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La Directora de Hogwarts aceptó la petición de su exalumno, pero al igual que Draco sabía que en la solicitud de Scorpius se ocultaba una razón adicional al dolor de la muerte de Lucius.

Draco se mantenía en la línea de nunca mostrar sus sentimientos, una costumbre adquirida no sólo por crianza, sino por los años de herencia mágica. Por eso, le quedaba muy difícil expresar que estaba preocupado por lo que le ocurría a Scorpius, el niño seguía en la casa comportándose como siempre, amable, atento y bastante considerado con su abuela, con él y con la servidumbre, pero cada vez que llegaba una comunicación de Albus Severus Potter, su cuerpo se tensaba y el humor se trastornaba.

—Draco ¿Qué piensas de la relación que Scorpius mantiene con Albus?

—Minerva con tal de que mi hijo sea feliz, aceptaré cualquiera de sus decisiones —respondió el rubio sabiendo que la pregunta era de doble sentido—. Scorpius está dolido por lo que pasó con la hija de Hermione y Ron, la chica fue su primer amor, y enterarse que ella se burlaba de él, fue grave, pero lo que más le duele es pensar que su amigo lo sabía y nunca se lo dijo. 

Los ojos de la maga siguieron a Draco hasta el cuadro de Dumbledore, todos conocían la historia del joven aliado de Voldemort que trató de matar al respetado director; las intenciones se aclararon, pero los comentarios desagradables nunca desaparecieron. Unas que continuaron cuando se dijo que Astoria utilizó un giratiempo para embarazarse del señor Tenebroso y poder revivirlo como horrocrux, el niño tuvo que sobreponerse por tres años a esa versión, mientras secundaba la locura de Albus por cumplir el supuesto deseo de Amos Diggory de revivir a su hijo, Minerva estaba segura que el dolor de Scorpius y la falta de confianza en la amistad que Potter le brindaba tenía sentido, ¿Alguna vez le preguntaron cómo se sentía? ¿Lo qué pensaba?

—Te pido que lo protejas de él mismo, como en algún momento lo hizo Severus conmigo —pidió Draco mirando los cuadros de los dos directores de Hogwarts.

—Sabes que no puedo intervenir a menos que Rose atente físicamente contra él —respondió la anciana logrando un bufido triste del rubio—. Draco lo amas demasiado, y amar significa dejar libre. Tu hijo debe crecer, cometer sus propios errores, y reconocer cuando se equivocó.

—Es fácil decirlo para alguien que no tiene hijos —de inmediato se arrepintió de esa frase—. Lo siento, es la segunda vez que te lo digo, e igual que en la anterior es por culpa de mi enfado al saber que tienes la razón.

Minerva exhaló cansada, la afirmación no la hería, lo hacía el saberse impotente ante lo que le esperaba a los Malfoy, hace años Dumbledore le habló de un futuro donde un amor similar al que él sintió podría cambiar muchas cosas en el mundo mágico, hundirlo o redimir las creencias y normas de muchos.

—¿Dónde se encuentra Scorpius? —dijo cambiando de tema—. Creo que es necesario llamarlo para avisarle los cambios en su estadía en el colegio.

Minutos después el joven platinado ingresó a la oficina haciendo que la mujer casi muriera de un infarto, era ver el vivo retrato de Lucius cuando llegó a Hogwarts. Se parecía en muchas cosas a Draco, incluso tenía movimientos que le recordaban a Narcissa y la misma Astoria, pero el físico era de su abuelo, ese aire soñador que Voldemort debilitó borrándolo por completo con años de insultos y humillaciones. Reponiéndose de la impresión preguntó las razones de querer una habitación privada y el aumento de sus horas de clases en algunas de las asignaturas.

La repuesta le demostró a McGonagall que frente a ella no tenía el niño que quince días atrás abandonó el colegio para celebrar un cumpleaños. Escuchó los motivos expuestos por el alumno, al final aceptó imponiendo algunas condiciones, entre esas, no ingresar a nadie a su habitación bajo cualquier motivo, y convertirse en uno de los preceptos de Slytherin.

Punto y AparteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora