27

20 3 1
                                    

Rabastan ingresó a la antigua casa de Snape, aunque le había dicho a Rose que confiaba en Draco, la verdad es que el hijo de Lucius Malfoy siempre le desconcertó.

Conoció al platinado cuando tenía cinco años, ese día tuvo su primera explosión de magia accidental, una que destruyó la valiosa reliquia que Abraxan Malfoy resguardaba en el despacho que en ese instante ya era ocupado por Lucius. Lestrange recordó como al preguntar Narcissa quien había hecho el daño, el chiquillo con total serenidad negó saber el responsable, nadie fue capaz de dudar de su palabra, en ese instante, supo que era el perfecto heredero de la casa que ahora se mantenía como la única con pureza de sangre.

Lo encontró en el despacho leyendo con unas gafas de marco plateado, Malfoy pasó la hoja con tranquilidad como si no se hubiese dado cuenta de su presencia. Unos minutos después preguntó con la arrogancia que le caracterizaba.

—¿Cómo estuvo tu día en Hogwarts?

—Alegre y desilusionante, el hijo de Potter no murió en la prueba —Draco bufó dándole a entender que eso para él era común.

—Después de estudiar seis años con el niño-que-vivió, te enteras que, como dicen los muggle, "tienen un ángel de la guarda".

El comentario lo hizo el platinado levantándose para servirle una copa de brandy y entregársela, Draco le preguntó cuando cumpliría con lo pactado. Lestrange lo observó con incredulidad, depositó el cristal en la mesa y con bastante rapidez para la edad que tenía, tomó con una mano el cuello de Malfoy apretándolo con fuerza.

—Exiges demasiado para no cumplir con lo que prometes —acercándose lo suficiente le miró a los ojos grises que a pesar de la situación se veían tan fríos como un metal—. ¿Quién es el verdadero dueño de Malfoy Manor?

Un cuestionamiento que le confirmó a Malfoy que Rabastan al fin había ido a la mansión, lo cual quería decir que el ritual para la profecía se llevaría a cabo antes de lo esperado. El tiempo de mostrarse como el Draco sumiso finalizó, era momento de mover las fichas y parar con toda esa locura.


Había pasado una semana desde la última prueba, Albus acarició la blanca espalda de Scorpius, una que mostraba las marcas de la noche anterior, quería quedarse así en la cama todo el día, ya que a la mañana siguiente se realizaría la última competencia dándose a conocer el ganador del Torneo de los Tres Magos.

El quejido del rubio por las sensaciones que sin duda le estaba causando le provocaron una sonrisa a Potter. Tal vez por la presión de la profecía y la competencia, en la semana había recapacitado en cómo sería su vida actual si el engaño de Rose no se hubiese descubierto en el cumpleaños de hace dos años, siempre llegaba a la conclusión que quizás sería una chica a la que tendría en la cama, la misma que al marcharse lo dejaría con el vacío de no haber sido lo suficientemente valiente para darse cuenta que estaba enamorado de su mejor amigo.

Recordó las palabras de Ginny cuando le expresó sus dudas, le había dicho que al encontrarse las almas gemelas, es muy difícil separarlas, que en cada vida se volverían a juntar con el ser querido porque la magia superaba incluso la muerte.

Albus se posicionó sobre el cuerpo de su amigo y amante para comenzar a darle pequeños besos mientras descendía hasta el borde de la sábana que quitó deleitándose en lo que consideraba la más perfecta cintura y besar las piernas que tanto lo enloquecían. Quizás para otros estaba demente por cambiar las delicias de todas las chicas con las que tuvo la oportunidad de entablar una relación seria, por el cuerpo plano de Scorpius, pero la verdad es que no se imaginaba una vida sin él.

—¿Podría el campeón de Hogwarts dejarme dormir un poco más? —aunque la voz salía apagada por el hueco donde el rubio mantenía la cabeza apoyada, el ojiverde subió hasta ubicarse en su cuello y retirar el largo cabello que le impedía besarlo con total libertad.

Punto y AparteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora