una ducha.

El número 4  | HisoKuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora