El puente entre el blanco y el negro es frágil, la mayoría vive inmersa en el colorido intermedio tomando de cada extremo cada que lo amerita. Pero hay quienes encuentran comodidad en uno de los polos.
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Su...
Aunque mi historia no esté sujeta a un estándar de normalidad, debo decir que pasé por etapas bastante normales.
Primera novia, que considero pueden imaginar cómo terminó esa relación sin entrar en detalles.
Primer auto, que a diferencia de la mayoría, no fue un regalo. Lo adquirí yo mismo.
Elegir una carrera, para centrar en ella algo de mí energía y también aparentar en la vida cotidiana. No se puede vivir de ir matando gente, hay que ser realistas.
De hecho, recuerdo muy bien que mi primera víctima masculina fue en el campus. Uno que no me había tardado más de dos clics en elegir, ya que solo debía ser el alma mater de mi pequeña obsesión.
Farlow
Una universidad común americana, con campos verdes inmensos rodeando edificios llenos de estúpidos; estudiar en la etapa superior no les quita lo ignorante lamentablemente. Incluso podría decir, que potencia esa característica.
Profesores llenos de soberbia, que se paseaban por el aula alegando que sabían más que todos. Hacerle entender a varios de ellos que estaban equivocados fue un buen entretenimiento entre los difíciles horarios.
Y la mejor parte, verla cada día.
Desde lejos como siempre, y siguiendo los parámetros que me había fijado hace mucho, elegí una carrera diferente a la de ella para mantener el anonimato. Y siendo sincero, la criminalística no captaba mi atención en lo absoluto, la abogacía por su parte sabía hurgar en mi curiosidad.
Puede que algo predecible, pues si buscan en internet esa carrera encabeza la lista de «Profesiones más comunes de los psicópatas», pero me ha funcionado. Además he sabido aprovecharla para hacer cosas sumamente divertidas.
Mis días de universitario…
La rutina consumió mis primeras semanas en aquella nueva vida, no había espacio en mi apretada agenda para saciar mis necesidades. Solo asistía a clases, la observaba de vez en vez durante los minúsculos recesos, almorzaba normalmente pastel de carne en la cafetería, visitaba por largas horas la biblioteca y de nuevo a enclaustrarme en la residencia.
Una que con los meses de trabajo me había permitido pagar el adelanto y los próximos seis meses de renta. Mi jefe me concedió el trabajo a distancia —el trabajar con sistemas era una ventaja, podía hacerlo de forma remota desde cualquier lugar del mundo —, así que por lo económico estaba resuelto.
A los dos meses conocí a Marla, alegre, morena, crespa y baja, y sin duda demasiado ingenua. Su acento sureño y su risa se escuchaban en un radio de cinco kilómetros, pero con el tiempo me acostumbré a su presencia. No le hacía justicia a su edad —dos años mayor que yo, le había costado entrar por las pruebas de admisión.
Seguro estarán pensando, «Oh, qué bien. Hizo una amiga»
No, no pueden estar más equivocados. Era un peón en mi juego, mi fachada. Sería extraño no congeniar con nadie, levantaría murmullos y sospechas.
Pasar desapercibido en la luz y disfrutar en la oscuridad.
Para mí desgracia, con ella llegaron otros tres. Lucas, Spencer y Anton. Durante años me las arreglé para administrar mi paciencia y en varias ocasiones estuve a punto de deshacerme de ellos, pero “mantener las apariencias” era más importante que las jaquecas que me provocaban.
Y como un sistema de dómino bien armado, a través de ellos conocí a un montón de gente, entre ellos a Peter.
El querido amiguito de Vera, que para ser el hijillo rico del decano, no era demasiado idiota, solo un jodido cobarde.
Todo el campus sabía que estaba pilladisimo de Vera y conociéndola, era recíproco, por suerte para su miserable existencia, su cobardía nos jugó a favor. En oportunidades compartimos una que otra palabra, más que todo por la carrera —que compartíamos —, y cuando veía el pase libre hacia ciertas preguntas sobre ella. Bien afiladas y diseñadas para no levantar sospechas en él.
Los dos primeros años rendí algunas materias extra y por ello la carrera solo me distrajo unos tres años y medio. A los veintidós me recibí como Abogado, frente a ineptos que no conocía de nada y, tras despedirme de Marla y su séquito, darle un vistazo a Vera y recoger mis cosas de aquel cuarto en la residencia, no volví a pisar el campus hasta un tiempo después.
No podía perderme su graduación
Y como pasó en el instituto, el summa cum laude adornando mi título me proveyó de tres ofertas de trabajo a la escasa semana de graduarme.
Acepté la que mejor oferta monetaria tenía, y me permitía mantener el trabajo en la empresa de sistemas. Por ello en el primer semestre trabajando hice dos posgrados y una maestría. Escogí el área penal, en definitiva es muy entretenido ver como los idiotas que se hacen llamar criminales la cagan al punto de dejarse atrapar.
Leer sus expedientes es mejor que el periódico.
El trabajo se me daba bien, aunque si nos guiamos por su definición, no creo que haya sido un buen abogado defensor, mi interés primordial no era evitar la penalización de mis clientes.
Porque creo firmemente que si haces o piensas hacer cualquier cosa, desde decorar un cup cake hasta asesinar a alguien, debes hacerlo bien. Pulir cada detalle, controlar cada posible variante y conocer tus capacidades.
Dudo que un ladrón robe pensando en ser arrestado, pero no es tan simple como esperar lo mejor y que el destino esté de tu lado. Es manejar tan bien la situación que el puto destino no tenga ni un mísero chance de intervenir, de eso se trata ser un verdadero portador del mal.
Alguien que juega a su antojo sin consecuencias.
¿Por qué creen que los asesinos llegan a ser arrestados? Charles Sobhraj, Juana Barraza, Samuel Little, Ted Bundy, Amelia Dyer, entre otras muchas almas ineptas.
Pues les aclaro, en el punto en el que su plan se debilita o dudan tras una decisión, el destino tiene pase libre. Y en los años que he ejercido, manipulé la mente de cada criminal que pasó por mis manos para que se enterraran ellos mismos, porque si fueron tan jodidamente estúpidos como para ser atrapados, debían pagar. Yo solo me encargué de ayudar un tanto al destino.
La probabilidad siempre es de un 50%, 51-49 para ser exactos, la cosa es saber en qué posición están los condenados, y en cual los que siguen libres por allí haciendo de las suyas.
Y más importante aún, ¿en cuál de las dos estoy yo?
TTTTTTTT
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