14. Lo siento

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Uno de los beneficios que venía con el empleo era la jodida suite junto al cuarto de cámaras, tan grande como nunca había visto y ni hablar de la cama, un edén. Aunque solo la usaba por la noche, sabía aprovechar las horas en ella.

Y en los momentos en los que prefería estar acostado daba el play a la grabadora y así no me perdía de nada.

La calma del primer día era digna de unas vacaciones pagadas, el prestigio que vestía al Tingal no permitía más que huéspedes maduros, que salían muy temprano y llegaban hasta altas horas de la noche. La mayoría estaba ahí por trabajo —es raro vacacionar en enero —, pero algunos como mi Vera buscaban algo de emoción de aquel viaje.

La abundante inversión del hotel en cámaras de alta resolución vislumbraba el lobby, los pasillos nexos, ascensores, jardines, todo. Todo excepto baños y habitaciones, por cuestiones de confidencialidad supongo. Además, de no ser por que ocurra algún crimen en uno de esos espacios, dudo que alguien quiera enterarse de qué pasa detrás de esos muros.

Pero esa tranquilidad se evaporó al cuarto día cuando el sujeto que esperaba el ascensor del ala B apareció en foco. En un principio no fue relevante, un huésped aburrido más entre tantos. Pero cuando las puertas se abrieron dejando salir a Vera y esta le dio un afectuoso beso en la mejilla al desconocido, cobró gran relevancia.

Ambos se dirigieron al buffet, sin mayor contacto entre sí más que una energía —que a pesar de mi obvia distancia —, desprendían. En eso se convirtió mi trabajo, pasó de ser «Observar a Vera» a «Observar a Vera y a su nuevo amiguito»

Pese al mal sabor de boca que me generaban las imágenes de ambos, no podía sorprenderme que hubiera consolidado una amistad tan rápido, más bien era de esperarse. Vera conseguía atraer miradas sin esforzarse, había tenido suficiente experiencia con eso.

Stwart, Peter y ahora él. Sin contarme a mi claro.

Tras un par de semanas decidí tomar un pequeño riesgo, explorar el lobby no era mala idea cuando hacia tan buen clima. Confirmé que Vera aun no hubiese salido de su habitación y me paseé por el lobby —distraído—, y sin querer me tropecé con el susodicho.

Dejé caer unos papeles —que tomé sin mayor cuidado antes de salir del cuarto —, y educadamente me ayudó a recogerlos. Que buen samaritano.

—Sorry, I didn't see you (Disculpa, no te vi) —dijo apenado, supongo que no creyó que fuese indones.

Aproveché para verlo de cerca, era alto igual que yo, ojos oscuros y mandíbula marcada, llevaba un traje bastante formal y en cuanto se agachó copié su acción y planté un microchip con micrófono en sus zapatos.

Ne t'en fais pas (No te preocupes) —rebatí sosteniendo mi mejor sonrisa.

Ser poliglota es una herramienta funcional para ser encubierto. Hice un gesto para restarle importancia y desaparecí de los abrillantados pisos antes de que el ascensor llegara a planta.

No podría tener un audio constante —a no ser que tuviese un solo par de zapatos, lo cual dudaba —, pero al menos podría escuchar alguna que otra cosa para darle sentido al movimiento de sus labios mientras los usase.

Y para mi suerte o desgracia, los usaba mucho.

~

Desde esa mañana, Matthew Dallas entró en mi radar, pero no fue hasta mucho después cuando coincidimos de nuevo.

Por el momento debía encargarme del desgraciado del avión. Tuve que aguardar —de nuevo —, a que Vera se adentrara un poco más en sus responsabilidades en el laboratorio. Y con los días, aunque seguía trabajando desde el hotel, los casos eran visualizados y en parte procesados por ella, con eso me bastaba.

Dar con el sujeto no fue muy laborioso, el rastreador cumplió su trabajo. Se alojaba en un hotel de mala muerte en las afueras del centro —casi me recordó al pobre Stwart, igual de asqueroso —; como dije, las victimas masculinas no logran mucho en mi sistema, mi misión era librar este espacio terrenal de su presencia y qué mejor forma que un suicidio. Con el manejo adecuado de la escena no habría muchas dudas.

Los patrones destruyen lo que esté a su paso.

Por ello me esforcé en debilitar el rastro hasta que fuese imperceptible, compré en una farmacia alejada de mi zona actual de residencia el Citalopram, un antidepresivo común, bastó una receta médica —firmada por el doctor Alan Walker —, y efectivo para llevármelo.

La oscuridad era mi mejor aliada. Ya había analizado su rutina, durante el día solía salir por allí y a eso de las cuatro de la tarde regresaba a su mugrienta habitación. Llegar hasta su puerta fue tan sencillo que ni siquiera merece ser narrado, ya ahí, apoyé mi visor térmico contra la pared y ahí estaba.

Tumbado en su cama, la luz infrarroja era lo suficientemente clara para indicarme que estaba dormido, pues en estado de reposo los latidos disminuyen creando un ritmo casi mortal, por lo que la temperatura también desciende.

Introduje una pequeña capsula de cloroformo, cargada con escasa cantidad de explosivo debajo de su puerta y tras unos segundos, se escuchó un Plum. Cubrí mi nariz al instante y esperé unos minutos para dar espacio a que ventilara. De nuevo, los moteles son sinónimo de pésimas cerraduras, ténganlo en cuenta.

Noqueado como estaba, me dispuse a diseñar la escena del crimen. El lugar ya era un desastre, no tenía mucho que hacer por ese lado. Planté en su laptop búsquedas sugerentes: ansiedad, formas indoloras de morir, cómo dejar de sufrir, cosas de ese estilo. Tomé un pedazo de papel de una de las mesas y no encontré una pluma así que emplee la propia.

Está de más decir que los guantes de nitrilo son mi mejor compañía en estas aventuras. Lo suficiente comunes para no alertar con su compra y no dejan huellas ni residuos, son lo que yo llamo eficaces.

Un buen indicativo de suicidio siempre serán las notas de despedida, le otorga ese drama que el ser humano busca a como de lugar. Pero este hombre no se veía muy sentimental, su cartera no refugiaba ninguna foto, no tenía familia o al menos no una relevante, así que decidí darle un pequeño detallito a cierta castaña.

«Lo siento»

Con el escenario dispuesto, solo hacía falta la estrella. Tomé tantas pastillas como requería su musculatura y las disolví en agua —en ese estado de inconsciencia no podría tragar nada— y empujé el líquido hasta su garganta.

Planté sus huellas en el frasco y lo arreglé para que pareciese que el mismo lo hubiese dejado caer tras tomar esa horrible decisión.

Antes de irme tomé el rastreador de su maletín, verifiqué la ausencia de mí en esa habitación y salí por esa puerta chirriante.

Y ya con eso cubierto podía entretenerme con la vida social de Vera que al parecer era bastante activa.

Bueno, cantidad si, calidad no tanto…


TTTTTTTT

Espacio de autora

¡El suicidio es un tema serio, lo aquí narrado no es una ofensa o burla contra los que enfrentan esto como una realidad. Si necesitas ayuda, háblalo, pide ayuda, siempre hay otras opciones !

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¿Por sangre o elección?✔️ [COMPLETA] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora