Retratos en la oscuridad

27 de septiembre

Odio los lunes.

Odio tener que interrumpir mi descanso del fin de semana sólo para empezar una nueva semana y caer en la rutina de todos los días. Pero no me puedo quejar demasiado, al menos estoy haciéndolo por algo que amo.

Recuerdo que esta mañana el despertador sonó tarde (creo que lo desconfiguré sin querer) y por eso llegué diez minutos tarde a la facultad, y otros quince minutos más tarde a la clase de pintura. El lado positivo es que sí me dejaron pasar.

Todo fluyó con relativa normalidad por el resto de la mañana. Sólo me concentré en dejar fluir el pincel sobre el lienzo, cuidando que cada trazo fuese lo más uniforme posible. Mezclé varios tonos de gris que ya tenía en mi paleta, los apliqué y añadí varios puntos de luz con el blanco para finalizar mi autorretrato. Se lo presenté al profesor y éste me dio el visto bueno con mala cara, como de costumbre. Y no es que sea un amargado empedernido, es sólo que desde el primer día le he presentado obras en blanco y negro, y ha intentado que pinte algo a color pero simplemente no me gusta hacerlo así.

Ya lo que sucedió en la tarde no fue tan interesante.

Fui al trabajo y... trabajé. Valga la redundancia.

No hay mucho que hacer allí, sólo atender a los clientes en la caja registradora. Antes era más satisfactorio estar ahí porque Nathan se la pasaba revoloteando de una mesa a otra, llevando los pedidos, y contando chistes malos en nuestras horas de descanso. Pero ahora que no está, se me ha hecho algo muy monótono y repetitivo. Y su reemplazo no me agrada.

A veces quisiera renunciar pero este empleo es la única fuente de ingresos que poseo y es lo que me permite seguir pagando la universidad; junto con los ahorros que tengo desde los doce años.

En fin, dejaré esta charla unilateral hasta aquí antes de que se vuelva más deprimente de lo que ya es. Además, debo ir a alimentar a Robin, no quiero que mastique mis pantuflas de nuevo.

Se despide, Sam.