6. Inexperiencia

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Perder el contacto con Vera me hizo entender a la fuerza que lo que tenía con ella no era un simple deseo de amistad. Me era necesaria su presencia, porque de algún modo ella ejercía un control sobre mí, que aunque me cueste admitirlo, ni yo tenía. 

Lo único que calmaba cualquier instinto desmesurado. 

En mi mente había dos chips intercambiables. Uno era todo lo que me consumía como persona, el otro, era una película con una única actriz. 

Y con la misma fuerza, su ausencia trajo fuertes ráfagas de deseo incontrolables, que por la edad y la inexperiencia no manejé de la mejor manera. No es arrepentimiento lo que expreso, para nada. Todo comienza por algún lado y es mejor que lo haga de manera creciente, lo entenderán más adelante.

Pero recuerdo la primera tarde que sucumbí ante la presión en mi esófago y el cosquilleo intenso en la punta de mis dedos con tanta claridad que podría decir que siento el camino de gravilla debajo de mis zapatos justo ahora. 

Iba de camino a casa, al volver de la biblioteca, la luna ya estaba compitiendo con el sol por su lugar y el viento arrastraba con esfuerzo las hojas multicolores que cubrían las calles.

Era inquietante la posibilidad de llegar temprano a casa y recibir otra golpiza, era inquietante que mi cerebro no fuese capaz de recrear la voz de Vera a la perfección, era inquietante cómo mis zapatos eran insuficientes para pasar desapercibidas las puntas de las piedrecillas contra mi planta.

Tenía los nervios de punta y mis sentidos a flor de piel, y luego de varias calles por primera vez agradecí la acción del viento, que trajo consigo un sonido que encendió una llamita de tal vez que me estremeció.

Un ladrido, potente, vigoroso. 

Algo que siempre extrañaré de la inexperiencia es esa sensación de nuevo y peligroso. Ese impulso que movió mis pies aun sin tener una idea concreta, esa sensación cuando di con el responsable de aquel sonido —estaba indefenso, atado por el cuello a uno de los barrotes de la ventana. Ingenuo en todo el sentido de la palabra —, esa leve erección que me tomó por sorpresa cuando su sangre manchó mis manos. Ese terror que me invadió cuando comprendí lo que había hecho, lo mucho que me había expuesto. Y esa adrenalina que llego unos segundos más tarde haciéndome correr todo lo que mis pies resistieron hasta que frené frente a la puerta del infierno.

La inexperiencia trae eso de la mano; novedad, sensaciones, permite inaugurar espacios y clausurar otros.

La necesidad se detuvo por días, pero ya el agua estaba corriendo, era cuestión de tiempo para que la represa estallara.

Invertí tiempo en hacer más resistente el muro de contención y en hallar la manera de dejar vías de escape razonables para que no fuese demasiada la presión. 

Para cuando llegué a los quince había incursionado tantas áreas en la biblioteca que puedo afirmar, la conocía mejor que la misma bibliotecaria.

Mi coeficiente intelectual ganó en el proceso, sobresalía en clases y representé al instituto en varias competencias nacionales gracias a ello.

Pero lo relevante aquí es que aprendí a esa corta edad más de lo que muchos llegan a hacerlo en su extensa vida. Luchar para sobrevivir.

En cualquier aspecto. Luchaba día con día para no toparme con mi madre, luchaba para mantener oculta la realidad, luchaba por controlar lo que era demasiado, luchaba por cubrir los vacíos con algo, lo que sea.

¿Por sangre o elección?✔️ [COMPLETA] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora