16. Desayuno

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A las tres y media de la mañana Chrollo regresó a la habitación. Había bajado al bar a comprar algo para cenar, pues a esa hora ya no había servicio de comida al cuarto.

Sin encender la luz dejó la compra sobre la mesita, acomodó el sillón individual frente a la ventana que daba al balcón. Hacía frío para abrirla, por lo que la mantuvo cerrada y se dejó el abrigo puesto sobre el torso desnudo. Con una cerveza en una mano y un plato con bocaditos de queso y maníes salados en su regazo, comenzó a comer mientras miraba la luna llena, brillante como nunca antes la había visto. Un movimiento en la cama llamó su atención.

Hisoka, todavía dormido, se había dado vuelta; quedó de costado, con el brazo extendido sobre el lugar libre. El cabello le cubría casi toda la frente y caía lacio sobre sus ojos cerrados. La luz formaba un arco de plata sobre el hombro, bañaba la pendiente de la espalda hasta resplandecer en la sábana blanca sobre su cintura. Tonos y semitonos moldeaban los músculos y dibujaban surcos de luz y sombra sobre la mano fuerte, destacando los huesos, las venas y los nudillos.

Chrollo observó su propia mano bajo la luz espectral. No le pareció tan masculina como la de Hisoka, aunque tampoco estaba mal. Bueno, pensó mientras se llevaba un puñado de maníes salados a la boca, si él fuera igual de corpulento también tendría las manos grandes, en proporción al cuerpo. Su fantasía lo llevó a recordar cuan bien proporcionado estaba Hisoka. Casi se atraganta con los maníes. Tosió. El plato que tenía sobre su regazo cayó al piso.

—¿Qué pasó? —preguntó Hisoka con voz somnolienta. Se incorporó sobre su brazo—. ¿Estás bien?

—Me atoré, no es nada —dijo Chrollo, entre toses—. Perdón. No quise despertarte —se disculpó. Se agachó para recoger los maníes y cáscaras desparramados en la alfombra.

—¿Ya te vas? —preguntó Hisoka mientras se sentaba en la cama.

—No. Bajé al bar; tenía hambre —dijo—. Pasa que a esta hora no había mucho para elegir...

—Ah, por eso te vestiste...

Chrollo levantó la cabeza ante el tono de alivio que usó Hisoka. Recién entonces se percató del anterior tono de alarma, sutil pero presente. Miró a Hisoka, sentado con las piernas fuera de la cama, la sábana cubriéndole la cintura.

—¿Y así te fuiste? —preguntó Hisoka.

—¿Así como? —respondió Chrollo, mientras se incorporaba. Se sacudió con fastidio las cáscaras de maní todavía pegadas al pantalón negro.

—Así, con el tapado solo —respondió Hisoka mirándolo de arriba abajo. Su voz había retomado parte de su habitual tono picante.

—Ah, sí. —respondió Chrollo. La luz de la luna hacía que la piel blanca que bordeaba su tapado pareciera brillar sobre su pecho desnudo. Sacudió el tapizado del sillón y volvió a sentarse—. Bueno, me lo cerré, obviamente —miró a Hisoka con cierto tono de reproche por haberle roto la remera.

—Te queda hermoso —dijo Hisoka; se levantó de la cama, desnudo como estaba.

—¿Qué hacés? Vestite —ordenó Chrollo.

—Pero si...

—¡Vestite!

Hisoka miró a su alrededor, tiró de la sábana y la anudó en su cintura. Caminó los tres pasos que lo separaban de Chrollo.

—En serio, sos relindo —insistió Hisoka—. ¿Ya viste cómo te queda?

—Salí, no molestes.

El número 4  | HisoKuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora