8. Errores

28 5 24
                                    

½

Errar es de humanos y aunque desprecie el término, también lo soy y por lo tanto, he cometido errores. No bajo un concepto que traiga de la mano el arrepentimiento, me es imposible. Pero si el aprendizaje y sin duda un mal sabor de boca.

Y se resume a dos palabras:

Vera Peterson

En cuanto se cruzó en mi camino debió surgir una señal de error, para ella quizá. Y a medida que avanzaban los años esas cinco letras flotaban sobre lo que a ella respectaba, pero personalmente no puedo atribuir a nada de eso el error, sino hasta aquella decisión.

Esa decisión que volcó su existencia.

Para entrar en contexto, debo volver a aquellos meses en los que su ausencia me afectó, porque ese fue el inicio. Cuando se mudó de instituto me propuse encontrarla y me llevó poco más de un mes lograrlo.

Primero di con su nuevo colegio, estaba bastante alejado del anterior. Al verla, mi primer instinto fue acercarme y entablar una conversación, como comunes viejos conocidos que se vuelven a ver después de un tiempo.  Un «Hola, ¿qué tal?, ¿cómo te va en el insti?» Sin embargo, no alcancé a bajar un pie de la acera en cuanto mi verdadero instinto emergió. Un saludo no sería suficiente, era una situación de la cual no podía controlar el progreso, podía ser única y eso a mí ¿Cómo me serviría? Habría invertido días de mi vida en vano si no llegaba a algo duradero.

Entonces devolví el pie a la acera y retrocedí un par de pasos, mis manos eran incapaces de guardar la anticipación y las oculté en los bolsillos de mis vaqueros para sentirme más en control.

Ahí estaba, jovial y carismática, siendo el centro de atención del grupo que la rodeaba. El uniforme era distinto, la falda rozaba la parte superior de sus rodillas y las largas medias solo dejaban unos centímetros de piel al aire. El castaño seguía iluminando su rostro y con el sol podía ver, o tal vez recordar el distintivo verde de sus ojos.

Permanecí allí, inmóvil hasta que el timbre de entrada reverberó por toda la cuadra y la multitud se perdió hacia el interior de aquel edificio. Y aguardé.

Esperé horas sobre aquella acera, dejando mi peso sobre un árbol, sentado en el borde de cemento, simplemente de pie. Esperé hasta que el timbre se repitió y la calma se evaporó para darle entrada al bullicio de ese montón de niños.

Mis ojos vagaban entre las cabezas buscando mi objetivo hasta que di con ella, su risa alcanzaba mis oídos por encima de todo el alboroto; se despidió e inició su camino por la acera de enfrente.

La seguí, a una distancia prudente, el riesgo era ella —podría reconocerme —. Para el resto era un niño más yendo a su casa.

Tres semáforos fueron testigo de nuestro recorrido hasta que dejó la acera para entrar al patio de una casa, volví a aguardar a que entrara y mi mente se perdió en la fachada. No era lo que había creado mi subconsciente, era normal, común como las del vecindario, ni muy vieja y sin duda no muy nueva, marfil, con desperfectos, y aun así era mucho más que la mía.

Ahora puedo decir que el cambio pudo deberse a comodidad, el nuevo colegio le quedaba solo a tres cuadras, si hubiese tenido la oportunidad, yo también me habría transferido.

¿Por sangre o elección?✔️ [COMPLETA] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora