19. Una habitación estrecha

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El aroma a café recién hecho impregnó la habitación de Chrollo. Pakunoda entró despacio y apoyó la bandeja en el escritorio. El líder todavía dormía. Levantó con cuidado la persiana, apenas un tercio. Era una mañana espléndida, el sol filtraba cálidos rayos de luz por debajo y a través de las rendijas.

Paku se acercó al jefe. Contempló las pestañas negras que bordeaban unos párpados que todavía mostraban cierto enrojecimiento. Así dormido parecía aún mucho más joven, casi adolescente. Su piel pálida se negaba a cubrirse con las maduras imperfecciones de un hombre que en cinco años más alcanzaría los treinta. Paku imaginó lo apuesto que se vería dentro de diez años, con rasgos más afilados y maduros. Le apartó un mechón de la frente, pero sin querer rozó un moretón oculto tras el cabello. Chrollo frunció el ceño, su boca se torció con un breve gemido de protesta.

—Chrollo, despertate —dijo Paku tocándole el hombro. Tuvo que intentarlo un par de veces más. Parecía ser una pesadilla la que mantenía al líder aprisionado en su sueño. A la cuarta vez lo llamó con voz más firme. Chrollo despertó sobresaltado.

—¡Cuidado! No te levantes tan rápido —le advirtió Paku—, te podés marear.

Chrollo asintió. Paku le agregó unas almohadas tras la espalda y el líder se reclinó despacio.

—Gracias —murmuró aún dormido—. ¿Te molesté mucho? ¿Pudiste dormir bien? —preguntó. Sus ojos grises enmarcados en ojeras se abrieron con preocupación a medida que los recuerdos llegaban a su conciencia.

—Dormí como un lirón, no te preocupes —lo tranquilizó Paku. Reprimió el impulso de acariciarle el cabello despeinado—. Ahora ocupate de vos, de ponerte bien y recuperarte —tomó la bandeja y la ubicó delante del líder—. ¿Está bien así? —preguntó, acomodándole las almohadas.

—Está perfecto, gracias. —Miró a su alrededor—: ¿No viste mi celular?

—Acá está. Se había apagado —respondió ella mientras desconectaba el teléfono del cargador. Al dárselo, observó las vendas que cubrían parte de su cuello y torso, los moretones que teñían de violeta lo que quedaba a la vista, en especial en las manos y los brazos. La imagen angelical del joven durmiente se desvaneció ante la cruda realidad del hombre que casi muere en un ataque.

—Después le digo a Machi que venga a revisarte y cambiarte las vendas —agregó Pakunoda. Chrollo asintió sin mirarla. Su atención ya estaba fija en el aparato que se reiniciaba en su mano. Paku sonrió con resignación y salió del cuarto cerrando la puerta tras de sí.

Lucilfer dejó el aparato al costado mientras tomaba un sorbo del té de hierbas. No quería mirar; ya se imaginaba lo que encontraría. Comió unas tostadas sin untarlas, bebió la mitad de la taza y finalmente levantó el teléfono. En efecto, había muchas notificaciones de mensajes sin leer y llamadas perdidas. Miró la fecha. Habían pasado tres días enteros desde que fue atacado; cuatro, contando el día de hoy.

Leyó los mensajes y empezó por los audios más antiguos. Como suponía, el estilo jocoso se esfumaba a medida que pasaba el tiempo y aumentaba la preocupación de Hisoka. Al empezar el tercer audio lo sobresaltó el sonido de una llamada entrante. Se quedó paralizado, sin saber qué hacer. El mago seguro habría visto que Chrollo estaba en línea. Chrollo atendió reluctante. Se moría de ganas de oír su voz, pero no se sentía con fuerzas para escuchar reproches.

—No. No hace falta que vengas. Estoy bien —repitió Chrollo después de unos pocos minutos de charla difícil—. Sí, ya sé que sabes donde vivo... —aclaró en voz baja—. No. Calmate. Me lo prometiste ¿te acordás? Que te mantendrías apar... Sí, ya sé, ya lo sé. —Suspiró; era difícil tratar de calmar a Hisoka sin alzar el tono de voz—. No, en serio... Hisoka, basta, es una orden: no vengas. —Unos golpecitos en la puerta lo interrumpieron. Chrollo cerró la conversación con un tono más enérgico esta vez: —Ya me oíste. No vengas. Es una orden. —Cortó.

El número 4  | HisoKuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora