7. La fábrica abandonada

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Luego de dos trabajos del Ryodan, pequeños, en los que Chrollo no participó, pero Hisoka asistió puntualmente, ambos coincidieron en la reunión programada para el tercero, en una fábrica abandonada.

Todos se saludaban con alegría por el reencuentro. Las risas y exclamaciones llenaban el galpón amplio y polvoriento. Estos momentos eran los que Chrollo más atesoraba. El sentido de unidad y pertenencia de la Araña era para él algo de vital importancia. Todos juntos daban vida a su sueño. Confiaba en que lograrían sostenerlo, aún cuando él ya no esté para guiarlos. Todavía faltaban llegar unos pocos miembros. Esta vez el grupo estaría casi completo, a excepción de Pakunoda, Franklin y Bonolenov.

—¿Quiénes faltan todavía? —preguntó Chrollo mientras saludaba a Kortopi y a Shizuku. El más bajo estaba disfrazado de niño pordiosero, cosa que a Chrollo le trajo recuerdos de cuando lo encontró deambulando en Ciudad Meteoro, varios años atrás. Lo embargó un sentimiento de ternura.

—Machi dijo que ya están llegando —respondió Shizuku —. Ah, y también falta Hisoka. Fuera de eso, estamos todos.

—Bien —respondió Chrollo—. ¿Qué pasa? —preguntó al ver la expresión de Shizuku.

—Jefe, ¿podrías hacer el favor de bajarme? —preguntó Kortopi en tono que denotaba fastidio e incomodidad. Chrollo lo había levantado sin darse cuenta, como si de verdad fuera un niño. El líder lo bajó y se disculpó muy avergonzado. Shizuku y Kortopi lo miraron con extrañeza y luego fueron a reunirse con los demás. El líder dio media vuelta y caminó hacia un rincón algo apartado donde, arriba de una caja de madera, estaban dispuestos un par de termos con agua caliente y algunas tazas. El resto de las arañas estaba reunido en otra esquina a unos quince metros de distancia, alrededor de una hielera portátil llena de cervezas frías.

Chrollo se sirvió una taza de té verde. ¿Cómo había podido distraerse tanto? Esta vez no podía echarle la culpa al insomnio. Miró los rostros alegres del grupo reunido en la otra esquina. La tensión previa al trabajo siempre llenaba el ambiente con una electrizante ansiedad que, de a ratos, se tornaba algarabía. De pronto las risas se interrumpieron y quedaron algunas palabras breves. No tardó en encontrar el motivo de ese cambio. La cabellera roja del recién llegado sobresalía entre los asistentes. Todos, sin excepción, saludaron a Hisoka con apenas un "hola" o una leve inclinación de cabeza; nada más. En cuanto terminaron volvieron a sus charlas.

Chrollo sintió un salto en el pecho cuando sus miradas se encontraron a la distancia. Sorprendido por su propia reacción, bajó la vista hacia el té que se llevó a sus labios. Por suerte no estaba demasiado caliente y pudo beber un par de sorbos sin quemarse. Cuando volvió a mirar, Hisoka caminaba hacia él, abandonando con altiva indiferencia el punto donde estaba el grupo reunido.

Chrollo dejó la taza en la bandeja y metió las manos en los bolsillos de su abrigo. Adoptó una expresión seria y adusta que esperaba no delataría su inusual nerviosismo. Hisoka estaba a unos ocho metros de distancia. Diez pasos, tal vez menos, los separaban. Los ojos amarillos lo miraban fijo, parecían sonreír a tono con su mueca burlona. ¿Cuándo había sido la última vez que habían hablado en persona? En el interior de la caja fuerte, pensó Chrollo. Apretó aún más sus puños dentro del abrigo para intentar frenar el temblor persistente que recorría su cuerpo. Siete pasos. Habían hablado por teléfono casi todas las noches desde entonces. Ahora, después de meses, la voz sedosa y grave vendría acompañada de una mirada, de unos gestos. Ahora podría mirarlo a los ojos, esos fascinantes ojos amarillos. ¿Podría hacerlo, después de las cosas tan íntimas que le había contado en aquellas largas conversaciones nocturnas? Cuatro pasos.

El número 4  | HisoKuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora