09 de diciembre

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SAM

El sonido de la puerta principal abriéndose hace que me dé la vuelta y divise a Leon, quien se revuelve el pelo enmarañado con una mano y con la otra mete el gorro de lana que llevaba puesto en el bolsillo trasero de sus pantalones. Aún no ha caído la primera nevada del mes, pero el ambiente ya está con su frío invernal tan característico de esta época del año.

Al verme, Leon me saluda con una sonrisa y un gesto de la mano.

—Hola. Ven, vamos arriba. —le indico.

Dirijo mis pasos hacia las escaleras y subo por los escalones de uno en uno, con Leon siguiéndome de cerca.

—Sam, con respecto a lo de ayer...

—Aquí no. —le corto. No tengo ganas de hablar de algo de tan personal con él en medio del pasillo y que los vecinos se enteren de todo lo que pasa en mi vida.

Cuando llegamos al segundo piso me encamino hacia mi departamento, que está al final del largo pasillo. Abro la puerta e invito a Leon a pasar. Es la primera vez en mucho tiempo que invito a alguien a casa y se siente extraño. Le digo que puede ponerse cómodo en el sofá y le pregunto si le gustaría algo de beber.

—Un poco de agua estaría bien, gracias.

Asiento— Enseguida vuelvo.

Voy a la cocina y busco un par de vasos en los gabinetes de la despensa. Saco la jarra que contiene agua del refrigerador y la sirvo en ambos vasos. Cuando regreso a la sala, veo que Leon examina con curiosidad mi departamento y no puedo evitar sentirme avergonzada. La pintura de las paredes ha comenzado a caerse, los pocos muebles que hay son de segunda mano —tal vez tercera— y su estado no es el más óptimo, hay materiales de arte por todas partes e incluso se alcanzan ver manchas de pintura seca en algunas superficies.

Toso con algo de fuerza para desviar su atención hacia mí. Funciona.

—Aquí tienes. —digo, entregándole el vaso de vidrio a Leon en sus manos. Él me lo agradece de nuevo.

Me siento en el lado opuesto del sofá, mientras observo cómo el chico toma un largo trago de agua antes de colocar el vaso en la destartalada mesilla de centro. Sus ojos se dirigen a los míos y aparto la mirada, sintiéndome incómoda ante el repentino contacto visual.

Lo oigo aclararse la garganta.

—Y... Creo que me habías dicho que tienes un perro. Robin, ¿no? —su pregunta me produce náuseas y el corazón se me contrae de dolor en el pecho.

Robin...

—Eh... Sí, yo... —siento cómo la garganta se me cierra con un nudo, dificultándome el habla. Carraspeo— Él murió. —digo por fin.

—Oh... De verdad lo siento. —se lamenta.

También yo...

Nos sumimos en un silencio incómodo. No sé cuánto tiempo pasa hasta que Leon vuelve a hablar.

—Sam. —me llama.

—¿Sí?

—Estoy aquí para que hablemos, ¿lo recuerdas?

Lo miro. Su expresión grita preocupación por donde se la vea. El corazón me da un vuelco.

—Sí, lo recuerdo... —digo muy bajito, al tiempo que comienzo a jugar con mis manos, en señal de nerviosismo.

—Sam... —por el rabillo del ojo veo cómo se acerca y toma una de mis manos entre las suyas con suma delicadeza; casi como si tuviera miedo de hacerme daño— ¿Qué es lo que ocurre? —inquiere con suavidad.

Retratos en la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora