35. Transbordo

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De vuelta al presente



—Mi querido Chrollo, ¿no fuiste vos mismo el que me pediste... no, mejor dicho, me rogaste entre lágrimas que te matara?

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Chrollo sintió que las piernas se le aflojaron por un segundo, al mismo tiempo que su corazón pegó un salto al confirmar su sospecha. Un calor repentino subió por su cuello y sus mejillas. Se sintió abrumado de humillación por haber sido tan ingenuo. ¡Tan estúpido! Sintió que se moría de vergüenza. Sus amigos, sus compañeros... El brazo de Hisoka rodeó su cintura un poco más fuerte para sostenerlo.

—Eh, Chrollo...

Hisoka soltó una risita, movido por su propia sorpresa ante la reacción inesperada de su ex líder.

—¿Es en serio que recién...?

Una risita que carecía de maldad, porque cuando Hisoka se ponía nervioso se reía, aunque no quisiera. A Chrollo esa sonrisa se le vino encima como si fuese un bólido en llamas.

—¡Callate! —gritó.

Porque no había nada de qué reírse, y mucho menos, para reírse de él. Chrollo ardía de vergüenza, de bronca e impotencia. Empujó para liberarse del abrazo de Hisoka y dio un paso atrás. Lo hizo con la fuerza que le imprimió la adrenalina que aceleraba su corazón y lo hacía respirar agitado.

—Pará... ¿Qué te pasa aho...?

—¡Basta! ¡No quiero oírte más!

Porque ya no soportaba ni su voz aterciopelada, ni su maldita sonrisa, ni los ojos ambarinos que parecían burlarse de él. ¡¿De qué mierda se reía?! Chrollo lo encaró con dientes apretados:

—Vos tenés la culpa de todo.

—Chrollo, yo...

La voz de Hisoka ya no sonaba burlona sino más bien preocupada, pero para Chrollo era lo mismo. Apartó las manos que le extendió Hisoka y siguió retrocediendo.

—¡Basta! ¡Callate!

—Pero escuchame...

Chrollo se tapó los oídos con las manos, cerró los ojos y gritó con todas sus fuerzas.

—¡Callate, maldito seas! ¡¡Callate y dejame en paz!! ¡Maldito el día en que te conocí!

Y una vez que empezó no pudo parar. La garganta le dolía, pero aun así no podía parar de insultar y gritar. Apretaba aún más fuerte las manos contra sus oídos. Era lo único cálido y reconfortante que sentía en ese momento y por eso oprimía los pabellones de la oreja y se clavaba las uñas en el cuero cabelludo. Y siguió gritando, aunque su propia voz le llegara distorsionada y su cuerpo se contrajera con fuerza, doblándose sobre sí. Las palabras se alargaban hasta casi sonar como alaridos. Chrollo expulsaba sin control toda la ira, la angustia y el miedo que había reprimido durante esas largas horas (y tal vez durante toda su vida). Ahora que, de pronto y por la fuerza, había sido despojado de su orgullo, de su coraza y estaba en carne viva.

Hisoka se quedó inmóvil, a tres pasos de distancia. Atento, sin embargo, a cualquier mínimo movimiento de Chrollo que indicara que pudiera hacerse daño. Ya fuera lastimarse más de la cuenta o correr hacia el borde del barranco. En cualquiera de los casos lo detendría al instante; o con la Bungee Gum, si fuese necesario.

El número 4  | HisoKuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora