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Harry se sorprendió al ver a Draco salir de la habitación de Ron con un pijama de seda gris plata igual que sus ojos, el desordenado cabello le daba la impresión de haber pasado una noche bastante movida.

—No te hagas ideas que no son Potter, Ronald está en la casa de Granger.

El ojiverde sonrió al verse descubierto, todo el mundo mágico rumoreaba que ese par tenía una relación y por la manera que se comportaban hubiese podido jurar que era verdad.

Malfoy le sugirió a Harry ir a la cocina y preparar café mientras él se aseaba, por un momento el Auror pensó que esas debían ser las mañanas de su hijo cada vez que se despertaba al lado de Scorpius, durante la fiesta McGonagall le comentó la situación de Al y el rubio, así como el movimiento que hizo con Rowle el cual le pareció arriesgado, pero por lo visto la pareja de jóvenes era tan consciente de su realidad, que escuchar la felicitación de Scorpius por la boda tampoco le extrañó.

Quince minutos después Ron entró con rastros de que la madrugada no trajo nada bueno, Harry le entregó la taza de café y le sugirió sentarse mientras preparaba unos panqueques y huevos revueltos.

Iban a ser las siete y media cuando Malfoy se hizo presente.

—Creí que te habías ido por el sifón, ¿Cuánto necesitas para arre...glarte?

Harry por estar sirviendo no lo había visto, al voltear comprendió que esa demora también implicó la búsqueda de unos documentos en su casa, ya que traía a un elfo cargado con ellos.

—Media hora Potter, yo procuro peinarme no como tú.

¿Cómo podía soportarlo Ron? Draco mantenía el carácter ácido de su juventud, aunque verlo agradecer a su elfo pidiéndole que regresara a la mansión con Narcissa, le hicieron aceptar que su esencia no podía perderse.

Tan pronto quedaron solos comenzaron a analizar lo encontrado.

Los tres hombres hablaron mientras degustaban lo preparado por el ojiverde, la profecía existía, debido a la batalla que tuvieron en el departamento de misterios, se tenía entre las que se destruyeron con el Reducto que lanzó Ginny, sin embargo, Harry se enteró que los Inefables guardaban pergaminos con los escritos de cada una de estas.

Lo cierto es que le tomó gran tiempo conseguirla, confirmar que era la correcta, y sin despertar sospechas, ya que no sabían quién estaba a favor y quién en contra. Por lógica asumieron, que alguno de los seguidores de Voldemort que trabajaba en el Ministerio la conoció, replicándola y con el tiempo se excluyó o modificó parte de la información original.

Una vez leyeron las dos versiones, el primero en caer sobre el sofá sobando su frente fue Ronald, llevaba casi 30 horas sin dormir, Draco y Harry lo observaron, el rubio miró al pelinegro para con la cabeza incitarlo a hablar sobre lo sucedido con Hermione. Por más que Malfoy se hubiese convertido en parte importante de la vida de Weasley, había cosas que correspondían a los integrantes del Trío de Oro.

El ojigris subió las escaleras, en la sala Harry se sentó junto a su cuasi-hermano.

—Hermione... algo anda mal con ella —exclamó el pelirrojo al borde la desesperación—. Discutimos por el anuncio de la boda, y por primera vez... por primera vez vi sus ojos vacíos, ausentes... ella no está bien.

—¿Crees que hay una maldición sobre ella? —cuestionó Harry con miedo, sabía que a su hijo le aplicaron un Obliviate.

Ron asintió, el problema radicaba en saber si el causante de que la castaña estuviese bajo el hechizo había sido su misma hija.

—¿En qué me equivoqué Harry? —sollozó el ojiazul—. Cuando nació supe que era lo más hermoso que había hecho en mi vida, traté de no cometer los errores que mis padres cometieron conmigo... ¿Para qué? ¡Para que mi hija fuese una ambiciosa y resentida con el mundo por no tener dinero e ir a comprar en las tontas tiendas muggle!

Punto y AparteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora