32. El bastardo de la cadena

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Chrollo miraba por la ventanilla del auto mientras viajaba con rumbo incierto y rodeado de desconocidos. Tensó los brazos para medir la resistencia de las cadenas, aunque ya sabía que era inútil. Recordó el jalón fuerte que lo levantó del suelo. La misma sensación de vértigo de cuando escalaron el muro con la Bungee Gum. De hecho, pensó que había sido Hisoka quien lo había jalado cuando se apagó la luz. Pero no. Menuda sorpresa. Miró a su acompañante. La recepcionista del hotel. ¿Qué dirían los demás si les dijera que el bastardo resultó ser "la bastarda"? Bonitas piernas, por cierto.

—¿Qué estás mirando?

La reprimenda le llegó con una voz agradable pero cargada de odio e incomodidad. En verdad, el automóvil era un lugar muy estrecho para tanto resentimiento.

—Nada. Sólo me sorprendió que el bastardo de la cadena fuera una chica.

La recepcionista se sacó la peluca y el muchacho le respondió, visiblemente ofendido por el comentario. Con la cabellera falsa cubrió sus rodillas. Seguro ni se dio cuenta. A Chrollo, le pareció divertida esa particularidad humana. Encontrar mínimos detalles por los cuales molestarse, al mismo tiempo que había cosas tan importantes en juego. Al final, no era más que un chico, un adolescente. Le recordó a él mismo cuando fundó la Araña. Tendrían la misma edad, o quizás éste era aún más joven. Las edades cronológicas eran algo tan relativo...

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Sí que era fácil provocar al chico, pensó Chrollo. No, al bastardo de la cadena, se corrigió. Le costaba conciliar aquel nombre con la delicada apariencia del muchacho que acababa de descargar su furia con una lluvia de golpes. De alguna manera se había hecho la imagen de alguien enorme y poderoso, alguien capaz de acabar con Uvogin. Chrollo sonrió con desprecio mientras lamía la sangre del interior de su mejilla herida. Ahora entendía el placer que sentía Hisoka cada vez que lo hacía enojar a propósito. Era gracioso ver la inútil exasperación del otro.

¿Qué estaría haciendo Hisoka? ¿Estaría preocupado por él? Chrollo apostaba a que no. Esa idea lo entristeció un poco. Pero era cierto lo que le había dicho al muchacho. Este evento no estaba en la predicción. ¿Sería que no era importante o que el futuro ya estaba cambiando? De lo que sí estaba seguro era de que su muerte no importaba. De hecho, se sorprendió al notar el alboroto que causó en sus captores con esta afirmación. Deberían saber que nadie es imprescindible y mucho menos él. ¿Acaso era el único dispuesto a morir por un bien mayor?

Chrollo se complació al notar la conmoción del muchacho. Por un segundo, casi se compadeció de él. Al parecer tenía todo planeado, pero una simple frase hacía tambalear su plan de venganza. Chrollo sonrió con desprecio. Muy amateur, pensó. Con el sufrimiento solo no basta, con el odio tampoco. Una buena venganza lleva años de planeamiento y una muy especial requiere la entrega del alma a cambio. Miró al Kurta de soslayo. Podía notarlo, en sus manos temblorosas y su voz que exageraba una fría calma al teléfono mientras hablaba con alguien del Ryodan. El chico tenía el alma muy herida, pero aún estaba entera. No la había ofrendado. No se preocuparía por sus amigos si así fuera.

«No dudes, Pakunoda, ¡vení con todo el grupo!»

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Chrollo esperaba dentro de la aeronave, de pie junto a Kurapika y su asistente. Las cadenas que lo apretaban ahora cubrían también su boca. Podía sentir el característico olor a hierro de los eslabones justo debajo de sus narinas. Para ser una materialización de Nen se notaban increíblemente reales. Pero había algo más. El olor penetrante del odio. Chrollo cerró los ojos. Debía pensar en otra cosa, más agradable, mientras esperaban a Pakunoda.

El número 4  | HisoKuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora