2. Cualidades

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  El escape de esa realidad era todo lo que quería, y con la edad llegó. 

A los seis ingresé en el instituto local, por mi propia iniciativa, no vean la posibilidad de que mi madre haya ido conmigo de la mano un maravilloso día soleado a inscribirme.

No sean ilusos.

Para lo joven que parecía, era inteligente. Solía escapar a casa de algunos vecinos y leer todo lo que encontrase —aunque solo podía hacerlo cuando mamá caía perdida en el sofá bajo los efectos de cosas que para la edad ni siquiera concebía —. Así descubrí que estaba en el tiempo exacto para empezar a estudiar y, con astucia y poniendo al filo mi cuello le planteé la idea a mi madre, no sé si fue por lo drogada que estaba o porque le gustaba la posibilidad de no verme la mayor parte del día pero, aceptó a la primera. 

En verano inicié el periodo académico y no fue difícil convertirme en el mejor de la clase —si soy honesto tampoco había mucha competencia —, por mi mente cruzó la ilusión de que tal vez así, mamá estaría orgullosa y que cesarían los rounds. Para mi sorpresa, fue todo lo contrario. Los años pasaron mientras escuchaba cada día que no servía para nada, y con siete años, si tienes un cd repetible en tu disco duro, empiezas a adoptarlo. Oír de la persona que más debería de amarte que no eres más que basura no es el mejor mantra.

Empezaron las peleas en la escuela, no por mala conducta, sino para defenderme de los imbéciles de mi salón que creían divertida mi situación.

Seguro es divertidísimo ver a un chico lleno de moretones y labios sangrantes, hilarante diría yo.

Las primeras solo conllevaron a reprimendas en la oficina del director, pero así como avanzaban mis acciones también las sanciones; trabajo comunitario, suspensiones, hasta que llegó el día en que me expulsaron del que debía ser mi escape. Debo admitir que lo agradecí.

Como era de esperarse mamá brillaba en su ausencia con respecto a mi vida, tuve que buscar, con ocho años, otro instituto. Tracé en mi mente un plan, encajaría ahí, por mucho que me costase, trataría de encajar.

Que ilusos somos a esa edad.

Aproveché todo lo que aprendí para optar por una beca y —era ridículo creer que podía pagar la matrícula de ese lugar —, tras unas cuantas pruebas de admisión lo logré.

Los meses fluyeron y con eso mi plan, había logrado ser un chico de nueve años común, sobresalía en clases, compartía los recesos con algunos compañeros, todo parecía ir de maravilla. Pero tras el sol intenso siempre viene una tormenta, supongo que es la manera enfermiza que tiene el universo para equilibrar todo.

Mi tormenta tiene nombre y apellido. 

Amelia Hatford

Mi maestra, una simple mujer que apreciaba las largas faldas de tul y gafas enormes. Inofensiva a simple vista pero con una agudeza que tiró todo mi avance por la borda.

«Es muy inteligente para su edad» fueron sus palabras al director.

Me promovieron de grado y con eso vino el cambio de horarios y costumbres, solo veía a mis amigos en los recesos y tras las semanas, el vínculo que me esforcé en construir se desvaneció. Horas de sonrisas fingidas y conductas adoptadas para nada, fue en ese entonces cuando entendí que de nada valía ser algo que no era. 

¿Por sangre o elección?✔️ [COMPLETA] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora